domingo, 19 de octubre de 2014

VESTIDA DE OTOÑO

                          A veces una se siente plena, llena de gracia, satisfecha del rumbo que van tomando las cosas. Otras no. Otras, sientes que tendrías que haberte mordido la lengua, o dado un puñetazo sobre la mesa. Pero las palabras y el valor no acuden a la boca cuando una precisa, sino cuando les viene en gana, como el llanto y la risa. 

                          Es bueno que pase así, que no podamos controlar las emociones, ni la situación, ni el tempo, que la vida nos maneje casi a su antojo, o a capricho de los demás. Porque llorar, reír, aborrecer y querer con locura, son los detalles inmensos que nos diferencian de los árboles y los autómatas. Lo que nos hace sanar o enfermar. El alma, creo que le llaman...

                         Mi alma, o lo que sea, está bailando, haciendo equilibrios con su propia paz, y se ha vestido de principios de otoño, que es esa época, no tan triste como dicen, en que las luces de la tarde se hacen cobrizas, como el sentir de los años que llevo en mi cuenta, embellece los abrazos y los besos, y suaviza la crudeza de los arañazos del corazón. Satisfecha del recorrido y hambrienta, esperando el segundo plato y el postre. 

                        Igual que ningún azul es tan bello como el del fin del día de mi playa en el verano, tampoco hay atardecer como el del otoño en las hojas caducas. 

                        Claro que todavía me invaden, a veces, sin avisar, tormentas primaverales que desordenan  mi conciencia. Se ve que no acabo de madurar...afortunadamente.

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