sábado, 7 de julio de 2018

JJ49

            A veces la vida regala momentos que ni siquiera alguien con la mente suelta hubiera imaginado vivir, ese tipo de fantasía que se antoja inalcanzable, no por complejidad erótica, sino porque precisa que se alineen demasiados astros. Si además la fantasía en cuestión no es tuya, sino de otro, la perplejidad puede ser mayúscula.

            Es la reflexión que me hago mientras me invade el sueño, desnuda, a las cuatro de la madrugada, contemplando mis piernas a la luz de la luna casi llena, que se cuela por la ventana.  Después de expulsar conscientemente a los angelitos buenos que  recriminaban mi inconsciencia, he preferido no ducharme para dormir, y prorrogar la locura, la experiencia hasta mañana. Te cuento...

             Hace unos días, un conocido de buen ver me propuso tomarnos algo. La excusa era que coincidíamos en un evento, que pudo ser la presentación de un libro, inauguración de restaurante, bodorrio, congreso... El conocido en cuestión es alguien con quien compartía cierta empatía, y de quien  tenía concepto de ser buena persona, interesante, y de fiar. Y bastante...como un queso.

            Cuando comienzas a intercambiar mensajes con alguien sin que os una una relación tangible, sin tener nada que perder, pero mucho que ganar, se te sueltan las teclas y la poca vergüenza, y terminas metida en conversaciones realmente interesantes que rozan lo absurdo... pero le dan ese puntito de interés a la vida. Esa chispa.

             La conversación con JJ49, como le llamaré a partir de ahora, para que se ría al leerme, pasó en dos lineas de un tono francamente inocente a pedir que me desnudase. Con un descaro tan elegante, y envuelto con un celofán tan atractivo, que unas líneas más abajo le estaba casi contestando que si. Todavía no sé cual de los dos le echó más caradura.

              La cosa es que tras los correspondientes preliminares en forma de charla, cena, coqueteo y alterne del de hablar, acordamos escaparnos furtivamente del resto de habitantes de la tierra y hacer algo que ninguno de los dos había hecho nunca.

              Sin exceso de alcohol, sin falta de neuronas, sin maría, sin nada que nublara nuestros sentidos, en un ejercicio de libertad absoluta, estaba en una habitación completamente oscura, y silenciosa, de pie, frente a un casi desconocido, dispuesta a que dejara de serlo, con la premisa de que el sexo no era ni la finalidad, ni el final ineludible de aquello. Le tenía a 20 centímetros de mí, y no podía verle. De hecho, intenté ver mi mano ante mis ojos, y nada. Era requisito indispensable, la oscuridad ciega,  para excitar al máximo el resto de los sentidos y no dejarnos engañar por los ojos. Sentía su respiración, casi notaba el calor que desprendía y era consciente de su envergadura. Me gustan los hombres grandes. Y juraría que estaba tan impresionado como yo.

              Volvió a preguntarme si estaba segura, y a repetirme que cualquiera de los dos lo podría parar cuando quisiera. Nos faltó establecer una palabra clave. Guiño, guiño. Lejos de estar tensa o preocupada, recuerdo cierto vértigo en ese momento, que supongo generado por la ausencia de referencia visual o sonora, y el vacío de muebles o estructuras alrededor. Solos él y yo. Y las horas por delante.

              Se quitó la camisa y me la dio. La acerqué a mi cara. Sentía el calor, el olor. Una camisa como cualquier otra, que en ese momento no tenía ni dibujos, ni color. Sólo el efluvio y la temperatura de una piel que no conozco. Mi turno. Me quité el vestido y se lo entregué, con un gesto que me pareció demasiado ceremonioso. Pero JJ49 no pudo verlo, como yo no pude ver qué hacía con mi vestido. Le oí olerlo, pero nada más. Luego me entregó su pantalón. Es curioso. Una prenda tan definitoria de los hombres y fue la que menos información me dio, salvo que sus piernas también estaban calientes. Recuerdo ser consciente en ese momento de mi sonrisa de oreja a oreja en la oscuridad. Las sonrisas que no ve nadie son las más sinceras. No venden nada. Tenía a JJ49 en ropa interior a menos de una cuarta de mí, sin caer en que yo estaba igual. Me alegré de que fuera verano, así él no llevaba calcetines, y de haberme puesto  las braguitas del color del sujetador. Por si se encendía la luz de golpe...Me gustó la idea de imaginarle oliendo y tocando mi sujetador, que acababa de quitarme, adivinar qué sentía. Y a continuación, sus calzoncillos. No pude evitar cogerlos con más cuidado que el resto de la ropa, pero el algodón no engaña, y aquel estaba limpio, y los aromas que pude adivinar eran de piel de hombre sin nada que mis sentidos reprochasen. Por ahora todo bien. Le dí mi tanga, y me sentí más desnuda por el hecho de que lo tuviera en sus manos y lo acercase a su cara, o a donde quiera que lo acercase, o cómo lo manipulase, que por el hecho de estar completamente en pelotas delante de un hombre casi desconocido, del que ya sabia como suena su voz cuando susurra, y como huele su ropa.

             Llega el turno del olfato.

             Me pide que me de la vuelta. Agradezco  en mi interior que empiece por la espalda. Debe recorrer todo mi cuerpo, todo, sólo con el olfato. Recorrer cada rincón tratando de percibirme, de sentirme, de apreciar qué le dice su nariz de mi. Me retira el pelo de los hombros y acerca su cara. Su respiración, encantadoramente serena, acompaña a su nariz por mi cuello y mis hombros, cuya sensibilidad él todavía desconoce, pero mis pezones no, así que, en silencio, se manifiestan excitados. Suspiro y trato de serenarme, de concentrarme en el recorrido de su nariz. Va bajando por los brazos, por la espalda. Tengo a un hombre al que jamás he tocado recorriendo mi cuerpo a menos de dos centímetros, y siento su aliento por cada rincón que me huele. Ha terminado la espalda y todavía no ha llegado a las piernas. Me sorprende, de nuevo, lo fácil que me resulta. Estoy dejando que me perciba, sin trampas ni cartón. Nosotros y nuestros sentidos. Susurra que me dé la vuelta. Vuelve mi sonrisa mientras me olfatea la cara y las orejas. Con la luz encendida, a esta distancia, ya nos habríamos besado, aún vestidos...Ni un roce, ni una mano. A veces el contacto de su nariz, cuando no calcula la distancia a mis relieves. Desciende por mi pecho, se detiene. Yo también lo haría. Las axilas, la cintura, las caderas. Cuando se para en mi entrepierna siento que se me ruboriza el cuerpo entero. No es excitación, es emoción. Aquel hombre está intimando conmigo más que algún amante, y ni siquiera me ha tocado. Termina de recorrer mis piernas y hasta los pies... Ahora me toca a mí.

              También  empiezo por la espalda. Tengo que apoyarme en sus hombros y ponerme de puntillas para llegar a  su cabello. Aunque mi olfato es nefasto, algo me recuerda al aroma suave de chamṕú reciente. ¿Olerá igual el pelo liso que el rizado? ¿Y las canas? No hay potingues ni lacas, no las necesita su cabello corto. No me entretengo en los hombros porque no aguanto más de puntillas. Huelo su espalda. Despacio, sin prisa. Un aroma suave, masculino, no reconozco ningún perfume, pero encontrarlo sería meritorio en mí.  Axilas en las que pararse sin huir, eso me importa en un hombre. La cintura. Las nalgas, que adiviné agradables cuando cogí sus calzoncillos. Aquí he perdido un poco las referencias y he tenido que orientarme con las manos tocando sus piernas, levemente tensas, en un intento de no moverse, imagino. No huelen mal ni sus pies. Se da la vuelta. Huelo su cara, sus labios, su aliento, que también me gusta. Su pecho grande, ancho, su vello recortado. Tropiezo con una de sus tetillas, que como las mías, lo está pasando bien. Empiezo a bajar intentando mantener  la serenidad. Me sujeto  casi sin apoyarme en sus caderas,  en parte para no caerme al agacharme, y en parte para evitar un encuentro brusco con sus genitales. No se cómo son, cómo están, ni hasta dónde llegan. Se me escapa otra sonrisa al pensarlo. Menos mal que no me ve. Que nadie lo hace. En este momento me encantaría  espiar su cara. Desnudo, a solas con una casi desconocida, que le huele mientras intenta hacerse una idea de cómo es...¿oliendo? ¡Si ésto es casi lo último que se hace en una relación normal...!. Termino de recorrer sus piernas y sus pies, con cierta prisa por cambiar de sentido...

