domingo, 2 de abril de 2017

CALMA

                         A veces confundimos  ser feliz con estar en calma, y, verdaderamente, es complicado discernirlas, sobre todo si manejas esa herramienta que te da la madurez para acrisolar las situaciones. 

                        Para mi la diferencia está en el brillo. La calma es suave, sedosa o  aterciopelada, con bajorrelieves que prestan sensación de solidez, de rozamiento, de ritmo sosegado y de cosecha.  La felicidad es rutilante. Destellos en los ojos, en la  piel, en la sonrisa con dientes, mientras la calma sonríe con los labios, no con la boca entera.

                       Además, la calma, para serlo, necesita de tormenta previa. Se puede ser feliz sin haber sentido la desgracia, por mucho que los agoreros digan que no. Pero para sentir que estás en calma, tienes que haber pasado por las turbulencias. 

                      Se puede sentir  felicidad en medio de la tormenta, pero no infortunio si estás en calma. En eso, la felicidad es más frívola que la calma, que tiene ciertas normas. 

                      Es importante la calma. Es tan reconfortante y alimenta tanto cuando la sientes, que te hace crecer a lo alto, eleva tus miras, tus esperanzas, perfila tus sueños y ambiciones. La felicidad te hace disfrutar, sentir, vibrar...pero no reconforta. Puede incluso generar inquietudes insospechadas, según de donde llegue.

                     La calma se conquista a base de pelearla. La felicidad te toca...o no. Juega contigo al escondite y a veces se burla de tus buenas intenciones. Sin embargo, la calma suele llevarlas de la mano y jamás aparece si te guían las maldades para con nadie.

                    Está bien esto de la calma, y está bien  la felicidad. Y está bien la vida, y el pasar de los años, y las gentes que te sueltan o te aprietan.

                    Está bien elevar los sueños, porque así es más fácil perseguirlos.

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