martes, 8 de marzo de 2016

METAMORFOSIS

                     Reconozco mi desafecto por las metamorfosis. Me dan vértigo. Un rasgo neurótico más, supongo.

                     No es que  considere negativo que del tránsito entre dos formas de vida del mismo individuo, surjan alas generosas y colores nuevos, pero los grandes cambios nunca fueron lo mio. Tardé 15 años en decidir cortarme la melena, y lo más transgresor que hice luego fue ponerme mechas. Siempre tuve el mismo novio, y me gusta la música del mismo dios.

                     Ciertamente, no se acaba el mundo porque cambie el tuyo, porque se alteren las reglas del juego tras el cataclismo. Pero uno no elije metamorfosear. Es algo que viene impuesto por el tiempo y las circunstancias, como la adolescencia, o la senectud. Y lo desconocido provoca temores. 

                 Con las relaciones de pareja pasa igual. A veces las prioridades, las normas y los objetivos de cada cual, empiezan a divergir, a funcionar distinto, sin llegar por ello a romper vínculos. Al fin y al cabo, la mariposa es el mismo bicho que  antes fue oruga. Dicha metamorfosis  sentimental puede ser suave, rodada, fácil, o como le ha pasado a una amiga mía, a la que le cuesta horrores salir de esa zona de confort en la que se siente la princesa del castillo. El vuelco del corazón previo a la catalepsia que aún sufre, cursó con crisis de histeria, ansiedad, insomnio, conductas paranoides,  distimia, anhedonia, bulimia y despersonalizacion... Un desastre, vamos. 

                     Cuando su  metamorfosis termine, será invencible, irremplazable, indispensable,  inolvidable. Quien pueda, que le siga el vuelo. 

                     Pero ahora sufre temiendo que su mariposo, que ya luce alas, no la espere, que se canse y agote su paciencia, porque ninguna crisálida es bella, y alguna, incluso tóxica. 

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