martes, 1 de diciembre de 2015

AMOR CIEGO

                      ¿Qué tiene de valioso el amor ciego? Por qué razón es tan elogiado, y lo cantan los poetas, y lo veneran los locos de la vida? ¿Acaso el amor ciego no es el más fácil y menos meritorio? 

                      No encuentro yo la valentía, ni el coraje, en amar ciegamente. Querer al otro sin ver sus defectos y sus fallos,  sin conocerle las miserias y debilidades, sus ruindades y sus egoísmos...es de párvulos, a mi parecer.  

                      Qué feliz debe ser el que ama  sin ver, o sin querer ver,  las dos caras de la moneda. No gasta su alma más que en sonrisas, caricias y belleza. Nace,  crece,  ama ciegamente y muere. Pero muere sin haber usado toda su alma, sin haberla arañado.

                       El amor ciego no es,  como  se le supone, incondicional,  porque suele terminarse cuando cura su ceguera.  Por eso los amores son tan fáciles y encantadores al principio,  cuando  no se ven los fallos,  y se agrían y terminan, conforme van levantando pieles. 

                       El amor de verdad no es ciego.  Lo ve todo, aunque la verdad le queme la retina,  y aún así,  ama.  Y por eso cotiza alto. 

                       Yo quiero amor vidente. 

                       Cuando te sabes amada a pesar de tu infierno,  con tus agujeros en el alma y tus dobles fondos,  con tropiezos y tus lastres...tocas el cielo.  Y sabes,  en tu fuero interno,  que muy pocos conocen esa dicha,  y no necesitas droga alguna para elevarte por encima de todos,  a su lado. 

                       Y cuando lo amas a pesar de sus demonios,  sus  silencios,  sus escapadas casi astrales y sus dos yo,  o tres,  de repente todo es sencillo,  binario y sin grises, y  todo se reduce a caminar de su mano.

                       Conozco ese amor,  en ambas direcciones,  y descubrí que aunque navegar en calma es delicioso, no te gradúas de marino sin sufrir las tormentas.

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