miércoles, 21 de septiembre de 2016

MADROS Y PADRAS

                     Ayer, mientras cocinaba, cosa que me deprime, por mucho que esté de moda,   procastinaba zapeando entre los canales mañaneros y me topé con la conversación de unas señoras de talento y criterio,  digo yo,  porque si no, no estarían opinando en la tele...aunque sean guapas. 

                     Hablaban  de algo interesante, para variar: del tabú que supone hoy en día que una madre confiese que se arrepiente de serlo. ¿Cierto, no?. Ya es de ser "muy mala" carecer de instinto maternal, ni reloj biológico que te recaliente el útero hasta pedir a gritos esperma, aunque sea de bote. Pero si has cumplido con el canon social de parir hijos, y luego te arrepientes....eso es de bruja de las que arden eternamente en el fuego infernal. Contra natura, como mínimo.

                      Una de las debatientes, ni se planteaba la posibilidad real de que una mujer normal, sana, sin perturbación de sus facultades mentales, pudiera sentir ese arrepentimiento. No le entraba en la cabeza. Pero es que el resto, supuestas mujeres maduras, modernas, realizadísimas y profesionalísimas de lo que sea, únicamente se centraban  la posibilidad de que  se arrepienta de serlo por el  menoscabo profesional y personal que  supone el tiempo y el esfuerzo empleado en cuidar a los hijos, a costa de su carrera, sus aficiones y sus relaciones,  volviendo a culpar a la desgraciada realidad de que falta mucho para que  la dedicación a los hijos sea paritaria (aunque terminemos diciendo madres y madros, seguirán siendo las primeras las que apechuguen...). Y yo creo que hay más.

                     Del mismo modo que hace tiempo  me puse del lado de las que no echan de menos el instinto maternal, me inclino ahora a pensar que sí hay mujeres con  motivos para arrepentirse de su maternidad, y con derecho a expresarlo.

                     Yo soy madre vocacional y encantada de la tarea, porque  tengo la suerte de tener dos hijos sanos,  sin problemas de comportamiento, inteligentes, cariñosos y para colmo, guapos y del mismo padre (ésto facilita algunas cosas, pero no es fundamental). Aún así  hay veces en que suponen una losa, porque la responsabilidad que tenemos sobre esas vidas anula tus prioridades. Ellos  lo son. Siempre. Cada día. Para siempre. Para siempre, siempre. Aunque tengas la suerte de contar, como yo, con un padre que ejerce de tal,  a la par conmigo.

                     Y debo ser muy rara, pero entiendo que hay mujeres que fueron madres demasiado jóvenes, sin criterio para decidir, o fruto de la violencia,  del mal uso de anticonceptivos, ignorancia, costumbres, religión, o yo que sé.... y que con el paso de los años se dan cuenta del sacrificio que ha supuesto criar a un hijo no deseado, o no planificado, y sienten que han derrochado sus mejores años dedicadas a una persona que aunque sea tan suya, y la quieran tanto como se quiere a un hijo, no les compensa el negocio. Deben sentirse estafadas.

                     Por no hablar de las madres que sí lo soñaron, y su sueño se vuelve pesadilla en forma de hijo enfermo, en cualquiera de sus variantes, esclavizándolas durante años o décadas en su cuidado, o martirizándolas en el peor de los duelos imaginables, el de un hijo, si llega a fallecer. O las madres de hijos descarriados, que terminan delinquiendo,  labrando dramas y guerras domésticas, que las llevan a rendirse sin condiciones, o perecer. 

                   ¿Cómo pretendemos que esas madres no se arrepientan de serlo? Lo que pasa es que  no las dejamos decirlo, porque es  moralmente inaceptable. Porque la abnegación maternal sigue siendo un pilar  social al que los no madres se niegan a renunciar.

                    Arrepentirse de ser madres no tiene nada que ver con la maldad, que también hay madres que no merecen el título, ni con ser una desalmada sin principios, ni sangre en las venas, sino con que no todas las mujeres tenemos que ser madres, porque queramos ser otras cosas, o porque no estemos hechas para ello. Se necesita un talento especial para ser madre o padre, y no todas las mujeres lo tenemos. Y se necesita  valentía para reconocer  honestamente que no quieres dedicar tu vida a otro ser, porque quieres dedicarte a ti. Y punto. 

                   El hombre que lo hace, es legítimamente ambicioso, pero la mujer que lo decide, es cruelmente egoísta.

                   Igualmente nos extrañamos del hombre que decide dejar su trabajo para criar a sus niños. Sigue siendo una  figura exótica en nuestro organigrama social, y no ponemos fácil la adopción a hombres solteros u homosexuales con instinto  paternal, ni les facilitamos la maternidad subrogada.

                   Hasta que no igualemos el punto de partida, estas mujeres serán malditas. Y como  me tira el lado oscuro, me pongo del lado de los malditos, hasta que haya madres y madros y padres y padras, y nos repartamos los papeles según el instinto, no según el sexo, y sólo entre los que se presenten al casting. 

                   Hala, ya me he despachado. Me voy a recoger a mis niños

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