domingo, 19 de diciembre de 2021

OTRA NO NAVIDAD.

              Hace  casi dos años de la última Navidad. Por mi parte, llevaba varios sin disfrutarla como cuando creía en ella, pero tener hijos hace que alargues la complacencia anual por las luces, los brillitos y la fe en la humanidad.

              Hasta el 2019, asumíamos que son días de compartir lo que fuera, casi siempre exagerando, con la familia y los amigos, todo pese al barniz de artificio que le da la obligación de ser buenos y felices el último mes del año, como cuando el jefe te hace la cuenta tirando por alto para despedirte. No desentonemos con los villancicos y el espumillón, no defraudemos al personal.

             La base de toda esta felicidad, que termina  invadiendo al más pintao, era  la presencia tangible, no virtual, de nuestra gente querida. Esa es la clave de la Navidad.  Ya lo sospechábamos por el anuncio del Almendro, y porque casi todos tenemos alguna silla vacía en la mesa, pero  la evidencia nos la trajo la Navidad del 2020. La primera no Navidad.

             Yo fui afortunada: la pasé con mis hijos y su padre,  los únicos contactos que nos permitía la prudencia, con la tranquilidad, además, de saber que el resto de la familia y la mayoría de amigos estaban bien, cada mochuelo en su olivo.

             Este año, mi fortuna es aún mayor. Escribo desde mi confinamiento, un pequeño apartamento donde llevo encerrada sólo 12 cansinos días, en espera de la PCR  negativa que me libere. Mi suerte radica en que el bicho, aunque me pilló, lo hizo en un bache defensivo de mi sistema, justo cuando la tercera dosis empezaba  a fortalecer mis murallas, pero no se había terminado de organizar. Mis síntomas han sido molestos, pero no graves, y remiten adecuadamente, gracias a las vacunas, que evitaron, además, que mi familia se contagiase.

             Por eso miro por encima del hombro a este infame 2021, encaramada a mi pequeña victoria individual  sobre el bicho, con la relativa tranquilidad de que mis hijos y familia gozan de la mayor protección disponible, pero adoleciendo de un hastío emocional y profesional sin precedentes en mi haber.

             Nos hemos vuelto locos: nos estamos ganado a pulso un Mad Max o un 1984 orwelliano, con todos sus peregiles, en lugar de globalizar la sensatez y la solidaridad, aquel mensaje de amor al prójimo que pregonaba un judío por cuyo nacimiento ponemos patas arriba el mundo cada mes de diciembre. Nos hemos llenado las bocas y los bolsillos de culpables, de confabulaciones, grafenos conspiranoicos, variantes, vacunas y antivacunas, ambos del primer mundo, UCIs, aplausos envenenados, protocolos, aforos, pantallas y fronteras más altas entre los privilegiados y los aún más miserables.

            Dos años de pandemia no nos han abierto los ojos de dentro, y cerramos este 2021 viendo venir la 6ª ola como quien espera sentado en el chiringuito a que le alcance el tsunami.

             No soy pesimista, pese a este escrito. Nunca lo fui. Pero la edad te pone gafas de sensatez, para relativizar las situaciones y los sentimientos. Mi encierro de apenas dos semanas, ha sido mi primer confinamiento real en dos años, aparte de un par de episodios cortos preventivos,  porque al ser sanitaria, pude salir casi a diario desde el primer día, aunque fuese un falso privilegio. Así que ahora que siento en mis carnes  la dureza de no poder abrazar  los que quiero, me avergüenza mi congoja, porque soy aún más consciente del dolor y el vacío que me contaron todos aquellos que perdieron  la salud, a sus seres queridos y hasta su vida, en la más rotunda soledad y aislamiento.

             Así que voy a terminar este año tirando hacia arriba de mi moral, bastante pisoteada por el sistema, porque trabajo y defiendo la sanidad pública, cuidándome para cuidar. Estoy ganándole al bicho casi sin sentir,  me quedan apenas unos días para achuchar a los míos, y le he perdido el respeto a los malos pensamientos, a los nefastos augurios que proclaman los derrotistas, haciéndome fan de tu sonrisa, de esos ratitos que, si no son de amor, se le parecen mucho, y me infunden endorfinas de calidad.

             La Navidad del 2021 tampoco va a ser como debiera, pero tenemos todo el 2022 para ordenar este caos. Todo el acervo de emociones y experiencias acumuladas,  conforman mi victoria ante el 2021. Salgamos del lado oscuro, cada cual blandiendo las suyas.

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