sábado, 25 de enero de 2014

UN MIÉRCOLES CUALQUIERA

             Hay quien piensa que las fantasías sexuales son una entelequia del mundo  de lo irreal, algo que sirve para mantener despierta el alma, pero con un tinte de peligro, de tabú. Algo de lo que se puede hablar, pero no hacer, porque son peligrosas, porque chocan con la confortable realidad. 

             Mentira cochina. 

             Puede ser peligroso, frustrante o incluso absurdo, pretender realizar fantasías como hacerlo con un ángel con cuerpo de Adonis,  con el ídolo de tu juventud, o secuestrada por una tribu de superdotados. Puede ser comprometido intentar esa en que lo haces con un bombero, o con tu amigo, o con el del butano (por cierto, cuando alguna conozca un butanero fantaseable, que haga fotos...). Incluso puede ser ilegal lo de hacerlo en un probador, un parque, o un ascensor. Vale. Pero hay fantasías más caseras, más domésticas, que son realizables y no dejan secuelas. 

            Yo tenía una. Había pensado varias veces en sorprender lascivamente a mi marido en su despacho. Supongo que el morbo de lo desconocido, porque nunca lo había visto metido en faena (laboralmente hablando, claro...). Pues ya está hecho. 

             Este miércoles, me puse mona y me presenté en el despacho a la hora del desayuno (para no interrumpirle, que el curro es sagrado). Pillé dos cafés, y con el escote por el ombligo le di los buenos días. Su cara de asombro valió la pena, pero cuando cerré el pestillo fue de antología. 

             No sé si fue la sorpresa, el morbo, o el sillón del despacho, pero ya tengo otra fantasía tachada de la lista, y unas medias rotas. 


            La consecuencia es que vamos a pedir que el descanso del desayuno dure media hora en lugar de 20 minutos, por lo menos los miércoles, que es su día de teletrabajo...

         


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