
Hace semanas que evito opinar sobre las noticias. Me las raciono, y me obligo a no ver más de 15 minutos de informativos, o un periódico al día. Como mucho. La dosis de realismo diaria para no vivir en la inopia, y que no me pille el toro sin defensa; una dosis superior es masoquismo, y liquida las ganas de soñar despierta.
Así que el arrinconamiento en el sofá, se presta a la meditación, y he aquí el resultado: estoy dejando de sentirme orgullosa de los españoles. Empezando por mí, por supuesto.
Desde que soy consciente y librepensante (no hace tanto...) he considerado una suerte haber nacido española, en el momento en que nací. Me ha pillado todo lo bueno. España, 1971, no es que fuera un chollo, pero una familia obrera, como la mía, podía vivir de su sueldo, tener una casa decente, educar a sus hijos y alimentarlos bien, dándoles, incluso algunos caprichos. Un trabajador con cuarenta y tantos años, generalmente tenía un puesto consolidado, o una carrera asentada, con un futuro previsible. Incluso siendo mujer. Hablo, por supuesto, de una generalidad, que la fiebre no me traslada a los mundos de Yupi, y todo el mundo no vivía como en Cuéntame.
Históricamente, fui igualmente privilegiada. Nací durante la dictadura, si, pero al final. Así que me educaron profesores motivados por las nuevas "libertades" que les brindaba una constitución niña-adolescente. Estudié en colegio, instituto y universidad públicos de calidad, y me convertí en Médico. Empecé a trabajar con cierta seguridad y un sueldo relativamente bueno, igual que mi marido, y, sin que aquello fuera el gran sueño americano, estábamos satisfechos de lo conseguido, de la vida que disfrutábamos, y de los sueños que veíamos posibles. Tanto, que nos regalamos el privilegio de traer hijos a aquel mundo estupendo.
De eso hace menos de diez años.
Mi generación ha madurado en un lustro lo que no hizo en tres. De la posibilidad de una vida buena si la trabajabas, hemos pasado a la posibilidad de una vida aceptable, a veces digna, a pesar de trabajar muchísimo, y siempre que te acompañe la suerte.
No me quejo por mí. Soy afortunada. Pero me educaron en la solidaridad. Y me duelen los míos.

Sentía curiosidad por ponerme en la piel de habitantes de países en los que se pisotea al pueblo y sus derechos, porque yo vivía en España. Ahora sé que se siente vergüenza, de vivir en un país pisoteado, y pena,por una realidad que no se corresponde con la calidad humana y cultural, ni con la idiosincrasia de los españoles.
Me voy a tomar un ibuprofeno, que voy a terminar pidiendo la guillotina...
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