lunes, 1 de febrero de 2016

NO ES UNA ELECCIÓN.

                       Soy mujer, de izquierdas, y atea.  Defiendo el derecho al aborto,  y la muerte digna, siendo médico. No reconozco la autoridad de mi marido, mi padre, o ningún  hombre sobre mí. Me encantan los escotes, las minis y los tangas. Y  vivo en Al Andalus. 

                      Imagino que si el ISIS cumple sus amenazas, o empìezo a correr, o  voy a durar poco.

                      Entiendo que el miedo a que te liquiden  y a que tu familia padezca los horrores de una guerra,  son razones más que suficientes para  que miles de personas como cualquiera de nosotros, intente encontrar refugio en Europa. Yo lo  haría.

                      Europa, el continente de la cultura, la civilización, la democracia...Y ahora, de la vergüenza.

                      Nos damos golpes de pecho ante titulares que hablen  de las víctimas de las guerras, nos escandalizan los expolios  y la destrucción de obras de arte... y de personas, claro...Pero no nos pudrimos en nuestra culpa cuando esos mismos noticiarios cuentan las medidas que países civilizadísimos, supuestamente dignos de  admiración, y vanguardistas en derechos humanos, están poniendo en práctica  contra esos desgraciados que huyen del horror, como tendría que  hacer yo, o usted, en su situación.

                      No puedo imaginar, porque me aterra, lo que debe suponer salir corriendo, dejar atrás mi casa, mi trabajo, mis amigos... o las cenizas y los escombros de  todo ello. Cargar con el escaso  tesoro que pudiese salvar y el peso de tanto dolor, y que al llegar a un supuesto refugio, me requisen todo lo que tenga algo de  valor, me pongan una pulsera identificativa, me nieguen la posibilidad de  mantener junta a mi familia por unos cupos arbitrarios, me insulten y me agredan, me imputen las culpas de otros que aprovechan el río revuelto para delinquir, y me hacinen en un campamento, fuera de la vista de los europeos decentes.

                      Señores europeos: si confiscan mis bienes para sufragar los  gastos de mi manutención, no soy refugiada, soy huésped, y como tal, tengo derechos. Si necesita identificarme, pida mi DNI, no me anille como a los pájaros, ni me etiquete como hacían con la estrella de David a los judíos,  repitiendo tamaña crueldad. Si busco auxilio, no pienso dejar atrás a mis hijos. Irán donde vaya yo, porque no concibo otra opción humana. Y si molesto a la vista de sus  ciudadanos privilegiados, a lo mejor hay que bajarles los humos, y concienciarlos a ellos, en lugar de ocultarme a mí.

                       Señores europeos: los refugiados no son el enemigo, sino el monstruo que los hace huir. Pero no hay arrestos para enfrentarlo, porque a los que llevan las riendas, se les fastidiaría el negocio.  Caín mató a Abel por un  plato de lentejas, y nosotros seguimos aniquilándonos por  codicia. Nos quedamos con las peores partes de la Biblia...

                       
                        Por último, señores europeos, ser refugiado no es una elección. Más bien es como el cáncer: piensas que no, pero mañana te puede tocar a tí.

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