sábado, 14 de noviembre de 2015

SIGLO XXI, GUERRA SANTA

                           Hace apenas  dos semanas, mi marido y yo  estuvimos en una sala de conciertos, y lo pasamos francamente genial. Habíamos dejado a los niños en casa, al cuidado de la abuela. Una cena rápida antes de entrar al concierto, una copa,  y dos horas bailando y disfrutando del espectáculo. Una gran noche. Como la que supongo planearon los  asesinados anoche en Bataclan. 

                           Hace apenas unos meses,  mi marido, mis hijos, unos amigos y yo,  fuimos al pabellón de  deportes a ver un partido de baloncesto. Queríamos  fomentar el gusto de los niños por el deporte,  y pasar un buen rato,  fuera de lo habitual. Estaba casi lleno de familias como nosotros,  y lo pasamos muy bien. Como, imagino,  querían hacer los espectadores del partido en Sant Denis. 

                           Hace escasos años,  mi marido,  mi hermana, mi cuñado y yo fuimos a conocer París.  Unas mini vacaciones, precisamente en  noviembre,  que recuerdo como uno de los mejores  viajes de mi vida. Mi niña de tres años,  se quedó con  la abuela.  Cada noche, paseábamos por sus calles y cenábamos donde se terciara,  como los masacrados anoche en las calles de París.

                           Hoy, el corazón se me encoge y se me erizan los vellos, al pensar en la suerte que  hemos tenido de que en ninguno de esos momentos hubiera cerca un canalla convencido de que morir matando a los que no creen como él, le garantiza el paraíso. Mis hijos siguen  vivos,  y no son huérfanos, ni mutilados, ni heridos,  no porque a su padre y a mí se nos vaya la vida en cuidarlos,  sino  por puro azar. 

                           Las  Cruzadas,  la  Guerra  Santa y tantas abominaciones similares,  nos pueden parecer desfasadas, historia antigua en la que basar guiones atroces. Pues no, señores. Hemos dado un salto hacia atrás en la evolución del hombre,  y  todavía existen seres,  aparentemente humanos,  que mueren matando en nombre de un Dios.

                          Da miedo, mucho miedo, ponerse en la piel de los asesinados, imaginar su terror,  el dolor de sus familias, el destino de tantos niños como quedaron al cuidado de sus abuelas esa noche, de tantos planes truncados,  de tantas vidas sin acabar.  

                          Da pánico pensar que yo planeaba pasar la Navidad en París. Y más miedo aún, pensar que la  pueda pasar aquí uno de esos que se llaman musulmanes.  

                           Da terror verte explicándole a tu hija que no, que sus compañeros están equivocados, y que porque  tengamos gestos de apoyo al pueblo francés en las redes sociales, no van a venir del EI a buscarnos y matarnos. Sobre todo, porque si quisieran, ya lo habrían hecho. Y esto es solo el principio. 

                           Se ha matado y dañado tanto en nombre de las religiones,  que si de verdad existiera algún dios,  debe estar avergonzado de habernos creado. Ojala me equivoque,  pero me da la sensación de que esto no ha hecho más que empezar. 

                           Que la suerte nos proteja. 

                          

EGOÍSMO

         Amiga, los nudos de mi garganta los forman los atascos de las rabietas, amordazadas por la consciencia de saber  que no me  pertenece, que no tengo derecho a negarle nada, y que no puedo impedir que desee cosas que están fuera de mi alcance.

        La sonrisa que a veces no  me ves, se borra cuando no quepo en sus legítimos planes, ya hasta los míos se me terminan atragantando.

        Y la tristeza acude a visitarme, porque quiero quererle con la parte racional de mi cabeza,  pero lo hago con la que llaman corazón, que resulta ser una loca malcriada y caprichosa. 

        Todo eso, amiga mía, es egoísmo del grande,  del que siempre abominé, y que ahora trato  de tragarme como si fuera cicuta. Nunca permitas que lo llame amor. 

        Voy a darle tiempo al tiempo, espacio a los deseos, alas a  los pensamientos y besos al aire. 

        A ver si los recoge. 
       
        A ver dónde llegan...

martes, 10 de noviembre de 2015

UN REGALO

                  Durante días le dio vueltas a la cabeza,  pero no encontraba la canción.  Había visto en una peli  a una una chica que sorprendía a su novio con un streptease,  y quiso hacer lo mismo.

                 Llevaban  años juntos,  y se desnudaban muchas veces,  la mayoría con prisas por quererse,  pero aunque se había desvestido mucho con él,  nunca lo había hecho "para él". Tendría que resolver dos temas: encontrar la música adecuada,  y que era bastante patosa bailando.  

