jueves, 10 de marzo de 2022

RITUAL

          Escribir cartas se me da bien, modestia aparte. Lo practico desde pequeña. Tengo esa edad en la que de adolescentes nos comunicábamos por carta con los amigos o amores lejanos (Matalascañas, Sevilla este, Figueras...)porque el teléfono tenía el precio que ahora tienen la luz o la gasolina. Pero con sellos del emérito, no del dictador.

          Hace años que sólo escribo como aprendiz de literatura básica, y para situaciones trascendentales. Mi especialidad son las cartas de amor o desamor y los agradecimientos. 

         La última que he escrito me ha devuelto al recuerdo de las anteriores y al ritual de qué hacer con ellas. Es fácil con las que no entregas, esas que escribes como terapia para  vaciar el corazón  o las que publico en mi blog, porque son casi inventadas. La duda es  con las entregadas a su destinatario.

         Lo sensato sería guardar como tesoro las que devuelven besos con el acuse de recibo, y destruir las otras. No es tan sencillo.

         He investigado, pero no existe  conjuro ni forma científica ni negacionista que las destruya devolviéndote al momento justo de antes de escribirla. No lo hay. Y es una pena, porque desde que el destinatario la lee, los pensamientos que te pertenecían trascienden tu alma y dejan de ser tuyos. Puede salirte cara, puede salirte cruz.

         Pero como la autosugestión es una herramienta fantástica, y una mentira repetida mil veces asemeja una verdad piadosa, yo utilizo un ritual que no falla.

         Guardo mi copia  de la misiva un tiempo prudencial(si, hago copia por si necesito ritual), durante el cual la llevo cerca, en el bolso, el coche, un libro, o el bolsillo del culo...de vez en cuando la leo, entera o por trozos, y le rompo una esquina, un cachito, o le tacho algo. Alguna vez he dibujado corazoncitos, o un monigote al que le hago budú con alfileres, y si se me escapa alguna lágrima, me la quito con el dedo corazón y emborrono algunas palabras, dándole un toque melodramático que me hace rebelarme ante mi propia blandurriez, acercándome al objetivo del plan. 

         Cuando pasan unos días, a veces ni eso, de repente saco el que ya es un papelucho cargado con  mis lastres de turno y asumo que es el momento: me pongo de banda sonora "bad name", un bolero o una copla, según maride el contexto, y la rompo  despacio en trocitos, escuchando rasgarse el papel. Los pongo en un tiesto y les añado pimienta blanca, clavo, pimentón y finas hierbas. Y una cerilla encendida. Si el humo sale hacia la izquierda, seguiremos siendo amigos, y si a la derecha, ni loca. Derecha, nunca.

          El resultado suele ser que mejora mi rosácea  y vuelvo a sonreír sin motivo.

          Con la última carta todavía no sé qué hacer, pero por ahora me ha devuelto las ganas de escribir. No me equivoqué con él.


P.d: las especias escogidas son las que no uso, como mensaje implícito.

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