domingo, 5 de abril de 2020

HOMO POCOSAPIENS

           Hoy es Domingo de Ramos, aunque no parezca ni domingo. Es, además, el vigésimo primer día de confinamiento. Y el primero en el que me despierto con esa sensación de irrealidad que todos comentan. Supongo que  mantener  mi trabajo y sus horarios, me ancla a referencias temporo-espaciales  cercanas, y por eso he tardado en descolocarme. Rutina protectora.

           Tenía planes, como casi todos, para esta semana, y recordarlos, medio despierta aún,  me ha hecho dudar si es cierto que llevamos tres semanas  encerrados, con las puertas, las cabezas, los planes y las querencias clausuradas. Vacías las calles, las estaciones, las agendas y muchos bolsillos. Aplazadas citas, quedadas, bodas, ferias, procesiones, manifestaciones...velorios. Se quedan a medio empezar los negocios, los flirteos, los programas, las intenciones...Vetadas las visitas, los encuentros casuales, las rutinas sociales, los abrazos a los padres, a los amigos, a los amantes...si, a ti también.

            Parece irreal que el orden mundial establecido se haya enclaustrado en tan poco tiempo, y hayamos sido capaces de hacerlo. Y consecuentemente, se confirma la irracionalidad del homo pocosapiens. 

            Si hemos  sido capaces de deconstruir, cual cocido en restaurante modernito, el entramado social que arbitrariamente nos habíamos impuesto, ¿por qué no arreglamos el mundo  con la misma determinación?  Exacto: porque no nos pone en peligro a nosotros. Y mucho menos a los que deciden.

            A ver si toda esta ola de aplausos  balconeros, de solidaridad, de introspección familiar y personal, y ese espíritu de resistencia a la catástrofe globalizada en pro de un mundo mejor, no se nos olvida en los atascos del puente del 1 de mayo, o en el que sea que nos toque salir, y nos replanteamos el respeto a tantas cosas. A ver si cuando recuperemos la realidad, lo hacemos para mejor.

            Estamos saturados de información, de opiniones, de mentiras(*), que unido al dinamismo con que evoluciona el conocimiento real que tenemos del bicho(monárquico tenía que ser...), nos hace rumiar, escupir, y hasta vomitar sandeces. Fluctuamos en minutos desde la emoción sincera de los aplausos de las ocho, que a los sanitarios nos saca la sonrisa lacrimógena,  a la indignación por las pamplinas ponzoñosas que enarbolan desde uno y otro lado del espectro político. España si, pero ni la prensa ni los políticos están siendo Fuenteovejuna.

           A ver si dentro de unos meses, cuando acabe esta película de terror, honramos a los fallecidos, a los ancianos, a los arruinados, a los abandonados, a los luchadores, a los que cogieron las riendas, a los momentos perdidos y los soportados, al encierro de nuestros niños...a ver si demostramos que hemos aprendido algo y ésto termina como una historia de Disney, y no como las de Tarantino.

           Mientras tanto...salud, paciencia y templanza.


(*) Nada en contra de los anglicismos, pero la palabra mentira, incluso bulo, son más bonitas que fake.

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