Afortunadamente nunca tuve que preocuparme por mi peso. Tengo un buen metabolismo y la suerte de poder alimentarme bien. Pero hace 21 años estaba gordita. Barrigona, más que nada. Los nueve meses previos fueron fantásticos, la vida me sonreía y todo era de color, como cantaba la Lole, y se ve que la felicidad se me fue acumulando en la barriga. Al final incluso se movía y daba patadas, como pidiendo pista para salir al mundo a mejorarlo.
Dada la situación, acudimos al hospital. Mi entonces marido también había puesto peso, y aunque él lo tenía más repartido y sin patadas, pensamos que debía ser lo mismo, algo que nos habríamos contagiado, probablemente haciendo el amor, porque ni a los familiares cercanos les pasaba nada similar que hiciera sospechar de trasmisión aérea o alimentaria.
En el hospital se portaron genial. Me pusieron una inyección en la espalda por si me dolía, y en unas horas me hicieron perder 8 kilos. A la larga sale caro, pero es la mejor forma de adelgazar rápidamente que conozco. Sales de hospital agotada pero radiante, con unas ganas de vivir superlativas, diferentes a todo lo anterior, y las emociones a flor de piel, aunque empiezas a ver el mundo más peligroso.
De los 8 kilos que me sacaron, me dejaron llevarme 3,350 kg en forma de niña, preparada de forma exquisita, tanto que se parecía también a mi marido, para que no se sintiera mal porque a él no podían aplicarle el mismo tratamiento. Todavía la tenemos en casa. Ha crecido, y ya pesa casi lo mismo que yo, aunque más alta y mejor repartida. Y sigue siendo la felicidad que mejora nuestro mundo.
Feliz cumpleaños, cariño. Besos de Papá, de mi otra pérdida de peso, y míos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario