lunes, 29 de febrero de 2016

SOLEDAD

                               
                La Soledad sentida, es una asesina del alma, cruel, intensa, envolvente y alevosa. Y no me vengan con patrañas sobre las excelencias de la soledad elegida, porque esa situación tendrá otro nombre, pero no Soledad. 

                A esa mala arpía nadie la elige,  que los humanos necesitamos de la compañía de nuestros semejantes para  no volvernos locos, vacíos y podridos por dentro. La interacción y la empatía van impresas en nuestros cromosomas,  porque somos un bicho social.

                Duele mucho sentirse solo, sobre todo rodeado de gente que te quiere, pero que no está,  que ni adivina el vacío que, irónicamente, te llena.

                La Soledad es precipitarte en un pozo oscuro hacia tu propia destrucción, sin ver alrededor más que paredes  lisas, negras, resbaladizas, y tener la certeza de que nada frenará tu caída. 

                Es, además, una pésima consejera,  porque culpa a todos los felices de la ignominia de tu vacío, y crea tensiones, fantasmas y guerras contra quien no busca ofenderte. Te enrocas. Te guardas. Te escondes.  

               La puñetera Soledad, la ausencia de calor cercano, es el sendero más directo hacia la depresión, y de esa casilla del  tablero es muy difícil salir. Mucho. Pero es lo arriesgado de la vida, que si apuestas fuerte a una sola ficha, puedes perderlo todo. Y esa tempestad en el alma del que lo ha perdido todo, arrasa vidas

              Así que no me vengan con patrañas. La Soledad, la de verdad,  nunca es una elección, porque duele y mata, y elegirla sería un suicidio, no un refugio ni una solución.

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