miércoles, 28 de noviembre de 2018

DESAPRENDIDO

                Vivo sola desde que entendí que es mejor que la soledad acompañada, y he aprendido más en estos meses que en décadas, por lo que agradezco la gota que colmó el vaso  tanto como aborrezco el tiempo que tardó en  llenarse. Aquel vino no era el que habíamos pedido. La vida se confundió.

                 Me he mirado mucho, por dentro y por fuera, y he ganado valor estudiándome, diseccionando mi alma, sus luces y sus sombras. Me replanteé lo que sabía sobre la amistad, el amor, el paso del tiempo, la lealtad, la honestidad y las certezas. Asumí desencantada que existen falacias que se repiten hasta que las encajamos entre nuestras supuestas verdades, que todo el mundo miente, y que a Santo Tomás se lo hicieron mucho, por eso tuvo que tocar la llaga del costado  para creer.

                 Comprobé en mis carnes que para que te quieran tienes que quererte, que es mejor un príncipe marrón o verde que uno azul, que el sexo no está en absoluto sobrevalorado, pero que el bueno es  como los gurumelos, hay que saber encontrarlo. Que el amor no tiene edad, pero lo complicamos con  planes de futuro preconcebidos y estandarizados, que puedes tardar años en darte cuenta de que los zapatos que llevas no son de tu número, que te rozan, y que luego hay que curarse  los callos y los dedos torcidos.

                  Descubrí que mi casa está donde estén mis hijos, porque nací para muchas cosas, pero entre ellas, para madre, lo que no me hace mejor que otras mujeres, pero contribuye de forma extraordinaria a mi felicidad, y que cuando ellos vuelen, mi hogar será cualquier sitio al  que me apetezca volver. 

                  Deduje que si la astrología fuera ciencia, y por lo tanto aceptable, yo sería un collage del horóscopo, demasiado caótica para  Virgo, inestable para Tauro, sensata para un cuerpo Escorpio, pesimista para Leo, y con poca intuición para   Piscis, y así hasta  doce... porque no sirvo para  que me encasillen, tengo fallos de todo signo, aunque se empeñen en etiquetarme. Sobre todo ellas.

                   Que ser mujer no es mejor ni peor que ser hombre, pero que a mí no me hace lo de llevarla colgando. Que mi cuerpo es una bendición para disfrutarla, como los paseos por el mundo.

                  Y a base de heridas, aprendí que la muerte es una putada que tenemos que tener presente en la vida, para vivirla con más ganas. 

                  Pero ante todo, me quedó claro  que no sé nada, que desaprender también es bueno, y lo desaprendido un valor en alza, que ninguna certeza es infalible, y que la vida empieza hoy, porque también empezó ayer  y volverá a empezar mañana.

                   Y que quiero que estés cerca.

lunes, 26 de noviembre de 2018

GRANAÍNO CONFORTABLE

            Ha sido un día cansino, el último de una semana cansada. Jueves, pero es que  mis semanas ahora empiezan los viernes, día de retorno de mi granaíno confortable.

            La caca perruna que pisé anoche ha debido honrar la sentencia que promulga que designan a los suertudos, provocando una  oportuna tormenta allí donde García Lorca, que anegó las oficinas donde trabaja de lunes a viernes mi chico, obligándole, ¡oh, Fortuna!, a volver un día antes.  No me ha avisado, claro, prueba inequívoca de la monogamia que practicamos, aún sin ser pareja oficial, ni oficiosamente. 

            Llego a casa arrastrando los pies, el bolso, y hasta el vestido, que se ve que el cansancio te encoje, y hoy me queda largo. Las ojeras colgadas de las pestañas, sin ganas de atender ni a los ruidos de mi barriguita. Bueno, hoy barriga. La preregla....el veranito...El único plan viable es un duchazo y un yogurt antes de llegar como pueda a la cama. Con muesli, para darle un toque gamberro.

             Al abrir la puerta he asumido que  tiré de ella al salir esta mañana, sin echar la llave ni poner la alarma, algo más que frecuente cuando no queda café para  desayunar. Pero su irritante manía de  abandonar su maleta en la entrada cada vez que vuelve, me descubrió sus cartas: mi chico está en casa. No sé si llorar de alegría o de cansancio, así  que lloraré con los dos ojos. 

             Al oírme  asoma medio cuerpo serrano por la puerta de la cocina, y con el pelaverduras en la mano me abraza con ternura recia, largo, suave, como  suelen ser sus abrazos de vuelta. Venera mis labios resecos y suspira en mis cabellos enredados, sonriendo ante la ñoñería de mis  lágrimas de naúfraga.  El poder de las endorfinas borra los parchones  de mi maquillaje ajado y las lágrimas, paradójicamente, espabilan mis ojos. De repente resulta que ya no es tan tarde, y a lo mejor no tengo tanto sueño (no, ni ná...).

              Ismael está preparando la cena, el especial de la casa para días largos: pasta con brócoli y patatas al pesto.  Vuelvo a echar de menos tener bañera en el piso, pero probablemente hoy me habría quedado dormida dentro, así que  la ducha tibia y larga, con imprevisto final de  sauna finlandesa por acabarse el gas, resulta providencial. Eso, y que la noche apunta maneras. Huele rico al salir del baño, aunque cocina de pena, cosa que no le diré nunca. Sólo le finjo  con las comidas, pero es que algún secreto hay que tener. 

              Durante la cena nos ponemos al día de todo lo que no importa, y a los postres, de lo que sí; besos  para entremeter las natillas, y  saldar las cuentas de  las caricias que nos debemos, viendo sin ver alguna peli. Sus achuchones y sus mimos en el sofá me declaran intenciones mucho más libidinosas de lo que mi cansancio esperaba, pienso, cuando de repente me despierta su carcajada. Recuerdo haber cerrado los ojos un segundo, pero entonces el prota de la peli salía de su casa, y ahora ya ha llegado al hospital. "Vamos a la cama, anda"...y me lleva abrazada, medio en volandas, como a los niños cansados. 

              Me desparramo en la cama boca abajo, mientras creo escuchar  algo acerca de un masaje. Mis pies están hinchados. No es por presumir, pero tengo unos pies horribles que sostienen unos tobillos preciosos y delgaditos, que hacen que me quede bien cualquier zapato de tacón, que sea cubierto, claro. A cambio de su fealdad, son extremadamente sensibles y agradecidos a las caricias. Debo haber oído bien, porque me despiertan sus aceitadas manos en mis pantorrillas. Es que es para quererlo. Tiene las manos pequeñas para mi gusto, pero suaves y hábiles, y lo compensa con todo lo demás, que sí es de mi talla.

