martes, 8 de noviembre de 2016

CONCILIALECHES

                       Lo de hoy va a ser una pataleta, en nombre de todos los padres y madres que trabajan, y en desahogo de mi propia impotencia. 


                       Señores, la conciliación familiar es un concepto creado para dar nombre engañósamente positivo a un problema mayor que la cuadratura del círculo: a día de hoy, no es posible atender como es debido al trabajo  y a la familia. Hay que sacrificar uno de ellos, o todo lo que no son ellos. Y ni así. 

                       Los horarios no son compatibles con las entradas y salidas al colegio,  con lo que, o pagas a alguien, o te aprovechas de la buena fe de los abuelos para que se encarguen de levantarlos y llevarlos al cole, y luego, recogerlos y darles de comer, esclavizando su jubilación, su artrosis y su descanso. La otra opción, sin duda más descarnada, impersonal e impopular para padres e hijos, son el aula matinal y el comedor, haciendo que duerman menos y coman peor, y minando nuestras conciencias porque no les damos lo mejor. Y no sirve de consuelo pensar que tienen la suerte de tener padres con trabajo, y que ese es el precio a pagar... No sirve en absoluto. 

                     Cuando llegas a casa,  extraescolares o deberes, y tú tienes que compatibilizar idas y venidas con las tareas del hogar y las compras. Llegamos a la noche rendidos, apenas con fuerzas para cenar de buen humor, y volver a empezar. 


                     Eso a diario....pero ¿qué pasa si por la mañana uno de los niños está enfermo? Porque si se te avería el coche, o pillas un atasco, hay inundaciones, o te pilla una manifestación, son desastres incontrolables, de los que no tienes culpa. Pero si se te pone  el niño malito,  eres responsable de haberlo tenido. Así de duro. Y me consta que no soy la única que lo siente así, sabiendo a ciencia cierta que no tiene sentido. 

                     En mi caso, el malestar que sientes al coger el teléfono para informar a tu jefe de que no puedes ir, sabiendo que tiene que repartir tus pacientes  al resto de compañeros, y reorganizar  las urgencias, o, en algún caso , buscar quien se haga cargo de tu guardia, con un cuarto de hora de margen, es, cuanto menos, angustiante, porque una tiene pundonor y gusta de ser responsable en su trabajo, amén de  haber comprobado la alegría que da que le sumen a tu agenda los pacientes de otro compañero que haya faltado. Pero yo, pese al mal rato, soy una privilegiada. ¿Qué hacen esas madres (y muchos padres) cuyo trabajo es ineludible, o del que dependen cientos de personas, o quienes tienen una reunión  crucial que ha costado  semanas organizar....? ¿Y los autónomos? O peor aún... ese enorme porcentaje que sabe que si falta al trabajo va a ser represaliado o despedido?


                      Hay diputados que pueden llevarse su niño al Congreso, o empleados de empresas con guardería. Pero yo no me lo puedo llevar a la consulta, ni el frutero a su tienda, ni la cajera al supermercado, o el taxista a su  coche. 

                       Los padres y madres trabajadores  no podemos permitirnos desayunar y comer en familia, ni enfermar, ni que nuestros  hijos enfermen, porque faltar al trabajo por necesidad de tu familia sigue siendo un pecado, en lugar de un valor a tener en cuenta en una sociedad sana que considera que la familia, en cualquiera de sus variedades,  es  su unidad  fundamental, su célula.

                      Esta mañana, yo tuve que hacer esa llamada. Nada serio,  por fortuna, pero me dio rabia sorprenderme a mí misma tratando de encontrar las palabras adecuadas para contarle a mi nueva jefa la faena que le iba a hacer...No por tener que contarle MI problema y mi angustia por mi hijo, sino por la faena que le iba a hacer A ELLA, por mi culpa y la de mi marido, que hemos decidido ser padres, teniendo que trabajar para mantenernos. 

                       
¿Conciliación familiar...? ¡CONCILIALECHES, OIGA!


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