domingo, 31 de marzo de 2013

LA MENOS EXQUISITA

          Lo mío con García Márquez es raro. Bipolar. Contradictorio.
No es que sepa de su obra, ni mucho menos...Pero lo poco que leí me provocó sensaciones encontradas. 

          Eso corrobora lo grande de su talento: provoca sensaciones.

          Primero  leí El coronel no tiene quien le escriba. Recuerdo que me resultó denso, quizá lo cogí demasiado pronto. Pero descubrí su forma de describir la carne con la que sienten sus personajes, y la maestría con que te coloca en el contexto. Tengo pendiente releerlo, ahora que me eduqué un poco más. Después, hace unos años, El amor en los tiempos del cólera, que resulta tan amargamente placentero como un bocado de chocolate negro, (pero de 80% para arriba, ahora que está tan de moda...). Y eso que yo soy de chocolate con leche.

           Todo lo demás han sido artículos sueltos y  fragmentos de sus obras. Que a este Señor hay que leerlo con los machos apretados.

           Hoy las redes me han dejado este trozo suyo, y me vuelve la bipolaridad. Me gusta que se aprecie la belleza cruda de una mujer redonda, por dentro y por fuera. De esa mujer cuyo físico no impacta, para bien ni para mal, y que es tan redonda por dentro que fascina. Entiendan redonda como terminada, conseguida, sin aristas. Elogio la madurez del que considera mujer exquisita a la que no necesita artificio.

           Pero la horda de mensajitos, frases hechas y viñetas que inundan los canales comunicativos cada día, apostando por este tipo de sensibilidades, hace que las mujeres no exquisitas, como yo, nos sintamos incómodas. 

           Si, soy así de frívola. 

           No imagino mis mañanas sin hidratante, corrector de ojeras, secador y maquillaje. No salgo a comprar el pan integral sin rimmel. Si estoy de guardia, y me llaman a media noche, paso por el aseo a peinarme. Acabo de comenzar la operación bikini, a la que no le vi sentido hasta que cumplí los cuarenta. No soy anoréxica, pero  no me privo de mi cervecita si salgo, y luego lo compenso a ensaladas. No me traumatizan los gordos, pero no quiero ser una de ellos. Me alegro de no ser bajita y de tener los tobillos delgados para lucir pierna. Y me encanta la minifalda. Demasiado, quizás...Odio mis pies porque son horrendos, y no puedo lucir sandalias. No necesito silicona, pero la devoción de mi marido es la razón de que no recoloque  mi delantera. He elegido culo en vez de cara, que a mi edad hay que apostar por uno de ellos, porque reconozco mis defectos. ¡Pero no los disfruto! No me verán en chandal si no es para ir al campo, y defiendo que los zapatos cómodos son horteras. ¡¡Bendito el tacón,  que te alarga la pierna.!!

            Tengo un hombre que me hace feliz, pero no me molesta, en absoluto, que otro me tire los tejos. Ya sabré yo qué hacer con los tejos dichosos...

            Me tiño las canas, faltaría más,  y no voy con cola de caballo desde los trece. Porque hay que ser muy guapa para atreverse.

            Soy vergonzosamente superficial, nada exquisita y digna del mayor oprobio. Pero eso lo disimulo  yo con mi estuche de maquillaje. 

            Supongo que nacer sin  perfecciones externas crea seres inseguros como yo, que precisan de chapa y pintura diarios. Intento ser, al menos, redonda por dentro, expiar mis culpas, cultivar mis mijitas buenas... Quizás leyendo a genios como Gabo García Márquez. A ver que pasa...



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