                  Por fin,  esa mañana la encontró. No era una gran canción,  ni siquiera realmente buena, pero sonaba tranquilamente sensual,  y se veía capaz de seguir el ritmo sin parecer demasiado torpe. La letra, además,  iba de un baile íntimo con  una reina de la belleza de Nueva Orleans,  y por lo poco que entendió, le pareció una bonita historia. 

                  Estuvo ensayando toda la mañana. No se veía improvisando, así que coreografió cómo y cuando quitarse cada prenda, hasta quedar desnuda justo al final de la canción.

                  Cuando  él llegó por la tarde,  tomaron cualquier cosa en el salón,  le contó su día,  ella se inventó el suyo,  y le llamó la atención la prisa de ella por encerrarse en el dormitorio de aquel  piso compartido de estudiantes. Entró en el cuarto, había una silla en el centro, una luz tenue y el reproductor de CD's en la mesita de noche.  Ella echó el pestillo,  le besó sensualmente y le dijo que tenía una sorpresa. Le desabrochó el cinturón y le pidió que se quitase  los pantalones,  mientras ponía música y sacaba un par de pañuelos de debajo de la almohada.  Le pidió que se sentara en la silla  y le ató las manos a la espalda.  Su cara era un poema. Luego le advirtió que si no seguía las normas,  se iba a cargar un momento especial, así que debía estarse quietecito, porque,  obviamente,  las ataduras no eran como para detenerlo... Con el otro pañuelo  le tapó los ojos. 

                  Ya se había colocado la ropa interior,  así que solo tuvo que sustituir la camisola por una falda negra muy ajustada y una camisa de rayas,  en plan ejecutiva,  dejando desabrochado algún  botón de más.  Cuando comenzó la canción, le destapó los ojos.  Le costaba creer lo que veía. Aquel escote que le estaba besando era su novia, eclipsado por aquella lasciva mirada que le atrajo casi más que el resto.  Se ruborizó un poco ante su cara de sorpresa...pero ahí estaba, y él no sabía a qué parte de su cuerpo mirar. 

                  Se acercó, bailando y acariciándose como si llevase siglos haciéndolo, y mirándolo con malicia desabrochó lentamente los botones de la camisa de él,  besando y lamiendo su cuello,  mientras le acariciaba la entrepierna,  que a esas alturas ya daba fe de su contento.  
A ella, la imagen de él con la camisa abierta,  sus magníficas piernas desnudas y su sexo amenazando con escapar de la ropa interior, le pareció treméndamente sensual, y desató sus humedades. Se acercó,  siguiendo siempre la música,  levantando lentamente su falda,  y se sentó sobre sus piernas,  dejando que viera el borde de las ligas, a la par que se columpiaba sobre él y le rozaba con los pechos. Cuando hizo el amago de desatarse,  le advirtió con un no risueño y se levantó. Se dio la vuelta y se desabrochó la falda  contoneandose ante la cara de él,  y frotándose con sus rodillas.  Se alejó apenas dos pasos para que  contemplara cómo se desabrochaba la camisa,  mientras dejaba ver el liguero negro,  el mínimo tanga y los pechos peleando por saltar desde el borde del sujetador.

                 Bailaba y susurraba la canción  a su alrededor,  le acariciaba las piernas, los brazos,  le presentaba cada parte de su anatomía. De espaldas,  pero sin dejar de mirarlo, con el morbo  llenándole los ojos, contoneó su trasero apenas a un palmo de su cara. Cuando se dio la vuelta,  empezó a pensar en todo lo que haría cuando le desatara,  pero le faltaba el aliento porque era ella quien besaba,  lamía y acariciaba. Con un pie en la cama,  se desabrochó  el liguero y se quitó las medias,  igual que hubiera hecho la mismísima Gilda. En el segundo estribillo,  bailaba usándolas  para acariciarse el sexo, y se acercó para dejar que él mordiera su sujetador,  intentando quitarlo. En el mejor momento del final de la canción,  liberó sus pezones acusadores y se los prestó en la boca,  justo antes de desatarle las manos al terminar la canción.  

               Se revolcaron en la cama y en la alfombra hasta que agotaron las fuerzas de los dos, y no necesitaron más ropa el resto de la tarde. 

              Fue una idea genial,  un regalo desde dentro. 


              Le gustó. Le gustó mucho. Lo sé porque yo estaba allí, y él no lo ha olvidado.

viernes, 6 de noviembre de 2015

SATURDAY NIGHT

                       A veces necesitas un amigo que te saque las espinas del alma.  Un amigo con quien abrir la caja de tus tormentas,  sin que se cubra con un paraguas,  como otros,  sino que se quede a tu lado a  mojarse con la lluvia,  a contar los truenos y los relámpagos.  