              Quien haya tenido la suerte de que le masajeen las piernas cansadas y agarrotadas, sabrá del placer verdadero, sólo superado por el orgásmico, de la satisfacción  con que se saborea  el pequeño dolor que antecede a la relajación de cada fibra amasada, que debe generar  algún tipo de sustancia afrodisiaca, porque, al menos a mí , los masajes me ponen mucho.El caso es que voy entrando y saliendo de la consciencia, del limbo que precede al sueño y al despertar, a base de caricias, presiones y susurros que  se mezclan con el aroma del aceite con el que ha embadurnado las piernas, y, ahora que caigo, también las  nalgas y la espalda. Debo llevar así un buen rato, porque ha conseguido excitarme de veras, y cuando se  inclina para acariciarme los hombros,  mi trasero nota las ganas que tiene de mí. Ganas de mi talla también. Empiezo a gemir acompañando el  movimiento de sus manos, como abriendo tácitamente la puerta y acabo de ser consciente de que nos ha dejado sin ropa. Bueno , a mí sólo tuvo que quitarme las bragas, que son mi pijama de dormir con él. Me doy la vuelta  en medio de la sonrisa para besarle y recoger el guante de su juego. Tenerle encima, de frente, pecho contra pecho, nos acelera, y si no fuera porque tiene trazada su hoja de ruta, ya lo tendría dentro. Pero mi disciplinado amante, se separa por un momento de mis labios, de los seis, y vuelve a llenar sus manos de aceite, y empieza a manosear mi abdomen desde el ombligo a los flancos, suavemente, pasando por la cintura y terminando en la curva de las caderas. Mis rodillas flexionadas lo cercan y acercan a mí, para que me bese de cuando en cuando. Sonríe travieso mientras me vierte  sin miramientos lo que queda del aceite(medio vaso) en mis pechos. Esta sábanas juro que las lava él. La madre que lo trajo. Entre  risas, pellizcos y reproches de mentira, esparcimos aceite  por toda la cama con nuestras barrigas, nuestras tetas y nuestro todo. Me toco, masajeo mis pechos y pellizco mis resbaladizos pezones mientras me mira, a la par que me penetra por fin, despacio, contándome con los ojos cuánto le gusta lo que ve, mientras me desea con todo el cuerpo, y me lo hace notar porque sabe que me enloquece saberlo. Controla los tempos y las intensidades como pocos me lo ha hecho, pero descontrolando sus gestos, que  lo dicen todo. Trato de devolverle parte del  placer acariciando su pecho peludito, sus  hombros, sus brazos duros de hombre joven , su cuello, su pelo que ya parece engominado por el aceite.  Bajo mis manos  desde su esternón hasta su parte menos tierna y la acaricio con mis dedos mientras entra y sale de mí . En uno de mis sueños húmedos durante su ausencia, o en una peli americana, esto hubiera sido un polvazo eterno y extenuante, porque tenía todas las papeletas, pero en  nuestra cruda realidad , es un cortometraje de  cine europeo, en el que los protas estamos cansados y acumulamos ganas desde la semana anterior, y cuando mi granaíno me ve temblar en medio de un orgasmo, aferrando  mis pechos con mis manos, no puede resistir más. Disfruto del suyo, justo después del mio, uno de esos destartalados, entrecortados por la risa al darnos cuenta de que no dábamos para más hoy, medio derramado por el cansancio y el aceite. Uno de esos deliciosos.      

             Al deshacer el nudo y tumbarnos uno al lado del otro, pegados por un costado como las paginas de un cuaderno, como queriendo prolongar el momento, miro sus ojos entornados,  y deseo que los abra  para mí. Que suerte encontrar sus ojos, que bien se ha portado conmigo el destino.  Se me viene a la cabeza  la sentencia de una gitana que ayer me leyó la mano, y me avisó de que ésto no va a durar,  que no quieren los ángeles...pero no se lo voy a contar, como lo de sus guisos.

viernes, 23 de noviembre de 2018

QUINCE AÑOS TIENE MI AMOR

   

        Quince años, tiene mi amor...Quince.


             Si fuese cubana, hoy le celebraríamos una especie de puesta de largo, de presentación en sociedad. Si hubiese nacido unos siglos antes, ya estaría en edad de casarse. Pensarlo da mucho miedo, y me siento muy afortunada de vivir sus quince en este sitio y época, porque  puedo seguir engañándome, pensando que  todavía  es mi pequeña. 

             Vana ilusión, porque tenemos la fortuna de haber criado a una niña maravillosa, pero ese tiempo  caducó. Ahora disfrutamos la suerte de  acompañarla en su adolescencia, y de que nos deje hacerlo. Porque a pesar de que la suya es difícil como todas, de las  malditas hormonas del infierno, de las rarezas, los días en que no hay forma de entenderla, ni de que nos entienda, todavía cuenta con sus padres  para lo importante, y para muchas cosas menos importantes, y  asumo que eso es un lujo, porque va a ser una mujer digna de conocer, y ver cómo se va transformando, como se va cocinando su persona, es una de las cosas bonitas de mi vida. 

             Cierto que siento un pellizquito de nostalgia, recordando la que fue mi niña, pero me lo quita el orgullo y el amor que se me salen por los ojos cuando veo la mujer en la que se va convirtiendo. Inteligente, íntegra, leal y valiente. Bella por fuera, pero mucho más por dentro. Y con esas  herramientas, raro será que no se coma el mundo. De mi corazón ya lleva un buen bocado. 

             Papá, Daniel y yo, te queremos, princesa. Siempre. Toda. Pase lo que pase. 

martes, 13 de noviembre de 2018

BESO TU RECUERDO

    Hoy deberías estar soplando 40 velas, y nosotros regalandote caprichos y cositas que te llegasen al alma.

     Sin embargo, tú no estás, y nosotros lloramos todavía tu ausencia.

     Los 13 de noviembre son de esos pocos días al año en los que desearía creer que hay vida después de la muerte. Se lo comento a tu memoria, con la que sigo hablando, contándole las cosas de tus sobrinos, como a ellos les cuento las tuyas, y a la que quiero tanto como te quise a ti.

     Beso tu recuerdo, preciosa.

miércoles, 31 de octubre de 2018

TRES KILOS Y PICO

             ¿Cómo es posible que alguien de 11 años tenga tanto poder sobre mi sonrisa? 

              La única vez que me ha hecho llorar, fue cuando salió de mí, porque venía con prisas porque lo abrazara, y no esperó a que hiciera su trabajo la anestesia. Y al minuto ya no me acordaba, porque esos tres  kilos  y pico de persona sobre mi pecho vinieron a redondear mi paraíso en la tierra , que es cualquier sitio en el que su hermana y él estén conmigo. 

