miércoles, 25 de febrero de 2015

ELEGIR TUS CADENAS

              Ser feliz consiste en no equivocarte  al elegir tus cadenas, tus cárceles. 



               La infancia es libertad, porque tu inocencia esquiva las cancelas, las paredes, las tapias. No hay limites a los sentimientos e ilusiones, ni a tus pretensiones futuras. Eres libre de querer a quien quieras, y lo que quieras.

               El paso del tiempo construye cercados, caminos, y vallados en ese campo abierto que era tu vida, y la razón, las responsabilidades, y los afectos van creando cárceles en las que te condenas por propia voluntad, valga la ironía. 

               Son prisiones hermosas, la mayoría, en las que es una delicia cumplir condena, cuando se llaman  vocación, amor, religión, familia. Yo disfruto de varias cadenas perpetuas en la cárcel de mi amor, la de mis hijos, mi profesión y algún vicio inconfesable, de cuyas celdas espero que me excarcele la inevitable, como única opción.

               Pero la naturaleza humana es tan cruelmente inquieta que hasta de los paraísos busca la salida, y, a veces, los muros y las rejas se nos antojan demasiado rígidos, y nos ahoga el encierro. Empezamos entonces a fantasear con ser la mariposa que se posa en nuestro catre, revolotea por la celda y se escapa entre los barrotes por los que tu nunca saldrás, y te imaginas en otra vida, en campos sin alambradas, gozando de las eras, las flores y las luces inalcanzables desde tu ventanuco.

              No te asustes. Nos pasa a todos. Todos los condenados a la vida (porque la vida es eso, acumular cárceles y condenas), sentimos alguna vez las ganas de escapar. Si te quedas, puede que la angustia desaparezca, y si no lo hace, terminas pidiendo la condicional o el traslado. Si te escapas, no dudes que no llegaras mas lejos que a otra fortaleza, otras cadenas, en la que podrás ser mas dichoso...o no. Porque como te dije, la felicidad depende de no equivocarte al elegir tus cárceles.

             Siempre te queda la opción del indulto universal, que no es otro que la sabiduría de la ancianidad, ese estado en el que se desmoronan las empalizadas, las cancelas se abren solas, y regresas a la libertad, cuando te das cuenta de que eres  el único guardián de tus verjas.

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