lunes, 7 de enero de 2019

CARTAS

                   Hoy  he vuelto a releer cartas que alguna vez escribí. Cartas importantes, llenas de mensajes de dentro, de casquería y  mieles de las que hay que vomitar de cuando en cuando, para que no se te pudran.  

                   Guardo varias hermosas, llenas de sentimientos blancos, que cayeron en saco roto, porque su destinatario no supo valorarlo, o no tuvo el momento de quererme, y otras cuyas respuestas recuerdo llenas de besos, de calor y de sonrisas. Unas por otras, como la vida.


                   Fuera como fuera, son mi manera de abrazar, despedirme, o de llamar a las puertas. 
Lástima que no estén de moda. 

                   Hay una en particular, que he releído varias veces en estos meses, por su importancia en mi vida.  Me sirvió de terapia para expulsar mis demonios, para pintar la casilla de salida, desnudarme y podar mi alma en medio del crudo invierno que viví, con la esperanza de que brotasen rosas. Cada vez que vuelvo a ella, la sensación es diferente, conforme comparo mi estado de entonces con el del momento de leerla. 

                   Esta vez
me ha conmovido especialmente, al ser consciente de que la sangría que me supuso, y sigo hablando del alma, alivió parte de mis males, y empiezo a admirar los redaños que saqué de no sé donde para salir del agujero donde la escribí. Le he dado a aquella Silvia los besos y los abrazos que no tuvo, y un empujoncito hacia arriba a la que escribe hoy, que sigue por buen camino, despacito y con buena letra. 

                   Y he aceptado al fin que hay cartas escritas para no tener respuesta, y  respuestas que dejan de esperarse cuando entiendes el poco valor que te otorga quien te la debe. 

                    Tengo que volver a escribir cartas blancas....