              Hoy cumple 11 años el hombrecito de mi vida, el más importante que habrá nunca. Sus besos me emocionan como los de ningún otro y su abrazo es siempre la mejor terapia.

               Empieza a dejar de ser niño, en cuerpo y alma, y si fue un bebé adorable, apunta  maneras de hombre bueno, respetuoso, sensible, con sentido del humor e inteligente. Y a mí me tiene loca. 

               Hoy, que cumple 11, sigo siendo una de sus tres personas favoritas, y compartir ese cariño con las otras dos, pase lo que pase en el mundo, me hace inmensamente afortunada. 

               Gracias por existir, cariño. Feliz cumpleaños.

martes, 18 de septiembre de 2018

MALOS PADRES

             La vuelta al cole es un periodo fascinante del calendario. 

             Las emociones que afloran con cada repetida novedad, facilitan el consumo del exceso de endorfinas generadas durante las  exiguas vacaciones, incluso nos hacen dudar de su existencia y disfrute.   

             Nada como  acostumbrarse a madrugar, a despertar a nuestros veraniegos angelitos, convertidos en otoñales mangostas cuando te acercas a susurrarles los buenos días. Disfrutar de nuevo de vertiginosos y atragantados desayunos, pero en familia, porque todos tenemos prisa, para no llegar tarde a realizarnos como  estudiantes estudiosos, o trabajadores laboriosos. O lo que sea. 

             Es un gustazo recuperar los atascos, los insultos reprimidos(no siempre) hacia el mejor de los padres, ese que aparca justo en la puerta para que su vástago no se desgaste caminando 20 metros. Es una delicia animar a nuestros hijos a que acaten la puñetera rutina de  sus tres o cuatro horas de deberes, que será que no aprenden en clase, digo yo... y por si acaso, les regalamos de dos a tres extraescolares, no sea que cuando lleguen a casa, tengan ganas de jugar. Toda esa disciplina, esa perseverante rutina, les hará ser conscientes de su papel en la sociedad, obedientes borregos en busca de la corriente que les lleve...a donde vaya el rebaño. 

             Obviamente, cambiaría cosillas del sistema....Pero estoy lo suficientemente alienada como para no hacer gran cosa, salvo intentar estimular la  imaginación de mis hijos, y ser conscientes de que hasta que sean lo suficientemente sagaces como para tomar sus decisiones, tienen que aprender a manejar las armas que les ofrece el sistema para  sobrevivir en la sociedad en la que han nacido. Que tampoco soy el Capitan Fantastic. Por cierto, película muy recomendable a mi humilde entender. 

               Todo esto me ha venido a la cabeza en la cola de la tienda de uniformes. Mi hija necesitaba una camiseta, y mientras esperaba mi turno he disfrutado de las conversaciones de las madres  circundantes (curiosamente, ningún padre comprando uniformes; sería casualidad). Ha sido interesante, porque me ha hecho poner los pies en la tierra y ser consciente de lo mala madre que soy. Y de que el padre de mis hijos, afortunadamente, también lo es.  

               Me explico: sé que el aula de mi hija está en la segunda planta y que ha coincidido con  los mismos compañeros del año pasado, aunque se  mezclan en algunas asignaturas con los del "A". Sé que su compañera de su alma se sienta con ella (un besito, Marta) y que la reunión  con los tutores  para explicar el plan del curso es la semana que viene. Sé que le han cambiado el profe de educación física y que está encantada con otros dos. Sé que se va de viaje a Londres, como hace todos los años el colegio con los niños de su curso. 
Como tengo otro hijo, también sé que  su aula es en la planta baja, algo no habitual, fruto de la remodelación del espacio que ha hecho el colegio. Sé que está con la misma tutora del año pasado, y con los mismos compañeros también, los del grupo B. Ya le han dado los libros y tengo planeado forrarlos mañana. O pasado, que mi vida no tiene sentido sin esa tarde perdida forrando los 16 libros que juntan entre los dos. 

              Pero  mi cerebro se ha ruborizado inconscientemente al compararnos con el resto de madres y padres. Somos lo peor. Claro, nos juntamos con quien nos juntamos....

              Resulta que no tengo ni idea de con quién se sienta mi hijo (la niña si, pero no los dos...), ni si en la salida desde su clase se mezcla con los mayores. No sé si les queda cerca la pantalla o la pizarra, ni los aparatos de calefacción o aire acondicionado que hay en sus aulas. Desconozco por completo si la cantidad de lápices que les proporcionan  en el trimestre será suficiente, ni se me ocurre pensar en decirle a la profesora el tipo de cuaderno que me parece más apropiado para cada asignatura.  Todavía no he memorizado el horario, salvo los días que tienen gimnasia, pero porque  tengo que preparar los chandals. Ignoro si el tejido de los uniformes del año pasado se lava mejor que el de éste, y a día de hoy, todavía no les he revisado la agenda. Y ni idea de  cuando se jubila el de filosofía. Ni idea, de verdad. 


               No los hemos apuntado más que a clases de inglés y baloncesto, así que no les vamos a dar la oportunidad de aprender  guitarra,  robótica, ni bailes regionales. Es más, la niña ha decidido que este año deja el voley para tener más tiempo para estudiar, que cuarto de la ESO es  complicado....y le hemos dicho que vale. A este paso, hasta los dejaremos descansar los fines de semana. El niño lleva toda la semana haciendo los deberes por su cuenta, y me fío de que los termine y los tenga todos hechos, sin tener ni idea de qué tema están dando, o el método que usa la profesora de matemáticas para  explicarles las operaciones. Es más, la mayor  va a terminar la ESO sin que me haya estudiado yo ni uno de sus exámenes. 

               Estamos criando parias. 
  
              Al final, de vuelta a casa con la camiseta de mi hija en una bolsa y el eco de las conversaciones oídas, sintiéndome felizmente excluida, tengo la sensación de ir contra corriente. Creo que estamos criando a nuestros hijos de forma parecida a cómo nos educaron nuestros padres, y eso, igual no es socialmente plausible. Pero lo vamos a seguir haciendo así, convencidos de que a los niños hay que acompañarlos en su crecimiento, despejando su camino, pero  sin allanarlo. Facilitando sus vocaciones, su querencia, no imponiendo habilidades según la moda establecida. Dándole alas, pero sin motor. 

              Igual aprenden a ser algo parecido a sus padres, aunque, sinceramente, creo que hemos mejorado la especie. Objetiva que es una...
               

jueves, 16 de agosto de 2018

KILLING GIANTS

             Hoy he visto I kill  giants. Todavía estoy pensando si me gusta o no. 

