Aquellos que los reprimen, los ocultan o reniegan de ellos, que no consumen sentimientos a besos, y caricias, que no los pregonan por las alamedas y los callejones, son como los diabéticos que comen bombones a escondidas y a deshoras, y luego, puede que arrepentidos, verduras hervidas durante días, y a ratos se castigan con largas caminatas que no evitan pasar por la confitería, para, al menos, mirar de soslayo las palmeras de chocolate.
Pero la culpa no es insulina, y mi teoría resulta tan errónea como los significados que atribuyo en mis relatos a los besos y caricias ajenos, confundiendo fantasía, realidad y propiedad.