Tengo una amiga de esas que te ayudarían a enterrar el cadáver, si matas a un gato. Medio bruja, medio hada, que te saca la sonrisa aunque no quieras, el abrazo que siempre quieres, y las medias verdades, porque no quiere saberlas enteras.
Sus ojos cambian de color casi como sus emociones, según el día, la hora, y cómo se despierten sus niños y su Paco. Se ríe igual que llora, con ganas, con la diferencia de que se ríe repartiendo carcajadas y llora solo para los escogidos. Hasta para eso es generosa. Sabe reírse de sí misma, pero tiene que aprender a darse besos en el espejo, porque es la única que no aprecia lo que ve cuando se mira en uno.
Tiene sus manías, sus supersticiones y sus pálpitos. Y lo bueno-malo es que suele acertar, así que cuando barrunta tormenta, hay que buscar paraguas.
Vive cocleando, acogiendo bajo sus alas a desamparados y amparados, que en su casa cabe todo el mundo, porque no le enseñaron a cerrar la puerta.
Yo la quiero mucho, por cómo es y porque se ha ganado mi corazón con hechos. Aunque pretenda bautizar a mi hija a escondidas. Hace mucho que le debo unas letras, pero es difícil contarla. Espero que ésto la anime un poquito, que su padre anda malucho, y a ella se le abren las carnes de verlo así. Se merece todo lo bueno, y confío en que le pase.
Un beso grande, amiga.
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