viernes, 7 de marzo de 2014

VERBOGRAFIA FEBRIL

           Supongo que la fiebre, la congestión nasal y la totalgia (cuando duele todo), no son  las musas ideales, pero mandan las circunstancias, y no dejo de dar vueltas a una situación que colabora en las insurrecciones de mis adentros.  Los moquitos tampoco ayudan.

           Hace semanas que evito opinar sobre las noticias. Me las raciono, y me obligo a no ver más de 15 minutos de informativos, o un periódico al día. Como mucho. La dosis de realismo diaria para no vivir en la inopia, y que no me pille el toro sin defensa; una dosis superior es masoquismo, y liquida las ganas de soñar despierta.

           Así que el arrinconamiento en el sofá, se presta a la meditación, y he aquí el resultado: estoy dejando de sentirme orgullosa de los españoles. Empezando por mí, por supuesto. 

           Desde que soy consciente y librepensante (no hace tanto...) he considerado una suerte  haber nacido española, en el momento en que nací. Me ha pillado todo lo bueno. España, 1971, no es que fuera un chollo, pero una familia  obrera, como la mía, podía vivir de su sueldo, tener una casa  decente, educar a sus hijos y alimentarlos bien,  dándoles, incluso algunos caprichos. Un trabajador con cuarenta y tantos años, generalmente tenía un puesto consolidado, o una carrera asentada, con un futuro previsible. Incluso siendo mujer.  Hablo, por supuesto, de una generalidad, que la fiebre no me traslada a los mundos de Yupi, y todo el mundo no vivía como en Cuéntame. 

          Históricamente, fui igualmente privilegiada. Nací durante la dictadura, si, pero al final. Así que me educaron profesores motivados por las nuevas "libertades" que les brindaba una constitución  niña-adolescente. Estudié en colegio, instituto y universidad públicos de calidad, y me convertí en Médico. Empecé a trabajar con cierta seguridad y un sueldo relativamente bueno, igual que mi marido, y, sin que aquello fuera el gran sueño americano, estábamos satisfechos de lo conseguido, de la vida que disfrutábamos, y de los sueños que veíamos posibles. Tanto, que nos regalamos el privilegio de traer hijos a aquel mundo estupendo. 

         De eso hace menos de diez años. 

         Mi generación ha madurado en un lustro lo que no hizo en tres. De la posibilidad de una vida buena si la trabajabas, hemos pasado a la posibilidad de una vida aceptable, a veces digna, a pesar de trabajar muchísimo, y siempre que te acompañe la suerte.

         No me quejo por mí. Soy afortunada. Pero me educaron en la solidaridad. Y me duelen los míos.

        Ahora me trago el orgullo de ser de un país desarrollado, europeo, solidario, comprometido con los valores democráticos. Porque vivo en uno que pisotea los derechos de los trabajadores, que les niega a sus hijos la educación, la justicia, que permite a la Iglesia tutelar el derecho a decidir de las mujeres. Que deja morir a los desgraciados que intentan cruzar sus  fronteras,  cuando no les provoca la muerte. Que tolera la corrupción a todos los niveles, en forma de sobres, prevaricación, EREs, trafico de influencias...Que pide préstamos para salvar bancos a costa de subirnos los impuestos,  y permite que esos mismos canallas que hipotecan la vida del pueblo de forma salvaje, se reparta obscenamente beneficios mientras desahucian a trabajadores y  estafan a ancianos.  Que contempla procesos judiciales escandalosos, a la altura de Berlusconi, y hasta firman a miles peticiones de indulto para abogados estafadores de dinero público. Un país que limita los derechos laborales, de expresión, de protesta. Que niega la salud al que no tiene para pagarla, y encarece la justicia, haciéndola  accesible sólo al poderoso, prostituyéndola al nivel de rebública bananera. Con todo el respeto para las Repúblicas, porque hasta la  monarquía, que fuera garante  simulado en diferido de nuestra estabilidad, se derrama grotescamente desde su pedestal.  Hemos permitido que nos gobierne una reala de  mentirosos chapuceros, apenas instigados por una oposición igualmente deleznable, que han sido capaces de pisotear el prestigio de entidades  como  el Parlamento, las Autonomías, los Ayuntamientos....Un país aconfesional que vuelve a ser mandado, que no gobernado, por la Iglesia y el dinero, donde la clase media debiera ser mayoría, y es especie en peligro de extinción.

           Sentía curiosidad por ponerme en la piel de  habitantes  de países en los que se pisotea al pueblo y sus derechos, porque yo vivía en España. Ahora sé que se siente  vergüenza, de vivir en un país pisoteado, y pena,por una realidad que no se corresponde con la calidad humana y cultural, ni con la idiosincrasia de los españoles.

          Me voy a tomar un ibuprofeno, que voy a terminar pidiendo la guillotina...

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