sábado, 23 de noviembre de 2024

MI PÉRDIDA DE PESO

           

             Afortunadamente nunca tuve que preocuparme por mi peso. Tengo un buen metabolismo  y la suerte de poder alimentarme bien. Pero hace 21 años estaba gordita. Barrigona, más que nada. Los nueve meses previos fueron fantásticos, la vida me sonreía y todo era de color, como cantaba la Lole, y se ve que la felicidad se me fue acumulando en la barriga. Al final incluso se movía y daba patadas, como pidiendo pista para salir al mundo a mejorarlo.


            Dada la situación, acudimos al hospital. Mi entonces marido también había puesto peso, y aunque él lo tenía más repartido y sin patadas, pensamos que debía ser lo mismo, algo que nos habríamos contagiado, probablemente haciendo el amor, porque ni a los familiares cercanos les pasaba  nada similar que hiciera sospechar de trasmisión aérea o alimentaria.

            En el hospital se portaron genial. Me pusieron una inyección en la espalda por si me dolía, y en unas horas me hicieron perder 8 kilos. A la larga sale caro, pero es la mejor forma de adelgazar rápidamente que conozco. Sales de hospital agotada pero radiante, con unas ganas de vivir superlativas, diferentes a todo lo anterior, y las emociones a flor de piel, aunque empiezas a ver el mundo más peligroso.

            De los 8 kilos que me sacaron, me dejaron llevarme 3,350 kg en forma de niña, preparada de forma exquisita, tanto que se parecía también a mi marido, para que no se sintiera mal porque a él no podían aplicarle el mismo tratamiento. Todavía la tenemos en casa. Ha crecido, y ya pesa casi lo mismo que yo, aunque más alta y mejor repartida. Y sigue siendo la felicidad que mejora nuestro mundo.

           Feliz cumpleaños, cariño. Besos de Papá, de mi otra pérdida de peso, y míos.

            

sábado, 2 de noviembre de 2024

YA NO ESTAMOS

             

            Por fin estaba dentro. Me gusta que él decida cuándo, porque yo siempre me precipitaría. Tuve amantes con otras dotes, pero ninguno maneja mis tiempos como él. No necesitaría esperar, porque si se acerca lo suficiente como para despertar sospechas, se abren las puertas del bendito infierno...pero espera.

            Desde el principio nos tuvimos ganas. Ese tipo de atracción innegable, que te provoca una sensación extraña en los dedos, como preparándose  para tocarle cada vez que lo ves. La respuesta del cuerpo al deseo  es abrumadora: se dilatan las pupilas para verlo  todo, el olfato detecta matices que no tiene nadie más, la boca paladea de antemano el sabor que ya conoces, y la piel, toda, se pone en alerta y parece cobrar vida propia esperando que la calme el calor de la suya.

            Lo que parecía, me parecía, que pudiera ser una historia grande, un amor con todas sus letras, se ha quedado en una amistad incompleta y una serie de cuentos eróticos más que dignos de contar, aplastados por las losas de la vida, y los secretos de cada cual. Algo sin futuro, porque en estas historias siempre sale alguien perdiendo. Y ya no estamos para eso.

            Desde que empezamos a escondernos en público se especializó en meter sus manos por dentro de mi ropa sin que nadie lo vea, en cualquier tipo de  reunión, razón por la que a veces me sorprendo  comprobando dónde ponen las manos los demás. O los pies. Una rodilla más cerca de lo habitual, una mano en la cintura, o un beso furtivo en el hombro bastan para declarar las intenciones. Le siguen una coreografía imposible de  caricias invisibles, miradas demasiado obvias y conversaciones cifradas, una salida  más o menos simultanea y un camino a mi casa lleno de preliminares y achuchones adolescentes por las esquinas. Los abrazos impacientes y los besos plenos al llegar, desnudarnos  con o sin prisa, sus labios en mi cuello y sus manos en los míos...ya estaba dentro.

           
             Fue, probablemente, la última vez, porque ya no estamos para eso.

viernes, 1 de noviembre de 2024

TAITANTOS Y TAITANTAS

          Cada vez me gusta más conocer a gente de mi edad, ese rango entre  los cuarentaymuchos y los cincuentaypocos. No me pareció nunca una edad atractiva, por lo que conlleva de final oficial, que no  oficioso de la juventud, hasta que la alcancé, y claro, ya no me parece tan chunga, porque soy más de oficioso que de oficial. 

            Cuesta hablar de ello sin tapujos, y es imposible hacerlo sin prejuicios. A nadie le gusta envejecer, aunque disfrutemos de cumplir años, pero somos entes biológicos con  obsolescencia programada, y a partir de aquí es cuando empezamos a notar los fallos en los fusibles, condensadores, bujías...hubiera podido decir hardware, microchip o sistema operativo, pero es que tengo 53...

            El caso es que hasta entonces, la vida se nos va en crecer, aprender, estudiar/trabajar, establecer relaciones, colocarte en el mundo, formar una familia de cualquier tipo, o no,  enterándonos de lo que es la existencia y su devenir, estableciendo un plan, e intentando seguirlo. Cuando  mejor o peor, hemos llegado al objetivo, y nos hemos situado, empieza el deterioro, porque la biología es puñeteramente eficiente: nos trata bien mientras seamos útiles para perpetuar la especie. Por eso a los hombres se os empieza a notar un poco más tarde...aunque luego pegáis el acelerón y nos adelantáis. Y duráis menos. No es crueldad ni jactancia, es estadística y observación del medio...

            Llegados a este punto, entramos en crisis. Todos. Porque la definición de crisis es  cambio profundo y de consecuencias importantes en un proceso o una situación, o en la manera en que son apreciados. Y ahí entramos todos: la artrosis, las arrugas, los cambios hormonales, metabólicos, las canas, la alopecia, la presbicia, la sordera, las escaleras subjetivamente más largas....son cambios profundos con consecuencia importantes, en el proceso de cumplir años , y la manera de apreciarlos cambia mucho cuando ya no le pasa sólo a los demás.

            Pues lo interesante de conocer gente de esta edad, es la inmensa paleta de colores que formamos, con muchas variaciones y matices interpersonales, que al final se agrupan en unos cuantos colores básicos, según su forma de resolver la crisis. Obviamente no voy de socióloga ni nada por el estilo, pero desde que me interesa el tema, observo  ciertas similitudes y patrones, incluso entre personas que no tienen nada en común y el único nexo son los cambios. Tu vida cambia, o te la cambian, o la cambias. Cuando crees que tienes las respuestas, te cambian las preguntas.

            Dura varios años, vaya por delante, que no es el estirón de la adolescencia.

            La mía me pilló con cuarenta y tantos y empecé a resolverla con un divorcio. Obviamente, la crisis no te hace divorciarte, pero si coincide con que tu matrimonio ya no tiene nada que ver con lo que quieres de ahora en adelante... eliges salir de la situación, como hice yo, o cambias la manera de apreciarlo, es decir, redefines tu relación, renunciando a parte de tu plan. A muchos les funciona, pero a mí no. Desde entonces mis prioridades han cambiado, hago cosas  que nunca hacía y escucho a mis ganas, pero no por experimentar, como haces de joven, sino para regalarme el gusto de hacer lo que prefiero. Obviamente, dentro de mis posibilidades, con mayor o menor éxito, metiendo la pata varias veces y lidiando con el espejo, las articulaciones, la menopausia  y sus prejuicios sociales. Mi concepto de la diversión, el placer, el amor, el sexo, la amistad, el trabajo, el dinero, las necesidades reales y mis valores, han cambiado bastante, y mis intensidades se focalizan de forma diferente. De regalo, tengo mejor percepción de los momentos buenos.

            He conocido personas que se hunden en sus miserias, porque de repente las descubren, o las exageran desde el prisma del desgaste, y son incapaces de asumirlas. Casi muertos en vida, o protoancianos desagradables. Otros deciden apurar, quemar los últimos cartuchos y atiborrarse  de los placeres arquetipados (sexo, fiestas, deportes de riesgo, triatlones, cirugía plástica, lujos), sea cual sea el precio a pagar o las consecuencias. También hay quien se conforma, que asume que es inevitable, que no se puede cambiar el plan establecido, o pactado con tu compañero de vida, aunque éste también haya cambiado, y se aferra a sus creencias vitales, para no salir de la  zona de confort, que tampoco está tan mal...Unos pierden la cabeza, arruinando su vida, y otros pierden sus sueños y sus ganas, por no arriesgar un nido que se vuele espinoso. También conozco muchos casos que fluyen, que dejan que sea la vida la que tome las decisiones sin que se les hunda el barco, ni siquiera les entre agua, y siguen flotando a favor de la corriente. 

            Sea cual sea el tipo de crisis y la forma de gestionarla, esta etapa genera personas 
cambiantes, con un pasado cierto, un presente dinámico y un futuro impredecible, que se asemejan a libros por leer, a museos por explorar. 

             Y a mí me ha dado por  visitar museos y escribir o leer en los cafés, para seguir conociendo. Te.