miércoles, 28 de noviembre de 2018

DESAPRENDIDO

                Vivo sola desde que entendí que es mejor que la soledad acompañada, y he aprendido más en estos meses que en décadas, por lo que agradezco la gota que colmó el vaso  tanto como aborrezco el tiempo que tardó en  llenarse. Aquel vino no era el que habíamos pedido. La vida se confundió.

                 Me he mirado mucho, por dentro y por fuera, y he ganado valor estudiándome, diseccionando mi alma, sus luces y sus sombras. Me replanteé lo que sabía sobre la amistad, el amor, el paso del tiempo, la lealtad, la honestidad y las certezas. Asumí desencantada que existen falacias que se repiten hasta que las encajamos entre nuestras supuestas verdades, que todo el mundo miente, y que a Santo Tomás se lo hicieron mucho, por eso tuvo que tocar la llaga del costado  para creer.

                 Comprobé en mis carnes que para que te quieran tienes que quererte, que es mejor un príncipe marrón o verde que uno azul, que el sexo no está en absoluto sobrevalorado, pero que el bueno es  como los gurumelos, hay que saber encontrarlo. Que el amor no tiene edad, pero lo complicamos con  planes de futuro preconcebidos y estandarizados, que puedes tardar años en darte cuenta de que los zapatos que llevas no son de tu número, que te rozan, y que luego hay que curarse  los callos y los dedos torcidos.

                  Descubrí que mi casa está donde estén mis hijos, porque nací para muchas cosas, pero entre ellas, para madre, lo que no me hace mejor que otras mujeres, pero contribuye de forma extraordinaria a mi felicidad, y que cuando ellos vuelen, mi hogar será cualquier sitio al  que me apetezca volver. 

                  Deduje que si la astrología fuera ciencia, y por lo tanto aceptable, yo sería un collage del horóscopo, demasiado caótica para  Virgo, inestable para Tauro, sensata para un cuerpo Escorpio, pesimista para Leo, y con poca intuición para   Piscis, y así hasta  doce... porque no sirvo para  que me encasillen, tengo fallos de todo signo, aunque se empeñen en etiquetarme. Sobre todo ellas.

                   Que ser mujer no es mejor ni peor que ser hombre, pero que a mí no me hace lo de llevarla colgando. Que mi cuerpo es una bendición para disfrutarla, como los paseos por el mundo.

                  Y a base de heridas, aprendí que la muerte es una putada que tenemos que tener presente en la vida, para vivirla con más ganas. 

                  Pero ante todo, me quedó claro  que no sé nada, que desaprender también es bueno, y lo desaprendido un valor en alza, que ninguna certeza es infalible, y que la vida empieza hoy, porque también empezó ayer  y volverá a empezar mañana.

                   Y que quiero que estés cerca.

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