              Tacto. 

              Tocar a oscuras a alguien por primera vez era protocolario cuando las relaciones imponían la virginidad en el matrimonio, y cuando la timidez y el puritanismo lo prolongaban después, pero hoy en día, cuando tocas o te comes algo, ya lo has visto, salvo un aquí te pillo, aquí te mato. Pues JJ49 estaba tocando mi pelo, mi cuello, mis brazos y mi espalda sin apenas haberlos visto, y porque es verano. Los toca como quien examina la fruta, o acaricia la suavidad de una piel o de un animalito al que no sabe si molesta. No molesta, te lo digo yo. Tiene unas manos grandes, suaves, cálidas, lógicas si supieras su profesión. De vez en cuando aprieta un poco, como haciéndose a la idea de mi consistencia. Se para en el culo. Acaricia y estruja con suavidad mis nalgas. Las separa. Recorre toda la hendidura con sus dedos, y llega incluso un poco más allá de la parte correspondiente a la espalda. Creo que acaba de ser consciente de lo bien que lubrico. Sigue adelante, como si nada. Bueno, adelante no, abajo. Recorre mis piernas como si las fuese a dibujar luego. Espero haberme depìlado bien. Date la vuelta. Sin problema. A esta altura ya me he acostumbrado a la oscuridad, no porque vea, sino porque ya no siento esa especie de mareo del principio. No me cuesta mantenerme derecha, ni me voy hacia los lados. Pero estoy empezando a excitarme. JJ49 recorre mi cara, como los ciegos de las películas cuando intentan ver con sus manos. Mete un dedo entre mis labios y me dan ganas de que lo deje por ahí. El cuello, los brazos, las axilas...y los pechos. Los abarca con sus manos y los manosea con cuidado. Pellizca mis pezones, que le contestan. Amasa, acaricia, creo que se hace una idea bastante clara de cómo son. Y yo alucino por lo cómoda que me siento mientras este hombre casi desconocido al que hace un momento he olido entero, me toca los pechos como si nada, con todo el derecho que yo le otorgo. Sigue por la cintura, otro de mis puntos vulnerables. Menos mal que no se para demasiado, pero encuentra mis ingles... el vello púbico, y la vulva, que al principio recorre con suavidad, como marcando los márgenes y los volúmenes. Me pregunto hasta dónde llegará y si está tan sorprendido como yo de que ésto esté pasando y sea tan genial. Va mas allá y su dedo confirma que tengo vagina y que está húmeda y tibia. Tirando a volcán. Piernas, pies. Eso si me da vergüenza, porque tengo unos pies horribles. 

                Mi turno. Espero que le haya gustado,  porque yo tengo muchas ganas de tocarle. Quiero comprobar si la sensación que tengo es cierta, quiero comprobar que a mis manos también le gusta. Me ahorro los detalles de unos brazos grandes y duros, igual que sus piernas y su tórax. Todo muy bien, en su sitio, no falta nada, y lo que sobra es irrelevante. Tocar su culo ha sido fácil. El que tuvo retuvo, y estas nalgas han hecho bastante gimnasio. El momento cumbre, claramente, es cuando toco sus genitales. Tengo en mis manos  los  de un hombre cuyo cuerpo me está gustando, pero del que recibo una sensación que jamás sentí con nadie. Realmente me interesa adivinar por el tacto cómo y cuanto, y estimar su reacción. Sin entrar en detalles, si ésto fuera a más, serían de mi talla. Toqueteo una discreta erección que supongo trata de evitar. Espero que le esté costando, porque yo acabo de frenar mi respiración  para no estropear el momento. Estamos sintiendo. Conociendo, tratando de ver sin ojos. Y es bonito y gratificante y emocionante. Me alegro de haber dicho que sí. Y más que me voy a alegrar. 

