No tengo ni idea de cómo explicarle a mi hija de catorce años, a sus amigas, a las jóvenes que conozco, que la salvajada que la manada le hizo a esa chica no es violación. Que en este país, su libertad para divertirse llega hasta donde se crucen con un salido salvaje, al que la justicia apoya en su idea de que puede hacer con sus cuerpos y sus dignidades, lo que le venga en gana.
No soy ducha en leyes, pero entre las diferentes opiniones sobre la indignante sentencia que he escuchado, las hay de gente de bien que si que entiende, y me ha parecido entender que la diferencia entre abuso y agresión sexual, es que exista situación de violencia o intimidación. Y ahí es cuando se me hiela la sangre. Los magistrados que sentencian entienden que una chica de dieciocho años (¡¡dios, que no es menor por semanas o meses!!...), bajo los efectos del alcohol, ingerido voluntariamente, porque le dio la gana, rodeada por cinco supuestos hombres (cinco, señores, contra una...) que la "invitan" a meterse en un portal sujetándole las muñecas, y que la desnudan sin que ella pueda reaccionar por el miedo y la borrachera...pueda no sentirse violentada o intimidada.

Repito, no sé cómo explicarle a mi hija que su libertad está acotada y restringida respecto a la de su hermano, aunque su padre y yo les eduquemos con los mismos principios. No sé explicarle que cuando ella salga con sus amigas, o sola, vamos a sentir más miedo que cuando salga su hermano.
Tampoco sé como decirle a mis padres que no se preocupen, que aunque vuelva sola a mi casa de soltera, de madrugada, no hay mayor problema que cuando lo hace mi hermano o mi exmarido.
No me parece justo que si esta noche, en la fiesta a la que voy, conozco a alguien que me atraiga lo suficiente como para desear acostarme con él, sea el miedo a que me pueda hacer daño lo que me frene. Porque todavía no he escuchado a ningún amigo que haya sentido eso. Amigas, muchas.
Me parece rocambolesco que cuando me separe de la amiga con la que salgo, tenga que caminar con el móvil en la mano, listo para llamar pidiendo ayuda, y que haya mecanizado ya el gesto de mandarle un mensaje cuando llego a casa, sana y salva, y no dormirme hasta recibir el suyo. Tampoco conozco a ningún amigo que lo haga.
El miedo coarta mi libertad, y el miedo deriva de la impunidad con la que se puede atentar contra mi cuerpo, y esa impunidad viene del sentir social de que las mujeres somos distintas a los hombres, claro, pero inferiores.
No sé como explicarle a mi hija que hay más manadas sueltas por ahí, buscando presas, y que la sociedad en la que vive no hace nada por protegerla.
Hoy voy a salir, sin pareja, con ánimo de conocer gente nueva, y probablemente vuelva con miedo, porque la sentencia de hoy ha sido un bofetón a las mujeres, una advertencia, un aviso: las manadas no agreden, sólo abusan.
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