             Mentira: sé que no me gusta, igual que ninguna película de monstruos inventados. Nunca le cogí el punto a los mundos en los que otros inventan seres fantásticos para contar historias humanas. Cualquiera  respondería que no tuve infancia, o que eso es por algún trauma de pequeña. Puede ser. Lo cierto es que recuerdo mi niñez como feliz, y aunque tuve mis propios monstruos, casi todos reales, y disfruté de una vasta imaginación, nunca disfruté con los animales fantásticos, dragones, elfos, o los gigantes de los demás. Me siguen poniendo cara rara cuando digo que no me gustó La Historia Interminable, o que el único personaje que adoro de El Señor de los Anillos es Aragorn, por motivos evidentemente adultos.

             Pero he de reconocer que la película expone  con gran acierto  un tema espinoso: la capacidad infinita del subconsciente para crear herramientas, vías de escape y armas, con las que defender la fragilidad del individuo ante el dolor.

              Sin ánimo de de reventarle a nadie la peli, va de una niña que vive como real un mundo en el que escapa de su dolor enfrentándose a criaturas  aterradoras, y matando a sus  gigantes. Me ha hecho pensar, recordar, y reconocer a algunos  adultos que conozco, que llevan  años escondiéndose de sus gigantes tras  muros cada vez más altos, apuntálandolos con una soberbia infame, en la que se creen autosuficientes, y en posesión de la verdad. Nada les somete. De nada se arrepienten. Todo lo asumen y siguen su camino dejando, si hace falta, cadáveres en las cunetas. Reventando futuros, relaciones y egos ajenos por la cobardía de no luchar contra sus monstruos. Vagando de un mundo a otro, buscando quien sabe qué.

              Ojalá un día algo os haga intentarlo, y matando a vuestros gigantes, dejéis de huir de la vida, que no se disfruta corriendo, sino parándose a masticarla.

sábado, 7 de julio de 2018

JJ49

            A veces la vida regala momentos que ni siquiera alguien con la mente suelta hubiera imaginado vivir, ese tipo de fantasía que se antoja inalcanzable, no por complejidad erótica, sino porque precisa que se alineen demasiados astros. Si además la fantasía en cuestión no es tuya, sino de otro, la perplejidad puede ser mayúscula.

            Es la reflexión que me hago mientras me invade el sueño, desnuda, a las cuatro de la madrugada, contemplando mis piernas a la luz de la luna casi llena, que se cuela por la ventana.  Después de expulsar conscientemente a los angelitos buenos que  recriminaban mi inconsciencia, he preferido no ducharme para dormir, y prorrogar la locura, la experiencia hasta mañana. Te cuento...

             Hace unos días, un conocido de buen ver me propuso tomarnos algo. La excusa era que coincidíamos en un evento, que pudo ser la presentación de un libro, inauguración de restaurante, bodorrio, congreso... El conocido en cuestión es alguien con quien compartía cierta empatía, y de quien  tenía concepto de ser buena persona, interesante, y de fiar. Y bastante...como un queso.

            Cuando comienzas a intercambiar mensajes con alguien sin que os una una relación tangible, sin tener nada que perder, pero mucho que ganar, se te sueltan las teclas y la poca vergüenza, y terminas metida en conversaciones realmente interesantes que rozan lo absurdo... pero le dan ese puntito de interés a la vida. Esa chispa.

             La conversación con JJ49, como le llamaré a partir de ahora, para que se ría al leerme, pasó en dos lineas de un tono francamente inocente a pedir que me desnudase. Con un descaro tan elegante, y envuelto con un celofán tan atractivo, que unas líneas más abajo le estaba casi contestando que si. Todavía no sé cual de los dos le echó más caradura.

              La cosa es que tras los correspondientes preliminares en forma de charla, cena, coqueteo y alterne del de hablar, acordamos escaparnos furtivamente del resto de habitantes de la tierra y hacer algo que ninguno de los dos había hecho nunca.

              Sin exceso de alcohol, sin falta de neuronas, sin maría, sin nada que nublara nuestros sentidos, en un ejercicio de libertad absoluta, estaba en una habitación completamente oscura, y silenciosa, de pie, frente a un casi desconocido, dispuesta a que dejara de serlo, con la premisa de que el sexo no era ni la finalidad, ni el final ineludible de aquello. Le tenía a 20 centímetros de mí, y no podía verle. De hecho, intenté ver mi mano ante mis ojos, y nada. Era requisito indispensable, la oscuridad ciega,  para excitar al máximo el resto de los sentidos y no dejarnos engañar por los ojos. Sentía su respiración, casi notaba el calor que desprendía y era consciente de su envergadura. Me gustan los hombres grandes. Y juraría que estaba tan impresionado como yo.

              Volvió a preguntarme si estaba segura, y a repetirme que cualquiera de los dos lo podría parar cuando quisiera. Nos faltó establecer una palabra clave. Guiño, guiño. Lejos de estar tensa o preocupada, recuerdo cierto vértigo en ese momento, que supongo generado por la ausencia de referencia visual o sonora, y el vacío de muebles o estructuras alrededor. Solos él y yo. Y las horas por delante.

              Se quitó la camisa y me la dio. La acerqué a mi cara. Sentía el calor, el olor. Una camisa como cualquier otra, que en ese momento no tenía ni dibujos, ni color. Sólo el efluvio y la temperatura de una piel que no conozco. Mi turno. Me quité el vestido y se lo entregué, con un gesto que me pareció demasiado ceremonioso. Pero JJ49 no pudo verlo, como yo no pude ver qué hacía con mi vestido. Le oí olerlo, pero nada más. Luego me entregó su pantalón. Es curioso. Una prenda tan definitoria de los hombres y fue la que menos información me dio, salvo que sus piernas también estaban calientes. Recuerdo ser consciente en ese momento de mi sonrisa de oreja a oreja en la oscuridad. Las sonrisas que no ve nadie son las más sinceras. No venden nada. Tenía a JJ49 en ropa interior a menos de una cuarta de mí, sin caer en que yo estaba igual. Me alegré de que fuera verano, así él no llevaba calcetines, y de haberme puesto  las braguitas del color del sujetador. Por si se encendía la luz de golpe...Me gustó la idea de imaginarle oliendo y tocando mi sujetador, que acababa de quitarme, adivinar qué sentía. Y a continuación, sus calzoncillos. No pude evitar cogerlos con más cuidado que el resto de la ropa, pero el algodón no engaña, y aquel estaba limpio, y los aromas que pude adivinar eran de piel de hombre sin nada que mis sentidos reprochasen. Por ahora todo bien. Le dí mi tanga, y me sentí más desnuda por el hecho de que lo tuviera en sus manos y lo acercase a su cara, o a donde quiera que lo acercase, o cómo lo manipulase, que por el hecho de estar completamente en pelotas delante de un hombre casi desconocido, del que ya sabia como suena su voz cuando susurra, y como huele su ropa.