                       Yo lo tengo,  pero mi temporada de huracanes está siendo intensa y larga, y él viene tocado de sus propios tifones, así que a ver cómo sorteamos los rayos,  sin que nos lleven por delante.

                       He descubierto que empapar su pecho descongestiona el mio,  porque la misma llave que libera  el llanto,  abre las compuertas de la risa,  que ya vendrá de camino,  porque cuando se limpian las tuberías, primero sale el barro.

                       A veces,  muchas veces,  necesitas hablar con ese amigo de tus fantasmas,  porque invocarlos es la  única forma de enfrentarlos. Ese amigo se convierte entonces en el exorcista de tus desgarros. Si te quiere, como el mio,  se queda para levantarte,  para seguir luego en el mismo sendero,  aunque a diferente paso,  sin que te sientas pequeña a su lado. Tanto así me quiere.

                       Voy a levantarme.  Voy a perdonarme,  porque de los errores se aprende,  porque el que se tropieza y cae,  es porque se mueve. Voy  a revocar esta autocensura  que no busca sino ocultar mi debilidad,  mis 50 sombras, mi miedo atroz a no estar a la altura,  a que la decepción te aleje, a entender que me equivoco y asumir las consecuencias, mientras siento que me hundo en mis  arenas movedizas. Voy a concederme la absolución.

                      Respetaré los espacios,  pero dejando que me invadas de cuando en cuando,  y sin miedo de atacar el tuyo alguna vez.

                      El dinero llama al dinero,  las desgracias nunca vienen solas, y las sonrisas provocan otras. Del mismo modo,  hay que quererse mucho para que te quieran,  y yo he dejado de quererme. Eso te cubre de moho,  apergamina tu piel y te deslustra el pelo y la mirada.  Me toca cuidar de mí, para volver a ser aquella mujer que me gustaba tanto, capaz de volverte loco, y dentro de poco,  cuando relea estas letras,  será como ver una película antigua, de las que empiezan  mal,  sabiendo que al final se besan. 


Créeme  amigo. "I'm feelling like a monday,  but someday,  I'll be saturday night..."

miércoles, 4 de noviembre de 2015

ENTUSIASMO CONTROLADO

                    Soy de ese tipo de mujer a la que le costaba controlar el entusiasmo. Disfruto de un vivir impetuoso, que no aventurero,  intenso, y a veces,  hasta excesivo.  Pero tengo arrinconados los planes. 


                    Los vientos,  que no acaban de soplar a mi favor.

                     Me gusta  la música alta,  la playa con olas,  la cerveza fría,  las montañas rusas,  las tormentas,  los volcanes... Los abrazos fuertes,  los besos largos,  los bocados y los revolcones imprevistos.  El pan crujiente, las naranjas ácidas, los helados de chocolate, grandes, y los hombres guapos, que sepan mirar. Los regalos con mensaje, las conversaciones con doble sentido, pero del bueno,  del  bonito. Las bodas  con orquesta y la Feria vestida de flamenca,  los zapatos de tacón alto y los vaqueros ajustados,  las pestañas con rimmel y los labios en crudo,  para sentir más.. Los aviones al despegar, las camas con  muchos almohadones,  y los besos todo el día. El café con mucho azúcar,  las tostadas sin quemar,  y Tú...con muchas ganas.

                   Suele ser fantástico,  porque gozar en superlativo es genial,  pero tiene su lado oscuro: del mismo modo se sufre,  intensamente.   El dolor se nos atraganta entre la boca y el corazón, y nos agarrota las puntas de los dedos. Y nos sentimos solas,  abandonadas e incomprendidas  al pretender contagiar nuestras ganas de todo,  nuestra forma de ver las cosas.

                  A veces deseo encarcelar mis pulsiones,  enconsetarlas con templanza,  vestirlas de tibieza y  serenidad. Encajar,  no distorsionar.  Pero me salen granos,  me da dolor de cabeza,  acidez y se me secan los ojos, y no puedo llorar,  que es tan malo como no poder reír,  y dejo de ser Yo,  porque estoy enganchada a las endorfinas.

                 Me consta que soy difícil,  pero si de algo estoy segura es de que merezco la pena,  que la falsa modestia es pecado,  y que cuando he intentado frenarme, no me he reconocido en el espejo.

                 Quiero dejar atrás el miedo a desbocarme, no seguir midiendo mis palabras,  dejar de censurarme, de corregirme.

                 Y cuando lo  consiga, quien me quiera,  que me acompañe. Si quiere.