lunes, 25 de marzo de 2013

NUESTRO ICEBERG


              Hace un año era sábado, y en casa nos despertamos con una llamada aparentemente inocua. El compañero que elegiste para tu vida, nos contaba que no estabas bien, que algo en tu cuerpo rechinaba, funcionaba mal...

              Escasas horas después, la vida se nos agrietaba, te escapabas para siempre por la traicionera vía abierta en nuestro casco. Tu cáncer fue nuestro iceberg.

              Duele. Dueles. Nos dueles.

              Un año después, me gustaría contarte que estamos bien. Que tus padres superaron el desgarro, que hicieron del dolor su rutina y que duermen cada noche.

              Quisiera decirte que tus hermanos se han rehecho. Que no se nos nubla el semblante hablando de ti y que controlamos la fuente de las lágrimas.

              Querría regalar tus oídos, con escenas en que tus sobrinos te recuerdan a carcajadas, que besan tus fotos riendo, mientras cuentan las historias que les leía su Tata. Y pasa. Pero también pasa que a mi niña se le quiebra de vez en cuando la voz al nombrarte, y que mi niño recuerda cosas que no creerías...

             Sería bonito alegrar tu eternidad, contándote que Él aprendió a vivir sin ti. O al menos, con tu recuerdo.

             Daría lo que fuera por no estar mojando lo que te escribo, con estas lágrimas que no son saladas, sino amargas como hiel.

            Pero a ti no puedo mentirte.

            Hoy voy a abrazarte fuerte, en los tres trozos de ti que tengo en casa: tu hermano y tus sobrinos. Ellos no lo sabrán, pero tú si.

           Te echo de menos.
           Me dueles.

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