             Llega el turno del olfato.

             Me pide que me de la vuelta. Agradezco  en mi interior que empiece por la espalda. Debe recorrer todo mi cuerpo, todo, sólo con el olfato. Recorrer cada rincón tratando de percibirme, de sentirme, de apreciar qué le dice su nariz de mi. Me retira el pelo de los hombros y acerca su cara. Su respiración, encantadoramente serena, acompaña a su nariz por mi cuello y mis hombros, cuya sensibilidad él todavía desconoce, pero mis pezones no, así que, en silencio, se manifiestan excitados. Suspiro y trato de serenarme, de concentrarme en el recorrido de su nariz. Va bajando por los brazos, por la espalda. Tengo a un hombre al que jamás he tocado recorriendo mi cuerpo a menos de dos centímetros, y siento su aliento por cada rincón que me huele. Ha terminado la espalda y todavía no ha llegado a las piernas. Me sorprende, de nuevo, lo fácil que me resulta. Estoy dejando que me perciba, sin trampas ni cartón. Nosotros y nuestros sentidos. Susurra que me dé la vuelta. Vuelve mi sonrisa mientras me olfatea la cara y las orejas. Con la luz encendida, a esta distancia, ya nos habríamos besado, aún vestidos...Ni un roce, ni una mano. A veces el contacto de su nariz, cuando no calcula la distancia a mis relieves. Desciende por mi pecho, se detiene. Yo también lo haría. Las axilas, la cintura, las caderas. Cuando se para en mi entrepierna siento que se me ruboriza el cuerpo entero. No es excitación, es emoción. Aquel hombre está intimando conmigo más que algún amante, y ni siquiera me ha tocado. Termina de recorrer mis piernas y hasta los pies... Ahora me toca a mí.

              También  empiezo por la espalda. Tengo que apoyarme en sus hombros y ponerme de puntillas para llegar a  su cabello. Aunque mi olfato es nefasto, algo me recuerda al aroma suave de chamṕú reciente. ¿Olerá igual el pelo liso que el rizado? ¿Y las canas? No hay potingues ni lacas, no las necesita su cabello corto. No me entretengo en los hombros porque no aguanto más de puntillas. Huelo su espalda. Despacio, sin prisa. Un aroma suave, masculino, no reconozco ningún perfume, pero encontrarlo sería meritorio en mí.  Axilas en las que pararse sin huir, eso me importa en un hombre. La cintura. Las nalgas, que adiviné agradables cuando cogí sus calzoncillos. Aquí he perdido un poco las referencias y he tenido que orientarme con las manos tocando sus piernas, levemente tensas, en un intento de no moverse, imagino. No huelen mal ni sus pies. Se da la vuelta. Huelo su cara, sus labios, su aliento, que también me gusta. Su pecho grande, ancho, su vello recortado. Tropiezo con una de sus tetillas, que como las mías, lo está pasando bien. Empiezo a bajar intentando mantener  la serenidad. Me sujeto  casi sin apoyarme en sus caderas,  en parte para no caerme al agacharme, y en parte para evitar un encuentro brusco con sus genitales. No se cómo son, cómo están, ni hasta dónde llegan. Se me escapa otra sonrisa al pensarlo. Menos mal que no me ve. Que nadie lo hace. En este momento me encantaría  espiar su cara. Desnudo, a solas con una casi desconocida, que le huele mientras intenta hacerse una idea de cómo es...¿oliendo? ¡Si ésto es casi lo último que se hace en una relación normal...!. Termino de recorrer sus piernas y sus pies, con cierta prisa por cambiar de sentido...

              Tacto. 

              Tocar a oscuras a alguien por primera vez era protocolario cuando las relaciones imponían la virginidad en el matrimonio, y cuando la timidez y el puritanismo lo prolongaban después, pero hoy en día, cuando tocas o te comes algo, ya lo has visto, salvo un aquí te pillo, aquí te mato. Pues JJ49 estaba tocando mi pelo, mi cuello, mis brazos y mi espalda sin apenas haberlos visto, y porque es verano. Los toca como quien examina la fruta, o acaricia la suavidad de una piel o de un animalito al que no sabe si molesta. No molesta, te lo digo yo. Tiene unas manos grandes, suaves, cálidas, lógicas si supieras su profesión. De vez en cuando aprieta un poco, como haciéndose a la idea de mi consistencia. Se para en el culo. Acaricia y estruja con suavidad mis nalgas. Las separa. Recorre toda la hendidura con sus dedos, y llega incluso un poco más allá de la parte correspondiente a la espalda. Creo que acaba de ser consciente de lo bien que lubrico. Sigue adelante, como si nada. Bueno, adelante no, abajo. Recorre mis piernas como si las fuese a dibujar luego. Espero haberme depìlado bien. Date la vuelta. Sin problema. A esta altura ya me he acostumbrado a la oscuridad, no porque vea, sino porque ya no siento esa especie de mareo del principio. No me cuesta mantenerme derecha, ni me voy hacia los lados. Pero estoy empezando a excitarme. JJ49 recorre mi cara, como los ciegos de las películas cuando intentan ver con sus manos. Mete un dedo entre mis labios y me dan ganas de que lo deje por ahí. El cuello, los brazos, las axilas...y los pechos. Los abarca con sus manos y los manosea con cuidado. Pellizca mis pezones, que le contestan. Amasa, acaricia, creo que se hace una idea bastante clara de cómo son. Y yo alucino por lo cómoda que me siento mientras este hombre casi desconocido al que hace un momento he olido entero, me toca los pechos como si nada, con todo el derecho que yo le otorgo. Sigue por la cintura, otro de mis puntos vulnerables. Menos mal que no se para demasiado, pero encuentra mis ingles... el vello púbico, y la vulva, que al principio recorre con suavidad, como marcando los márgenes y los volúmenes. Me pregunto hasta dónde llegará y si está tan sorprendido como yo de que ésto esté pasando y sea tan genial. Va mas allá y su dedo confirma que tengo vagina y que está húmeda y tibia. Tirando a volcán. Piernas, pies. Eso si me da vergüenza, porque tengo unos pies horribles. 

