Pedro, estás nominado. Te han nominado para salir de la casa de Ferraz. Y tú pides que en lugar de los jueces del programa, la salida o no, la decida el público, los militantes, para los que se supone que se hace el reality, y que deben, legítimamente, decidir quien sale.
Pues mi voto lo tienes. Y el de los socialistas de izquierdas, que manda bemoles que los haya de derechas.
Yo defiendo que el no es no. Un partido de izquierdas no debe apoyar, ni de forma pasiva, un gobierno de derechas, y menos uno que ningunea a los ciudadanos con la impunidad por bandera.
Te acusan de aferrarte al cargo. Lo dudo. Si quisieras el sillón por encima de todo, habrías doblegado tu voluntad a las directrices de González, Susana, Bono y el resto de momias, habrías seguido como líder marioneta de la oposición, y lo hubieras vuelto a intentar.
Pero has hecho lo contrario. Has apostado a todo o nada. Defender tus ideas te puede llevar a ganar el apoyo de la militancia para intentar un pacto de investidura con la izquierdísima, que puede fracasar en su intento de gobernar, pero que sienta la base de una oposición a la derecha en el socialismo. O sea, coherencia con tu ideología. Ésto puede producir un desgaste enorme en tu posición política, y el fracaso te apartaría de las primeras filas para siempre. O suponer una bocanada de aire para la unión de izquierdas y que éstas se asienten como gobierno de una España que, votándoles mayoritariamente, lleva años gobernada por la derecha.
Como mínimo se podrían aprobar leyes fundamentales que eliminen las reglas injustas del juego electoral, democratizando el sistema.
Y si no logras la investidura, igualmente habrás arruinado tu carrera política. Así que, que alguien me explique como pueden juzgar tu negativa a dimitir ahora como una maniobra para aferrarse al cargo, porque la probabilidad no está precisamente de tu parte.
Yo sí. En este juego de tronos en el que cada cual cambia de chaqueta y de mensaje según sople el viento, un dirigente socialista que, siendo maquiavélico, podría tener un gran futuro por delante, arriesga sus posibilidades de acumular poder en pos de defender unas ideas, en pos de la coherencia.
El giro a la derecha disfrazado de centrismo que venía practicando el PSOE me hizo cambiar mis últimos votos más a la izquierda, y a dejar de identificarme con el socialismo practicante, que no con el ideológico. Pero puedo asegurarte que no soy la única que volvería a votaros si tu plan sale adelante.
Así que espero, de corazón, que no te rindas al asedio, el acoso y la traición. Aunque mueras con las botas puestas.
jueves, 29 de septiembre de 2016
miércoles, 21 de septiembre de 2016
MADROS Y PADRAS
Ayer, mientras cocinaba, cosa que me deprime, por mucho que esté de moda, procastinaba zapeando entre los canales mañaneros y me topé con la conversación de unas señoras de talento y criterio, digo yo, porque si no, no estarían opinando en la tele...aunque sean guapas.
Hablaban de algo interesante, para variar: del tabú que supone hoy en día que una madre confiese que se arrepiente de serlo. ¿Cierto, no?. Ya es de ser "muy mala" carecer de instinto maternal, ni reloj biológico que te recaliente el útero hasta pedir a gritos esperma, aunque sea de bote. Pero si has cumplido con el canon social de parir hijos, y luego te arrepientes....eso es de bruja de las que arden eternamente en el fuego infernal. Contra natura, como mínimo.
Una de las debatientes, ni se planteaba la posibilidad real de que una mujer normal, sana, sin perturbación de sus facultades mentales, pudiera sentir ese arrepentimiento. No le entraba en la cabeza. Pero es que el resto, supuestas mujeres maduras, modernas, realizadísimas y profesionalísimas de lo que sea, únicamente se centraban la posibilidad de que se arrepienta de serlo por el menoscabo profesional y personal que supone el tiempo y el esfuerzo empleado en cuidar a los hijos, a costa de su carrera, sus aficiones y sus relaciones, volviendo a culpar a la desgraciada realidad de que falta mucho para que la dedicación a los hijos sea paritaria (aunque terminemos diciendo madres y madros, seguirán siendo las primeras las que apechuguen...). Y yo creo que hay más.
