Fue mi error aplazar las
intensidades.
Quise racionar
los besos y las magias, a fin de no asustarte con mis terremotos, y
me dejé en el tintero los momentos que quise siempre escribir
contigo.
No me desnudé
despacio, mirándote a los ojos. No me arrancaste la ropa, ni me la
quitaste entre besos. No llegué a pasear tu cuerpo a la luz de una
vela. No te di la noche que soñé para nosotros.
Te mostré el deseo, sin
toda la sensualidad. Te di las muchas ganas, sin llenarlas de mí.
Debí darte la seda en las caricias, los besos de dulce de leche y el opio en las miradas. Los reservé, ingenuamente, para las supuestas miles de horas más...
No pensé que te
fueras nunca, ni que tu afán fuera perecedero. No fue lo que dijiste.
Ahora, cuando me
permito pensarte, arrojo monedas a las fuentes, pidiendo el rato en que me dejes darle argumentos a la historia imposible.
Siento haber dado por hecha tu adicción, haber pensado que, como yo, una vez probada la piel, no podrías dejarme, como el fumador al que le place su veneno.
Siento haber dado por hecha tu adicción, haber pensado que, como yo, una vez probada la piel, no podrías dejarme, como el fumador al que le place su veneno.
A veces sueño
la dulzura de otro encuentro. La oportunidad de despedirme de tu
cuerpo, sin la sensación de no haber terminado de contarte el mío.
O de empezar otra vez el libro, desordenando los capítulos, como en
Rayuela, para recomponer la historia con otro no fin. Para darte un mundo en una cama, un siglo en una hora y el alma en un beso. Poner como es debido el punto final, o punto y seguido, según lo escribas. Si no te
hubieras cansado...
Pero frenas mis
manos y mis ojos cuando te merodean. Me acotas hasta la mirada,
que ya no puedo mirarte de abajo a arriba....
Me cambias los
sueños, cuando deberías llenarlos.
¿Cómo fui tan
ingenua al suponerle larga vida a nuestra historia? ¿Como soy tan
torpe, que sigo hurgando mi herida? ¿Como puedes...? Nada.
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