               Ahora saborear. El gusto. Alucinante, ¿no? Sin apenas conocernos, nos vamos a lamer el uno al otro tratando de averiguar,  de sentir si estamos comunicados de algún modo, si hay algo especial en esa persona a la que no ves.

               Su boca es buena. Muy buena. Su lengua sigue el mismo camino que antes su nariz y sus manos, pero dejando el frescor que  sigue al calor húmedo de unos labios, o una lengua. Tengo la sensación de ser un postre, pero de los buenos, de los que comes despacito, porque no quieres que se acabe.  Noto como a veces se desboca su respiración. No se detiene mucho en las nalgas, a mi pesar, pero las separa con sus manos y me inclina hacia delante, invitándome a doblarme, dejando expuesta también mi vulva a su lengua. La recorre con suavidad varias veces, desde atrás, resultando interesante para los dos. Esto ya es intolerable.... Que no pare, por favor. Me da la vuelta para invadir mi boca, mis ojos, mi nariz. Lame mis orejas, mi cuello, mis sobreexcitados hombros y vuelve al pecho, esta vez sin manos. Baja. Arde su boca, y a pesar de ello, no tiene piedad cuando la detiene buscando mi clítoris. De sobra sabe dónde está, que ya lo encontró perfectamente con los dedos...Termina las piernas y los pies. Soy consciente de que no nos hemos dicho ni una palabra, ni un suspiro o gesto de más, aparte de los "date la vuelta". 

                Ahora lamo yo. El cuello y la espalda son enormes. Tengo que volver a beber agua. Pero me permito el capricho de  pararme en sus brazos, grandes y musculados, y me recreo en sus dedos. Los de la mano derecha saben a mi. Date la vuelta. Por fin. Recorrer su cara con mi boca me parece algo que trasciende. No me veo lamiendo  la cara de nadie, y no sé si se lo haría a JJ49 con luz. Recorro sus labios y me arrepiento de haber sido tan tímida con la lengua en su boca. Pero ésto no es sexo. Me doy cuenta porque soy capaz de parar. Creo que el gusto es el sentido al que más crédito doy, así que voy recorriendo su cuerpo sin prisas, porque me gusta como sabe. Los pequeños matices, según los pliegues y la suavidad de la piel.  Por supuesto sus testículos y su pene pasan la cata. Me gustaría  saber si quiere que me entretenga, pero  no vamos a cargarnos la situación justo al final. Ya los conozco. Si se tercia y se da la ocasión, volveremos a disfrutar de nuestros cuerpos, pero con otros roles e intenciones. He terminado. 

               Me pongo de pie frente a él. Analizo, intento captar lo que me pasa, lo que siento, cada sensación. Claro que estoy excitada. Un hombre delicioso, nunca dicho con más justicia, ha recorrido  mi cuerpo tres veces. Tengo su saliva por todas partes. Conozco sus rincones y él los míos. Sé lo grande que es, lo duro que está, como huele su aliento y cómo suena su respiración. Sé dónde tiene pelo y dónde no, dónde se arruga su cara y se marcan sus huesos. Estoy emocionada de veras. Tengo erizado cada vello de mi piel, y si tuviera el poder, abriría cada poro para absorber más de su esencia. Supongo que lo que siento lo provoca la euforia y el goce de esa experiencia nueva, distinta, tan gratificante, que no volveremos a repetir, porque ya nos hemos desvirgado en ese sentido. 

                Se aleja unos pasos, para encender una luz tenue, y entonces podemos  vernos. No me sorprende nada de lo que veo, no me intimida que vea nada. Compartimos un especie de limbo y una sonrisa de satisfacción sincera. Como cuando encuentras a un amigo que hace mucho que no ves. 

               El abrazo fue como ninguno antes. Abracé con todo el cuerpo, con toda la mente. No hablo de sentimiento, hablo de sensación. La complacencia consciente de tener  en común  algo que pocos consiguen, algo que nadie va a entender nunca en toda su magnitud. 

               Si vuelvo a verle, genial. Ya veremos el tipo de amistad que construimos. Si no ocurre, me quedo con las sensaciones y las guardo con mis recuerdos selectos. Y deliciosos.




P.D: Espero que le gustasen mis piernas. Se ven preciosas a la luz de la luna.