martes, 10 de noviembre de 2015

UN REGALO

                  Durante días le dio vueltas a la cabeza,  pero no encontraba la canción.  Había visto en una peli  a una una chica que sorprendía a su novio con un streptease,  y quiso hacer lo mismo.

                 Llevaban  años juntos,  y se desnudaban muchas veces,  la mayoría con prisas por quererse,  pero aunque se había desvestido mucho con él,  nunca lo había hecho "para él". Tendría que resolver dos temas: encontrar la música adecuada,  y que era bastante patosa bailando.  

                  Por fin,  esa mañana la encontró. No era una gran canción,  ni siquiera realmente buena, pero sonaba tranquilamente sensual,  y se veía capaz de seguir el ritmo sin parecer demasiado torpe. La letra, además,  iba de un baile íntimo con  una reina de la belleza de Nueva Orleans,  y por lo poco que entendió, le pareció una bonita historia. 

                  Estuvo ensayando toda la mañana. No se veía improvisando, así que coreografió cómo y cuando quitarse cada prenda, hasta quedar desnuda justo al final de la canción.

                  Cuando  él llegó por la tarde,  tomaron cualquier cosa en el salón,  le contó su día,  ella se inventó el suyo,  y le llamó la atención la prisa de ella por encerrarse en el dormitorio de aquel  piso compartido de estudiantes. Entró en el cuarto, había una silla en el centro, una luz tenue y el reproductor de CD's en la mesita de noche.  Ella echó el pestillo,  le besó sensualmente y le dijo que tenía una sorpresa. Le desabrochó el cinturón y le pidió que se quitase  los pantalones,  mientras ponía música y sacaba un par de pañuelos de debajo de la almohada.  Le pidió que se sentara en la silla  y le ató las manos a la espalda.  Su cara era un poema. Luego le advirtió que si no seguía las normas,  se iba a cargar un momento especial, así que debía estarse quietecito, porque,  obviamente,  las ataduras no eran como para detenerlo... Con el otro pañuelo  le tapó los ojos. 

                  Ya se había colocado la ropa interior,  así que solo tuvo que sustituir la camisola por una falda negra muy ajustada y una camisa de rayas,  en plan ejecutiva,  dejando desabrochado algún  botón de más.  Cuando comenzó la canción, le destapó los ojos.  Le costaba creer lo que veía. Aquel escote que le estaba besando era su novia, eclipsado por aquella lasciva mirada que le atrajo casi más que el resto.  Se ruborizó un poco ante su cara de sorpresa...pero ahí estaba, y él no sabía a qué parte de su cuerpo mirar. 

                  Se acercó, bailando y acariciándose como si llevase siglos haciéndolo, y mirándolo con malicia desabrochó lentamente los botones de la camisa de él,  besando y lamiendo su cuello,  mientras le acariciaba la entrepierna,  que a esas alturas ya daba fe de su contento.  
A ella, la imagen de él con la camisa abierta,  sus magníficas piernas desnudas y su sexo amenazando con escapar de la ropa interior, le pareció treméndamente sensual, y desató sus humedades. Se acercó,  siguiendo siempre la música,  levantando lentamente su falda,  y se sentó sobre sus piernas,  dejando que viera el borde de las ligas, a la par que se columpiaba sobre él y le rozaba con los pechos. Cuando hizo el amago de desatarse,  le advirtió con un no risueño y se levantó. Se dio la vuelta y se desabrochó la falda  contoneandose ante la cara de él,  y frotándose con sus rodillas.  Se alejó apenas dos pasos para que  contemplara cómo se desabrochaba la camisa,  mientras dejaba ver el liguero negro,  el mínimo tanga y los pechos peleando por saltar desde el borde del sujetador.

                 Bailaba y susurraba la canción  a su alrededor,  le acariciaba las piernas, los brazos,  le presentaba cada parte de su anatomía. De espaldas,  pero sin dejar de mirarlo, con el morbo  llenándole los ojos, contoneó su trasero apenas a un palmo de su cara. Cuando se dio la vuelta,  empezó a pensar en todo lo que haría cuando le desatara,  pero le faltaba el aliento porque era ella quien besaba,  lamía y acariciaba. Con un pie en la cama,  se desabrochó  el liguero y se quitó las medias,  igual que hubiera hecho la mismísima Gilda. En el segundo estribillo,  bailaba usándolas  para acariciarse el sexo, y se acercó para dejar que él mordiera su sujetador,  intentando quitarlo. En el mejor momento del final de la canción,  liberó sus pezones acusadores y se los prestó en la boca,  justo antes de desatarle las manos al terminar la canción.  

               Se revolcaron en la cama y en la alfombra hasta que agotaron las fuerzas de los dos, y no necesitaron más ropa el resto de la tarde. 

              Fue una idea genial,  un regalo desde dentro. 


              Le gustó. Le gustó mucho. Lo sé porque yo estaba allí, y él no lo ha olvidado.

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