Hoy he visto I kill giants. Todavía estoy pensando si me gusta o no.
Mentira: sé que no me gusta, igual que ninguna película de monstruos inventados. Nunca le cogí el punto a los mundos en los que otros inventan seres fantásticos para contar historias humanas. Cualquiera respondería que no tuve infancia, o que eso es por algún trauma de pequeña. Puede ser. Lo cierto es que recuerdo mi niñez como feliz, y aunque tuve mis propios monstruos, casi todos reales, y disfruté de una vasta imaginación, nunca disfruté con los animales fantásticos, dragones, elfos, o los gigantes de los demás. Me siguen poniendo cara rara cuando digo que no me gustó La Historia Interminable, o que el único personaje que adoro de El Señor de los Anillos es Aragorn, por motivos evidentemente adultos.
Pero he de reconocer que la película expone con gran acierto un tema espinoso: la capacidad infinita del subconsciente para crear herramientas, vías de escape y armas, con las que defender la fragilidad del individuo ante el dolor.
Sin ánimo de de reventarle a nadie la peli, va de una niña que vive como real un mundo en el que escapa de su dolor enfrentándose a criaturas aterradoras, y matando a sus gigantes. Me ha hecho pensar, recordar, y reconocer a algunos adultos que conozco, que llevan años escondiéndose de sus gigantes tras muros cada vez más altos, apuntálandolos con una soberbia infame, en la que se creen autosuficientes, y en posesión de la verdad. Nada les somete. De nada se arrepienten. Todo lo asumen y siguen su camino dejando, si hace falta, cadáveres en las cunetas. Reventando futuros, relaciones y egos ajenos por la cobardía de no luchar contra sus monstruos. Vagando de un mundo a otro, buscando quien sabe qué.
Ojalá un día algo os haga intentarlo, y matando a vuestros gigantes, dejéis de huir de la vida, que no se disfruta corriendo, sino parándose a masticarla.