Tu risa nunca suena tan bien como cuando ríes a milímetros de mi boca y es culpa mía.
Oirla alimenta mis reservas de endorfinas, y provocarla es un privilegio. Eso, y tus manos en mi cintura, palmo arriba o abajo, o ambos, que tus ganas se recreen en el final de mi espalda...
Porque a veces, un abrazo con complementos, puede ser un placebo eficaz contra el hambre de besos y caricias, que sólo saciamos con la horizontalidad.
Pero a falta de pan...
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