                Mi turno. Espero que le haya gustado,  porque yo tengo muchas ganas de tocarle. Quiero comprobar si la sensación que tengo es cierta, quiero comprobar que a mis manos también le gusta. Me ahorro los detalles de unos brazos grandes y duros, igual que sus piernas y su tórax. Todo muy bien, en su sitio, no falta nada, y lo que sobra es irrelevante. Tocar su culo ha sido fácil. El que tuvo retuvo, y estas nalgas han hecho bastante gimnasio. El momento cumbre, claramente, es cuando toco sus genitales. Tengo en mis manos  los  de un hombre cuyo cuerpo me está gustando, pero del que recibo una sensación que jamás sentí con nadie. Realmente me interesa adivinar por el tacto cómo y cuanto, y estimar su reacción. Sin entrar en detalles, si ésto fuera a más, serían de mi talla. Toqueteo una discreta erección que supongo trata de evitar. Espero que le esté costando, porque yo acabo de frenar mi respiración  para no estropear el momento. Estamos sintiendo. Conociendo, tratando de ver sin ojos. Y es bonito y gratificante y emocionante. Me alegro de haber dicho que sí. Y más que me voy a alegrar. 

               Ahora saborear. El gusto. Alucinante, ¿no? Sin apenas conocernos, nos vamos a lamer el uno al otro tratando de averiguar,  de sentir si estamos comunicados de algún modo, si hay algo especial en esa persona a la que no ves.

               Su boca es buena. Muy buena. Su lengua sigue el mismo camino que antes su nariz y sus manos, pero dejando el frescor que  sigue al calor húmedo de unos labios, o una lengua. Tengo la sensación de ser un postre, pero de los buenos, de los que comes despacito, porque no quieres que se acabe.  Noto como a veces se desboca su respiración. No se detiene mucho en las nalgas, a mi pesar, pero las separa con sus manos y me inclina hacia delante, invitándome a doblarme, dejando expuesta también mi vulva a su lengua. La recorre con suavidad varias veces, desde atrás, resultando interesante para los dos. Esto ya es intolerable.... Que no pare, por favor. Me da la vuelta para invadir mi boca, mis ojos, mi nariz. Lame mis orejas, mi cuello, mis sobreexcitados hombros y vuelve al pecho, esta vez sin manos. Baja. Arde su boca, y a pesar de ello, no tiene piedad cuando la detiene buscando mi clítoris. De sobra sabe dónde está, que ya lo encontró perfectamente con los dedos...Termina las piernas y los pies. Soy consciente de que no nos hemos dicho ni una palabra, ni un suspiro o gesto de más, aparte de los "date la vuelta". 

                Ahora lamo yo. El cuello y la espalda son enormes. Tengo que volver a beber agua. Pero me permito el capricho de  pararme en sus brazos, grandes y musculados, y me recreo en sus dedos. Los de la mano derecha saben a mi. Date la vuelta. Por fin. Recorrer su cara con mi boca me parece algo que trasciende. No me veo lamiendo  la cara de nadie, y no sé si se lo haría a JJ49 con luz. Recorro sus labios y me arrepiento de haber sido tan tímida con la lengua en su boca. Pero ésto no es sexo. Me doy cuenta porque soy capaz de parar. Creo que el gusto es el sentido al que más crédito doy, así que voy recorriendo su cuerpo sin prisas, porque me gusta como sabe. Los pequeños matices, según los pliegues y la suavidad de la piel.  Por supuesto sus testículos y su pene pasan la cata. Me gustaría  saber si quiere que me entretenga, pero  no vamos a cargarnos la situación justo al final. Ya los conozco. Si se tercia y se da la ocasión, volveremos a disfrutar de nuestros cuerpos, pero con otros roles e intenciones. He terminado. 

               Me pongo de pie frente a él. Analizo, intento captar lo que me pasa, lo que siento, cada sensación. Claro que estoy excitada. Un hombre delicioso, nunca dicho con más justicia, ha recorrido  mi cuerpo tres veces. Tengo su saliva por todas partes. Conozco sus rincones y él los míos. Sé lo grande que es, lo duro que está, como huele su aliento y cómo suena su respiración. Sé dónde tiene pelo y dónde no, dónde se arruga su cara y se marcan sus huesos. Estoy emocionada de veras. Tengo erizado cada vello de mi piel, y si tuviera el poder, abriría cada poro para absorber más de su esencia. Supongo que lo que siento lo provoca la euforia y el goce de esa experiencia nueva, distinta, tan gratificante, que no volveremos a repetir, porque ya nos hemos desvirgado en ese sentido. 

                Se aleja unos pasos, para encender una luz tenue, y entonces podemos  vernos. No me sorprende nada de lo que veo, no me intimida que vea nada. Compartimos un especie de limbo y una sonrisa de satisfacción sincera. Como cuando encuentras a un amigo que hace mucho que no ves. 

               El abrazo fue como ninguno antes. Abracé con todo el cuerpo, con toda la mente. No hablo de sentimiento, hablo de sensación. La complacencia consciente de tener  en común  algo que pocos consiguen, algo que nadie va a entender nunca en toda su magnitud. 

               Si vuelvo a verle, genial. Ya veremos el tipo de amistad que construimos. Si no ocurre, me quedo con las sensaciones y las guardo con mis recuerdos selectos. Y deliciosos.




P.D: Espero que le gustasen mis piernas. Se ven preciosas a la luz de la luna.




jueves, 26 de abril de 2018

MI PROBLEMA

                    Tengo un problema.  Es parecido al del padre que intenta convencer a su hijo de que es mejor estudiar, como el ingeniero que le sirve la hamburguesa, que vivir de hacer el payaso en una televisión putrefacta, que normaliza el analfabetismo y la misoginia como  forma de vida.

                     No tengo ni idea de cómo explicarle a mi hija de catorce años, a sus amigas, a las jóvenes que conozco, que la salvajada que la manada le hizo a esa chica no es violación. Que en este país, su libertad para divertirse llega hasta donde se crucen con un salido salvaje, al que la justicia apoya en su idea de que puede hacer con sus cuerpos y sus  dignidades, lo que le venga en gana. 

                     No soy ducha en leyes, pero entre las diferentes opiniones sobre la indignante sentencia que he escuchado, las hay de gente de bien  que si que entiende, y me ha parecido entender que la diferencia entre abuso y agresión sexual, es que exista situación de  violencia o intimidación. Y ahí es cuando se me hiela la sangre. Los magistrados que sentencian entienden que una chica de dieciocho años (¡¡dios, que no es menor por semanas o meses!!...), bajo los efectos del alcohol, ingerido voluntariamente, porque  le dio la gana, rodeada por cinco supuestos hombres (cinco, señores, contra una...) que la "invitan" a meterse en un portal sujetándole las muñecas, y que la desnudan sin que ella pueda reaccionar por el miedo y la borrachera...pueda no sentirse violentada o intimidada.

