domingo, 11 de enero de 2015

SEGUIR PECANDO

                             Esto de los sueños,  como todo lo bueno, es de difícil control, pero aún así, intento soñar contigo, para no dejarte ni durmiendo.  Muchas veces tu  imagen se invita sola a mi cama, pero otras, soy yo quien la invoca, pensando en ti justo antes de dormirme, como quien reza, y mi subconsciente, que es avispado,  busca la manera de que no te escapes. 

                             Eso hago las noches en las que acordamos soñarnos, a falta de tenernos...

                             La forma más dulce de encontrarte  es recordar tus besos.  No me canso de ellos. Tus labios saben exquisitos, pero cuando recorren mi cuello, abren la puerta de todos los porqué no...

                             Esa noche me besaste durante largo tiempo, despacio, recreándote, haciendo bailar tu boca con la mía, dejando bien sentado por qué estabas allí. Tus manos paseaban por mi espalda, mi cabeza, mis brazos,  y se aferraban a mi cintura antes de empujar mis caderas contra las tuyas, para declararme tus intenciones. 

                            Juro que estábamos vestidos un segundo antes de que me tumbaras en aquella amalgama de almohadas y sábanas, donde dejé, casi rogándote, que despertaras todo mi cuerpo a  besos y mordiscos. Cuando no me cabía más excitación, me dejaste disfrutar el tuyo. Toqué, besé y lamí cada centímetro,  sin ruta ni lógica, en un banquete desordenado que terminé a horcajadas sobre ti, enamorándome, una vez más, de tu cara de placer.

                            Tu piel, húmeda y caliente sobre la mía tras los gemidos, es en sí misma un sueño. Qué bien hueles y sabes después del sexo. Y durante. Y antes. Obviamente, es pecado tanto apetito,  y son gula nuestros banquetes. 

                            Piénsalo, suéñanos, y prepara tus andanadas de besos para cuando me tengas a solas.  Quiero seguir pecando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario