domingo, 18 de mayo de 2014

ÉCHAME UNA MANO...

                 He tardado más de cuatro décadas, pero  por fin he descubierto mi vocación. Desde siempre he querido ser...feliz. Parece una obviedad, pero la mayoría de la gente no parece quererlo. Es como si te preguntan ¿quieres ser rico?. El impulso es decir que sí, pero luego hay quien ni lo intenta, por más que se lo pongan en bandeja. 


              Con ser feliz, pasa lo mismo. Decimos que nos gustaría, del mismo modo que  ser cirujano plástico, actor famoso, astronauta...pero no nos creemos capacitados, o desechamos el esfuerzo enorme que supone conseguirlo. 

              Para ser feliz, además de vocación, hay que tener ciertos méritos, como la capacidad de disfrute, la perseverancia en nuestros sueños, y la valentía de renunciar a comodidades del alma.

             Valga como ejemplo quien decide ser abogado para seguir con el bufete de papá, cuando su vocación es la fotografía. O el que no confiesa su amor a la mujer que ama, porque tenga novio. O rechaza los reclamos de su amante por...(no se me ocurre razón para eso...salvo que deje de amarla).

             Yo estaba convencida de que quería ser Médico (conseguido), enamorarme mil veces, aunque  sea de ti (conseguido), madre (conseguido), escribir un libro (bocetando), viajar (progresa según presupuesto), ser inmortal (hasta hoy, conseguido...). Pero esas no son más que asignaturas sueltas de  mi vocación: diplomarme en Felicidad. Creo que tengo la base, pero me falta formación y entrenamiento en algunas habilidades. Nada que no se pueda resolver.

             He decidido intentarlo en serio,  aprobando como pueda las asignaturas,  algunas por los pelos y otras con matrícula de honor.

             Ya sé que no quiero joyas,  ni un coche caro,  ni un chalet con piscina,  si supone que alguno de los dos trabaje tan lejos que no pueda volver cada día a casa. Aprendí a renunciar a dormir, a cambio de  un rato de juegos de cama de adultos, aunque mañana madrugue. Disfruto las risas de mi hijo en unas vacaciones, aunque suponga gastarme el presupuesto de los armarios nuevos. Y sobresaliente en  regalar ratos de mimos a mi hija, aunque no haya recogido el salón. No voy a bodas, bautizos,  ni comuniones por compromiso, ni invito a mi casa a nadie que no pueda verme en pijama, o abrir la nevera sin pedir permiso. Me gusta trabajar, pero sigo prefiriendo los fines de semana. Empiezo a presumir de patitas de gallo, porque son fruto de muchas risas, y ya no blasfemo contra mi barriguita, porque me ha costado muy buenos ratos.

              Como dijo una vez un hombre sabio, beso que no das, beso que no recuperas. Y de nada sirve prometerlos con la mirada, cielo, porque se  te pudren dentro. Si quieres  besar, hazlo. Si quieres llamarle, hazlo. Si quieres verle, plántate  allí donde esté. Si quieres irte, sal y no vuelvas.

            La última que aprobé, con notable alto, fue el egoísmo inocuo. Ese que te permite anteponer tus deseos  a los caprichos de los demás, sin perjuicio para ellos. Aunque estudié para sobresaliente...pero se ve que a las mujeres se nos da mal esta materia.

            Llevo décadas trabajando en sacar de mi vida a quien no me  necesita en la suya, y aunque apruebo algunos controles,  no supero el examen final. Quizás vuelva a presentarme mañana, porque  me han dicho que no hay límite de intentos. Pero siempre hay un abrazo, un gesto, una mirada, que me confunde y caigo. Afortunadamente, no me rindo. 


            Y en ello andamos, disfrutando de la vida del estudiante, intentando sacarme el título antes de que me cambien el plan de estudios. 

Anda, échame una mano....Dame lo que sabes que merezco.

           

No hay comentarios:

Publicar un comentario