Del mismo modo que hace tiempo me puse del lado de las que no echan de menos el instinto maternal, me inclino ahora a pensar que sí hay mujeres con motivos para arrepentirse de su maternidad, y con derecho a expresarlo.
Yo soy madre vocacional y encantada de la tarea, porque tengo la suerte de tener dos hijos sanos, sin problemas de comportamiento, inteligentes, cariñosos y para colmo, guapos y del mismo padre (ésto facilita algunas cosas, pero no es fundamental). Aún así hay veces en que suponen una losa, porque la responsabilidad que tenemos sobre esas vidas anula tus prioridades. Ellos lo son. Siempre. Cada día. Para siempre. Para siempre, siempre. Aunque tengas la suerte de contar, como yo, con un padre que ejerce de tal, a la par conmigo.
Y debo ser muy rara, pero entiendo que hay mujeres que fueron madres demasiado jóvenes, sin criterio para decidir, o fruto de la violencia, del mal uso de anticonceptivos, ignorancia, costumbres, religión, o yo que sé.... y que con el paso de los años se dan cuenta del sacrificio que ha supuesto criar a un hijo no deseado, o no planificado, y sienten que han derrochado sus mejores años dedicadas a una persona que aunque sea tan suya, y la quieran tanto como se quiere a un hijo, no les compensa el negocio. Deben sentirse estafadas.
Por no hablar de las madres que sí lo soñaron, y su sueño se vuelve pesadilla en forma de hijo enfermo, en cualquiera de sus variantes, esclavizándolas durante años o décadas en su cuidado, o martirizándolas en el peor de los duelos imaginables, el de un hijo, si llega a fallecer. O las madres de hijos descarriados, que terminan delinquiendo, labrando dramas y guerras domésticas, que las llevan a rendirse sin condiciones, o perecer.
¿Cómo pretendemos que esas madres no se arrepientan de serlo? Lo que pasa es que no las dejamos decirlo, porque es moralmente inaceptable. Porque la abnegación maternal sigue siendo un pilar social al que los no madres se niegan a renunciar.
Arrepentirse de ser madres no tiene nada que ver con la maldad, que también hay madres que no merecen el título, ni con ser una desalmada sin principios, ni sangre en las venas, sino con que no todas las mujeres tenemos que ser madres, porque queramos ser otras cosas, o porque no estemos hechas para ello. Se necesita un talento especial para ser madre o padre, y no todas las mujeres lo tenemos. Y se necesita valentía para reconocer honestamente que no quieres dedicar tu vida a otro ser, porque quieres dedicarte a ti. Y punto.
El hombre que lo hace, es legítimamente ambicioso, pero la mujer que lo decide, es cruelmente egoísta.
Igualmente nos extrañamos del hombre que decide dejar su trabajo para criar a sus niños. Sigue siendo una figura exótica en nuestro organigrama social, y no ponemos fácil la adopción a hombres solteros u homosexuales con instinto paternal, ni les facilitamos la maternidad subrogada.
Hasta que no igualemos el punto de partida, estas mujeres serán malditas. Y como me tira el lado oscuro, me pongo del lado de los malditos, hasta que haya madres y madros y padres y padras, y nos repartamos los papeles según el instinto, no según el sexo, y sólo entre los que se presenten al casting.
Hala, ya me he despachado. Me voy a recoger a mis niños
Hablaban de algo interesante, para variar: del tabú que supone hoy en día que una madre confiese que se arrepiente de serlo. ¿Cierto, no?. Ya es de ser "muy mala" carecer de instinto maternal, ni reloj biológico que te recaliente el útero hasta pedir a gritos esperma, aunque sea de bote. Pero si has cumplido con el canon social de parir hijos, y luego te arrepientes....eso es de bruja de las que arden eternamente en el fuego infernal. Contra natura, como mínimo.
