miércoles, 9 de septiembre de 2015

EL TITANIC

            Nunca he  comulgado con eso de que para apreciar realmente lo que tienes, hay que perderlo. Para nada.  Me considero afortunada en la mayoría de aspectos de la vida,  y siempre fui consciente de  mis bendiciones,  de mi suerte,  del valor de mis personas,   mi salud,  mis amores.

           Lo único que cambia cuando pierdes o estás a punto de hacerlo, es que conoces el miedo. La desconfianza en lo supuesto.  La intranquilidad respecto a las certezas, y asimilas que hasta el Titanic se hunde.

           Cuando ves el fin de algo, adoleces la pérdida,  a veces hasta extremos que desconocías.  Pero lo que no te mata, tampoco es cierto que te fortalezca.  Solo  te hace consciente de tus límites,  y te da argumentos para seguir luchando... o no.

           Perderte no mataría lo que soy, pero comprenderlo me ha dolido hasta el desmayo. 

           A veces la vida gira de forma tan brusca que te centrifuga,  y te ves como desde fuera. Eso aterroriza,   y te sientes como el agua que  se derrama del baño.
             
            La tormenta ha sido  fuerte.  Me he quedado en el borde,  y he visto el fondo... Perder los nervios en el naufragio puede hacer que te hundas. Ese vértigo, esa sensación de  desbordamiento,  de  incontinencia, de ingravidez, puede ahogarte, si no te calmas,  recuérdalo. Es lo que me ha salvado a mí.  Sosiégate, déjate llevar por las corrientes  durante un rato. Yo derivo  al antojo de los vaivenes ,  y me agarro donde puedo, buscando  algún cabo para reflotarte, para que lo agarres,  si quieres seguir el el barco. Un cabo,  un ancla, nunca.

           Aprovechemos la calma antes de la siguiente tormenta. Rema conmigo,  a ver si pillamos un viento a favor, que estamos en época de vendavales...y de icebergs.