                    Una mujer que se pasea con una falda corta y un buen escote, intimida el sentir de las personas bienpensantes, y, sobre todo, violenta la paz genital masculina. Pero que te soben y te desnuden entre cinco bestias en un portal, no es violento. Ni que los mismos  cinco animales se turnen  para penetrarte. Eso tampoco es violento, porque seguro que esa chica, de dieciocho  años, lo hace  cada fin de semana, como todas, que somos unas zorras potenciales. No creo que me sintiera intimidada porque cinco depravados hicieran con mi cuerpo lo que les salga de las pelotas aprovechando que no soy capaz ni de gritar. Ninguna mujer, mucho menos una experimentada hembra de dieciocho años, en su sano juicio, sentiría miedo, ni pensaría que va a terminar violada, y apuñalada en el fondo de un pozo. Seguro que disfrutó mucho pensando que podían ser sus últimas horas, con cinco penes para ella sola.  

                   Repito, no sé cómo explicarle a mi hija que su libertad está acotada y restringida respecto a la de su hermano, aunque su padre y yo les eduquemos con los mismos principios. No sé explicarle que cuando ella salga con sus amigas, o sola, vamos a sentir más miedo que cuando salga su hermano.

                  Tampoco sé como decirle a mis padres que no se preocupen, que aunque vuelva sola a mi casa de soltera, de madrugada, no hay mayor problema que cuando lo hace mi hermano o mi exmarido.

                  No me parece justo que si esta noche, en la fiesta a la que voy, conozco a alguien que me atraiga lo suficiente como para desear acostarme con él, sea el miedo a que me pueda hacer daño lo que me frene. Porque todavía no he escuchado a ningún amigo que haya sentido eso. Amigas, muchas. 

                  Me parece rocambolesco que cuando me separe de la  amiga con la que salgo, tenga que caminar con el móvil en la mano, listo para llamar pidiendo ayuda, y que haya mecanizado ya el gesto de mandarle un mensaje cuando llego a casa, sana y salva, y no dormirme hasta recibir el suyo. Tampoco conozco a ningún amigo que lo haga.

                  El miedo coarta mi libertad, y el miedo deriva de la impunidad con la que se puede atentar contra mi cuerpo, y esa impunidad  viene del sentir social de que las mujeres somos distintas a los hombres, claro, pero inferiores. 

                  No sé como explicarle a mi hija que hay más manadas sueltas por ahí, buscando presas, y que la sociedad en la que vive no hace nada por protegerla.

                  Hoy voy a salir, sin pareja, con ánimo de conocer gente nueva, y probablemente  vuelva con miedo, porque la sentencia de hoy ha sido un bofetón a las mujeres, una advertencia, un aviso: las manadas no agreden, sólo abusan.

jueves, 8 de marzo de 2018

8M: MIS RAZONES.

                  Hoy es, sin duda, un Día de la Mujer  especial. La convocatoria de huelga feminista a nivel internacional ha renovado la perspectiva con la que lo tratamos. Ha cambiado la pregunta, que ya no es la de ¿por qué un día de la mujer?,  sino ¿por qué la huelga....?  Para la primera  hace tiempo que encontré respuesta: sigue siendo una ventaja, en cualquier punto de este inhumano planeta, nacer siendo hombre, y mientras mi hija nazca en desventaja respecto a mi hijo, habrá necesidad de un Día de la Mujer.

                  Para la segunda he encontrado respuesta hoy, cuando una compañera al oírme quejarme de que me haya tocado trabajar como servicios mínimos,  me ha preguntado qué sentido tiene una huelga de mujeres. Le di por respuesta la misma de antes, y justifiqué que la movilización social masiva es una forma de poner en valor lo que pensamos, y bla, bla, bla...Luego vino la meditación y el preguntarme por qué decidí secundar la huelga. Estas son mis razones: 

                 - Por mí, que con 46 años aún no soy consciente de mis propios micromachismos, de mis renuncias a derechos y necesidades camufladas de responsabilidad y amor a la familia, de mis complejos de género, de las rémoras sexistas que mantengo a pesar de vivir en la cara buena del mundo.

                 - Por la memoria de mis abuelas, mujeres valientes donde las haya, que trabajaron igual o más que mis abuelos, pero  no se iban al final del  día a la cantina, y nadie les preparaba la cena, ni les lavaba la ropa, ni les cuidaba los hijos, como a ellos. 

                 - Por mi madre, ama de casa porque nació en la época en que las mujeres aprendían que ser ama de casa,  con marido e hijos, era la mejor opción para todos, incluso para ellas. Y para agradecerle que me hiciera entender que yo tenía otras opciones. 

                 - Por mi suegra, que compartió la suerte de mi madre, y supo educar hijos capaces de tratar a las mujeres casi de tú a tú,  y de ser compañeros de vida más que razonables, aunque mejorables en cuanto a lo que a igualdad se refiere. 

                 - Por mi hija, a la que deseo igualdad de derechos y oportunidades, que la libertad de pensamiento e ilusión,  ya nos encargamos de proporcionársela su padre (el mejorable), y yo (la de las rémoras). 

                 - Por mi hijo, del que espero aprenda a ver  a las mujeres con la misma lente que a los hombres, y a tratarlos sin distingos. 

                 - Por las amas de casa de hoy, cuya elección no entiendo, pero respeto, y para las que reclamo que, además de compartir el sueldo del marido, compartan sus derechos (protección y valoración social, vacaciones, jubilación...), ya que son las artífices y el apoyo logístico para que sus  maridos realicen sus trabajos sin necesidad de conciliación familiar.

                 - Por las mujeres con burka y el resto de oprimidas por cualquier religión.

                 - Por María Magdalena, que no pudo ser San Pedro porque no era Magdaleno.

                 - Por cada trabajadora que cobra menos que su compañero. 

                 - Por cada niña sometida a la ablación genital. 

                 - Por cada prostituta, por cada mujer vendida como carne, por cada esclava. 

                 -Por cada asesinada, apaleada, golpeada, insultada o anulada por su pareja, esos supuestos hombres que supuestamente las aman.

                 - Por cada niña abandonada por sus padres porque no fue el ansiado varón. 

                 - Por cada mujer que nace, no vive, se reproduce a la fuerza y muere, en la cara mala del mundo. 

                 - Por cada barbaridad que tenemos que escuchar  a nuestro paso, si lucimos más atractivas de lo que la entrepierna de algún animal soporta. Conste que me refiero a las groserías, que defiendo mi derecho a demostrarle con la mirada o con halagos respetuosos  a un hombre que me gusta, y que él me lo pueda expresar del mismo modo. 

                - Por cada víctima de una "manada", y el escarnio posterior que le regala la sociedad, y por mi derecho a ser libre de volver sola de noche a casa, sin tener que ser valiente por ello. 

                - Por cada "quiero, pero no me dejan" porque soy mujer.

                - Por cada apellido  paterno  antes que el materno, sin consenso previo. 

                - Por cada custodia no compartida, o compartida pero no ejercida. 

