Imagino a sus hijos, acostumbrados a bien vivir desde la cuna, y que ahora duermen sobre una esterilla mugrienta en el suelo mojado, entre barro, frío, hambre y miseria.
No alcanzo, seguro, a imaginar la impotencia que les embarga a su marido y a ella, la desesperación por sacar a sus hijos del infierno al que los llevaron, huyendo de otro supuestamente mayor.
La única diferencia entre esa mujer y yo, es que nací en el lado afortunado de esa linea divisoria artificial, injusta, arbitraria y cruel, creada por unos cuantos para mantener a salvo nuestros privilegios de Europa elitista, de europeos elegidos a dedo, de ciudadanos de clase A.
Imagino el terror, incredulidad y desesperanza de esa y tantas familias, al ver que les cerramos las puertas, que les condenamos sin culpa.
El tratado que se firma hoy es el de la Vergüenza, y con ese nombre debería pasar a la Historia. Ubicar cual si fueran ganado a los refugiados en Turquía, un país que no garantiza los Derechos Humanos ni de los propios turcos, creando así un gueto-nación de parias expuestos a la ley del más fuerte, es la salida más baja, sucia e injusta que Europa podría elegir. Y a cambio de dios sabe qué.
Hagamos cuentas, por misericordia, en vez de darnos golpes de pecho. Si cada municipio europeo acogiese a una familia de refugiados, volveríamos a poder llamarnos humanos. Ahora no podemos.
Y espero de corazón que se les pudran las entrañas a los firmantes del tratado, si algún día osan manifestarse a favor de los Derechos Humanos, enarbolar la bandera de la libertad, o rendir homenaje a las víctimas del Holocausto. De aquel, o de éste que estamos propiciando.
Hoy, me avergüenzo de ser europea. Y lo más vergonzante es que agradezco al azar que me pusiera en este lado de la frontera. Así de ruines somos las personas privilegiadas.
Hagamos cuentas, por misericordia, en vez de darnos golpes de pecho. Si cada municipio europeo acogiese a una familia de refugiados, volveríamos a poder llamarnos humanos. Ahora no podemos.
Y espero de corazón que se les pudran las entrañas a los firmantes del tratado, si algún día osan manifestarse a favor de los Derechos Humanos, enarbolar la bandera de la libertad, o rendir homenaje a las víctimas del Holocausto. De aquel, o de éste que estamos propiciando.
Hoy, me avergüenzo de ser europea. Y lo más vergonzante es que agradezco al azar que me pusiera en este lado de la frontera. Así de ruines somos las personas privilegiadas.
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