Cada día, el silencio al que me sometes termina siendo una doble victoria. Tuya, porque puedes, y mía, porque lo soporto.
No es cierto que lo que no te mata te hace más fuerte. Lo que no te mata, te hiere, y la herida se encostra, se encalla, la metaplasia termina siendo córnea, y la confundimos con armadura, pero al final, bajo la cota de malla, subyace la tara, la llaga abierta.
Yo ya he aprendido a curarme por segunda intención. Cada vez que me dañas, reviso la herida a diario, elimino los esfacelos con mi amor propio, rasco el fondo con pundonor hasta que sangre y cuando el tejido de mi alma me demuestra que sigue vivo, lo cubro con otros besos, otras miradas y otras caricias diferentes a las tuyas. Y ahí voy, sanando desde dentro.
Soy de buen cicatrizar, no me vas a ver queloides, ni tatuajes. Y no voy a curar en falso. Tu forma de dañarme, no es tan virulenta como eficaz mi medicina.
Me darás la razón cuando vuelvas a verme desnuda, pero
no puedas tocarme. Cuando nos crucemos porque no te de tiempo a cambiar de acera, que este mundo es demasiado pequeño para que me quieras tan lejos.
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