martes, 7 de enero de 2020

2020

       Hoy comienza, de facto, el 2020. 

       A pesar de ser martes, y siete, es el primer día laborable después de los fastos navideños, y toca ponerse las pilas para volver a la curiosamente imprevisible rutina. La vida nos dé sorpresas...amén.

       Parto en mi reflexión inaugural del año, de la reflexión final del 2019,  que recordaré con sonrisa gorda. Me trajo salud para mis niños, mis padres y para mí. Mejoras en el trabajo, más cerca y con compañeros que no hacen sino enriquecer mi tarea con su presencia. 

       He conocido personas buenas, divertidas, y algunas geniales,  no he perdido ningún amigo de verdad y recuperé a uno de corazón. He querido y me han querido, en cuerpo y alma, bien repartidos. He reído mucho más que llorado, y cuando lo hice sola fue porque así lo quise.

       He viajado y he vivido con mis hijos grandes momentos, el mejor regalo que puedo hacernos a los tres, porque sus alegrías me arrugan la cara a base de sonrisas (Roma, Ibiza, Bon Jovi...besos a millones).

       He aprendido mucho de las pasiones y las miserias humanas, de las verdades del mundo, y de mí. Madurar, creo que le llaman, pero este año no he pagado tanto a cambio. He sabido de verdades que me liberaron el alma, y de mentiras que me devolvieron la cordura. 

       Todo eso me hace entrar con el pie derecho, la cabeza alta, la mano tendida y el corazón alerta en el 2020, a pesar del SAS, de VOX, de Trump, del cambio climático, de los intolerantes, de la hipoteca, de la perimenopausia, de los torpes, de los malvados, de ti y de los otros. Porque mientras conserve mi salud y la de los míos, mis ganas de trabajar, las verdades, los secretos, las manos adecuadas, los brazos abiertos, y la suerte de mi parte, seguiré dando gracias a la vida. 

       Disfruten, amigos, los que se alegren del brillo de mis ojos, y  a los que no...que se les seque la yerbabuena. 

Feliz 2020.

P.D: Y para colmo, estrenamos gobierno de izquierdas...

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