sábado, 28 de marzo de 2015

IGUAL QUE SANTO TOMÁS.

                    La tarde es espléndida. Las copas de los pinos filtran los rayos de uno de los primeros atardeceres de esta primavera, tiñendo de lumbre amarillento el verde brillante de la hierba nueva. Al fondo se adivina la fuente del lago artificial, un invento de los hombres altaneros, que pretenden corregir  a la natura. El caso es que queda bien...

                    Allí, rodeado de niños con padres,  con perros, con bicis, con bolsas de pan para los patos, que al final se comen las carpas, envuelto en trocitos mágicos de atardecer, él no deja de pensar en ella.  Allí tampoco. 

                   Se le antoja, en sus grises pensamientos, que les ha envuelto una especie de maleficio, un gafe,  un no del destino, que trunca sus planes cada vez que anticipan verse. 

                   Ciertamente, no es fácil. Lo suyo se había quedado en los hilvanes. Cada uno diseñó  aquella historia en su cabeza, sin decirle nada al otro. Bocetaron caricias, besos, palabras y posibles. Imaginaron momentos. Un día,  sin saber muy bien por qué, se mostraron las cartas, se miraron a los ojos, y se pusieron manos a la obra. O mejor dicho,  manos a la cintura,  a la espalda, al cuello y  a las  manos del otro. A todo lo que decorosamente pudieron poner mano.

                  Con aquellos bocetos, y aquellas telas prestadas, idearon hacerse un traje para los dos,  y comenzaron a hilvanarlo y a montarlo, y cuando se lo iban a probar...la primera pedrada del devenir. Luego vinieron otras, se soltó alguna puntada, y los colores parecían desarmonizar, y ella se ofuscó,  y se le hizo grande aquel proyecto.

                  Llegó a pensar que ya  sobraba ropa su armario , que le gustaba la que tenía y le sentaba bien. No necesitaba más. ¿o si?

                  Cuando pasó la tormenta de sus adentros, llegó la calma, y la primavera de nuevo, y comprendió que, siendo sincera con ella misma, sí que quería aquel traje. Y quería coserlo con él. 

                 Ya ha pensado los colores y los complementos, y busca fecha para estrenarlo.

                 Sólo que él, que  la piensa con ternura, todavía no se lo cree. Necesita poner los dedos en la llaga, como  Santo Tomás.  Hombre de poca fe...No sabe con la la modista  que ha dado....

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