Una de las debatientes, ni se planteaba la posibilidad real de que una mujer normal, sana, sin perturbación de sus facultades mentales, pudiera sentir ese arrepentimiento. No le entraba en la cabeza. Pero es que el resto, supuestas mujeres maduras, modernas, realizadísimas y profesionalísimas de lo que sea, únicamente se centraban la posibilidad de que se arrepienta de serlo por el menoscabo profesional y personal que supone el tiempo y el esfuerzo empleado en cuidar a los hijos, a costa de su carrera, sus aficiones y sus relaciones, volviendo a culpar a la desgraciada realidad de que falta mucho para que la dedicación a los hijos sea paritaria (aunque terminemos diciendo madres y madros, seguirán siendo las primeras las que apechuguen...). Y yo creo que hay más.
Del mismo modo que hace tiempo me puse del lado de las que no echan de menos el instinto maternal, me inclino ahora a pensar que sí hay mujeres con motivos para arrepentirse de su maternidad, y con derecho a expresarlo.
Yo soy madre vocacional y encantada de la tarea, porque tengo la suerte de tener dos hijos sanos, sin problemas de comportamiento, inteligentes, cariñosos y para colmo, guapos y del mismo padre (ésto facilita algunas cosas, pero no es fundamental). Aún así hay veces en que suponen una losa, porque la responsabilidad que tenemos sobre esas vidas anula tus prioridades. Ellos lo son. Siempre. Cada día. Para siempre. Para siempre, siempre. Aunque tengas la suerte de contar, como yo, con un padre que ejerce de tal, a la par conmigo.
Y debo ser muy rara, pero entiendo que hay mujeres que fueron madres demasiado jóvenes, sin criterio para decidir, o fruto de la violencia, del mal uso de anticonceptivos, ignorancia, costumbres, religión, o yo que sé.... y que con el paso de los años se dan cuenta del sacrificio que ha supuesto criar a un hijo no deseado, o no planificado, y sienten que han derrochado sus mejores años dedicadas a una persona que aunque sea tan suya, y la quieran tanto como se quiere a un hijo, no les compensa el negocio. Deben sentirse estafadas.
Por no hablar de las madres que sí lo soñaron, y su sueño se vuelve pesadilla en forma de hijo enfermo, en cualquiera de sus variantes, esclavizándolas durante años o décadas en su cuidado, o martirizándolas en el peor de los duelos imaginables, el de un hijo, si llega a fallecer. O las madres de hijos descarriados, que terminan delinquiendo, labrando dramas y guerras domésticas, que las llevan a rendirse sin condiciones, o perecer.
¿Cómo pretendemos que esas madres no se arrepientan de serlo? Lo que pasa es que no las dejamos decirlo, porque es moralmente inaceptable. Porque la abnegación maternal sigue siendo un pilar social al que los no madres se niegan a renunciar.
Arrepentirse de ser madres no tiene nada que ver con la maldad, que también hay madres que no merecen el título, ni con ser una desalmada sin principios, ni sangre en las venas, sino con que no todas las mujeres tenemos que ser madres, porque queramos ser otras cosas, o porque no estemos hechas para ello. Se necesita un talento especial para ser madre o padre, y no todas las mujeres lo tenemos. Y se necesita valentía para reconocer honestamente que no quieres dedicar tu vida a otro ser, porque quieres dedicarte a ti. Y punto.
El hombre que lo hace, es legítimamente ambicioso, pero la mujer que lo decide, es cruelmente egoísta.
Igualmente nos extrañamos del hombre que decide dejar su trabajo para criar a sus niños. Sigue siendo una figura exótica en nuestro organigrama social, y no ponemos fácil la adopción a hombres solteros u homosexuales con instinto paternal, ni les facilitamos la maternidad subrogada.
Hasta que no igualemos el punto de partida, estas mujeres serán malditas. Y como me tira el lado oscuro, me pongo del lado de los malditos, hasta que haya madres y madros y padres y padras, y nos repartamos los papeles según el instinto, no según el sexo, y sólo entre los que se presenten al casting.
Hala, ya me he despachado. Me voy a recoger a mis niños
martes, 6 de septiembre de 2016
45
Hoy cumplo 45. Desde hoy, estoy más cerca de los 50 que de los 40. Y eso está bien. Esto de vivir, aún con sus malos ratos, engancha.
Lo único que asusta es darte cuenta de que, a pesar de que muchos piensan que es el ecuador, que a partir de ahora es la cuenta atrás y todas esas chorradas (quién sabe si la cuenta se acaba mañana...), todavía no soy lo suficientemente sabia, ni serena, como para seguir sin equivocarme. Queda por aprender mucho más de lo que sé. Eso es lo que nos diferencia a los jóvenes de los viejos de 45 años, que de los dos tipos somos.
Yo sé ya algunas cosas: que cada día merece la pena por algo, que dios no existe, que el amor no mueve montañas, pero si las sube, el valor de la salud, que el sexo es bueno en cualquier variedad consentida por los partícipes, y que no es tan banal como muchos piensan, que hay arrugas buenas y malas, según el gesto que las origine, y que ninguna me gusta, pero me acostumbraré, que los padres somos responsables de crear buenas personas y enseñarles, sobre todo, a ser felices, pero no de que lo consigan, que no hay que hacerlo todo bien, y que nadie es menos que yo, pero más tampoco. Sé querer con todo el alma y sé que para que me quieran, tengo que quererme yo.
Me queda mucho por aprender, claro. No sé distinguir a los mentirosos, ni tolerar la mala intención. No conozco los paisajes, ni los sabores del mundo. No sé italiano. No sé decir adiós, aprendo, poco a poco, a decir lo siento. No sé frenar mi entusiasmo cuando lo tengo, ni encontrarlo cuando se va. No entiendo la gracia de Woody Allen. No sé soportar el dolor de mis hijos, ni ser inmune a sus sonrisas cuando quieren conseguir algo. Tampoco puedo evitar presumir de ellos.
Solo espero tener tiempo de aprender la mitad de lo que sé que no sé.
Brindo por ello.
Lo único que asusta es darte cuenta de que, a pesar de que muchos piensan que es el ecuador, que a partir de ahora es la cuenta atrás y todas esas chorradas (quién sabe si la cuenta se acaba mañana...), todavía no soy lo suficientemente sabia, ni serena, como para seguir sin equivocarme. Queda por aprender mucho más de lo que sé. Eso es lo que nos diferencia a los jóvenes de los viejos de 45 años, que de los dos tipos somos.
Yo sé ya algunas cosas: que cada día merece la pena por algo, que dios no existe, que el amor no mueve montañas, pero si las sube, el valor de la salud, que el sexo es bueno en cualquier variedad consentida por los partícipes, y que no es tan banal como muchos piensan, que hay arrugas buenas y malas, según el gesto que las origine, y que ninguna me gusta, pero me acostumbraré, que los padres somos responsables de crear buenas personas y enseñarles, sobre todo, a ser felices, pero no de que lo consigan, que no hay que hacerlo todo bien, y que nadie es menos que yo, pero más tampoco. Sé querer con todo el alma y sé que para que me quieran, tengo que quererme yo.
Me queda mucho por aprender, claro. No sé distinguir a los mentirosos, ni tolerar la mala intención. No conozco los paisajes, ni los sabores del mundo. No sé italiano. No sé decir adiós, aprendo, poco a poco, a decir lo siento. No sé frenar mi entusiasmo cuando lo tengo, ni encontrarlo cuando se va. No entiendo la gracia de Woody Allen. No sé soportar el dolor de mis hijos, ni ser inmune a sus sonrisas cuando quieren conseguir algo. Tampoco puedo evitar presumir de ellos.
Solo espero tener tiempo de aprender la mitad de lo que sé que no sé.
Brindo por ello.