
Las noches en que tus sugerencias provocan el suave bamboleo de mis caderas, ese que te invita a sacarme del sueño en el que iba entrando, sin que me importe el despertador, terminamos comprendiendo el porqué de la vida, de los años y del querer contigo y migo.
Otras noches en que me doy la vuelta, y mi cara no busca tu boca, sino tu cuello y el abrigo de tus hombros, que siguen siendo la fortaleza que me protege de mis miedos, sabes que sólo necesito tu abrazo y tu ternura. O eres tú el que llega a esa hora tan rendido de tu día, que tu dedo alfa se acomoda en algún centímetro de mi ropa interior ,y allí se quedan él y tu intención, atrapados por el sueño. Y nos regalamos el silencio.
Hay noches en las que son mis nalgas y mis piernas las que buscan las tuyas, que normalmente se encienden como la yesca, para dar y recibir piel con piel, y terminar en una fiesta para las sábanas.
Y escasas las noches en que la vida nos araña el día, nos machaca la tarde, y nos agría la existencia, y ni uno ni otro es capaz de flotar, ahogándonos las ganas de dar más. Esos días la distancia hace enorme, y a pesar de dormir juntos, la cama no lo nota.

Mientras sigamos con ganas de darnos las buenas noches, el resto de historias puede esperar.
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