Cuando rayos y centellas truenen en tu cabeza, recuerda el último amanecer. Recuerda el azul oscuro, casi negro, del cielo raso de invierno, saturado de brillantes, ese techo excepcional, que se queda más allá de las afueras de las ciudades.
Recuerda cómo se fue tornando en claridad, desvelando a tus ojos lo que ya sabían tus manos: que mi abrazo hizo voto de su vocación de disipar tus tormentas.
Recuerda como aquel amanecer nos invitaba...a quedarnos en la cama.
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