                - Por cada antepasada condenada por saberse igual a los hombres, y defender su certeza, quemadas algunas en la hoguera, que intentar ser mujer libre era signo de brujería.

                - Porque tuvo que ser Eva la de la manzana, y no Adán. 

                - Porque todos los dioses imperantes llevan barba, y no tetas. 

                - Por cada uniforme de niña con falda, en lugar de pantalón como sus compañeros. 

                - Por cada juguete de niña o niño. 

                - Por las veces que atendiendo a un paciente con un compañero médico,  asumen que yo soy la enfermera y él el doctor, porque hay trabajos de hombres y trabajos de mujeres. 

                - Por las mujeres que no sienten necesidad de ser madres, esposas, parejas o medias naranjas, y son juzgadas por ello. 

                - Por las escritoras que tuvieron que publicar firmando con pseudónimos. 

                - Por las primogénitas que no heredan, por no ser varón. 

                - Por las deportistas anónimas, que ganan campeonatos y ligas que parecen inferiores,  porque hay deportes que  no son de mujeres. Va por ti, Irati.

                - Por los "yo ayudo mucho a mi mujer", los "¡mujer tenías que ser!", y los "detrás de cada gran hombre, hay una gran mujer". 

                - Por cada camarero que, sin preguntar, le ofrece la prueba del vino y la cuenta a él, y no a mí.

                - Por todas las razones y mujeres que se me olvidan hoy. 

                Y para terminar, porque si el año que viene se convoca otra manifestación como la de hoy, algún hombre se preocupe de que yo, y el resto de mujeres que le importen, podamos estar allí, en lugar de  escribiendo ésto desde mi casa, mientras cuido de mis hijos.



martes, 20 de febrero de 2018

CARNE Y PESCADO

         Tantas veces me lo habían propuesto que ya me lo tomaba como otras de las cosas que los hombres piden en la cama...No era precisamente una mojigata, ni tenía problemas para decir sí o no, y establecer mis límites, pero nunca se me dieron  las circunstancias para probar la carne y el pescado juntos...hasta hoy. 

          Tú, mi amigo con derechos recientemente adquiridos de revolcones esporádicos me habías invitado a una fiesta que daba un colega tuyo en su casa, un ático muy chulo con terracita que no daba a ninguna parte en especial, pero dejaba ver el cielo. Mucha soltero eterno y  recién divorciado, ellos y ellas, con ganas de empezar la primavera. Y cerveza, y vino, y chupitos. Y sobra ropa, y faltan sofás y hay que apretarse. Y las manos y las piernas se van acomodando en los huecos, juntándose y mezclándose según van dando premiso las miradas, y música, y risas,  hasta que aquello va siendo una amalgama de gente que se va pegando y despegando, oliendo, acariciando...y poco a poco algunos desaparecen, de en dos,  o de tres en tres. Algún uno desilusionado. 

           Cuando entramos, hace horas ya, parecía que saldríamos juntos de allí en poco tiempo, pero hace ya rato que no lo tenemos tan claro. Demasiada gente a la que gustar y que nos gusta. Y he dicho gente, no mujeres ni hombres...

          En una de mis visitas al aseo, hay tres o cuatro esperando, y ya no aguanto, así que busco a ver si donde creo que está el dormitorio, hay otro baño. Lo hay, pero al lado de la cama, donde interrumpo a una pareja que no pensó en cerrar la puerta...Lejos de cubrirse o detenerse lo más mínimo, la chica, que estaba tumbada bajo una espalda tatuada, y con las piernas casi en su cabeza, me sonrió lánguidamente, y me hizo señas para que entrase al baño...sin problema... tú a lo tuyo. 

          Una vez hice caso a mi vejiga, otras partes de mi cuerpo me reclaman. Supongo que la culpa es del calor, las copas, el roce constante con cuerpos atractivos que sonríen y huelen, y miran con hambre, y la expectativa de terminar la noche en la cama contigo, que era la idea del plan de hoy...El caso es que la expresión que me regaló la chica de la cama cuando me miró de arriba abajo al pasar por su lado, me resultó más excitante de lo que pude prever. y antes de subirme las bragas, no quise evitar tocarme con demasiada intensidad. Obviamente aquella situación me gustaba, y escuchar los gemidos de la pareja, y los vaivenes del colchón, no ayudaban a calmarme. Reconozco que tuve que acariciarme unos muchos segundos, y cuando decidí que aquello sólo lo arreglaba un polvazo,  fui a salir, pero aquel chico se contorsionaba sobre ella en pleno orgasmo...no me pareció elegante interrumpir el momento...ni perdérmelo...

          Cuando los oí terminar, tiré de la cisterna en forma de aviso, y salí  disculpándome discretamente. Los dos sonrieron sin importarles mucho, pero al pasar por su lado, la chica del chico tatuado también por delante, acarició mi muslo entre mis piernas. Su cara de complacencia me pareció lo más erótico que había visto en mucho tiempo.

         Te busqué con prisa, me restregué descaradamente contra tu entrepierna y te metí la lengua hasta la campanilla, antes de decirte, que nos íbamos ya...No dijiste ni mú.  De acuerdo en todo. Pero al coger mis cosas me di cuenta de que mi móvil seguía en el baño. Medio colorada me fui a buscarlo. La cama  revuelta y había luz en el lavabo. Toqué la puerta, y abrió ella, con la toalla de haberse duchado, y me sonrió haciéndose a un lado para que entrase. Me disculpe, y empecé a mirar por donde estaba el teléfono, hasta que de medio guasa me preguntó si buscaba...lo tenía en su mano. Se deshizo de la toalla y se lo colocó entre sus  muslos, invitándome con los ojos a que lo cogiera. 

          En cualquier otro momento de cualquier universo, yo habría contestado cualquier barbaridad antes de irme con un portazo, pero no....me acerqué mirándola a los ojos, con la mano en su cuello la besé sin poder remediarlo, despacio, suave, sensual,  mientras la otra mano sacaba mi móvil de su entrepierna con vaivenes del dorso de mi mano en su vulva. No sé cual de las dos estaba más sorprendida en ese momento con mi actitud.

          En lugar de vestirse, me desnudó, y mientras yo la acariciaba, me dejaba hacer por ella que, evidentemente, era la que sabía de aquello.  

         Como yo tardaba, nos sorprendiste en el mismo cuarto sin cerrar, con su cabeza y sus manos entre mis piernas y todo el resto de mi cuerpo esperándola,  a ella o a ti. Tú sí cerraste la puerta, aceptaste la invitación, y aquel fin de fiesta  sensual e inesperado  fue el principio, la puerta abierta a mi gusto por el pescado, casi tanto como la carne. 

         Casi.