martes, 24 de junio de 2014

AGUA INSULSA

                 Que llueva en Sevilla, a finales de junio, es como encontrar el vestido perfecto para una boda... cuando no te han invitado a ninguna. Está genial, pero fuera de fecha.

                 Descoloca las cabezas, ensucia los veladores, y constipa las narices de niños y abuelos. Alegra el día de las menopáusicas con sofocos y los albañiles de azoteas, pero fastidia los estrenos bikineros de  adolescentes con hambre, y las fiestas de agua.

                 Enjuaga las  polvorientas hojas de los árboles, baldea los parques y los patios. Refresca las terrazas, da descanso a los abanicos. Calma, abreva el verano, como se hace con los caballos en la feria. Arrastra las cenizas de las hogueras de San Juan...

                 Después de una noche  que perdió su magia antes de empezar, mis párpados se pelean con mis intenciones, que  no contaban con la lluvia. Las gotas grises en el cristal de  la ventana, se alían con las persianas de mis ojos buscando la siesta, para curar mi espalda, y mi cuerpo todo. Pero abre las pistas de mi pensamiento, como todo día de lluvia, que se marcha escondido en la tinta, negro sobre blanco, escapando de la jaula de ideas que llamamos cabeza, derramando mis lavas y mis torrenteras. Que las ideas acuden a mi ánimo igual de oportunas que la lluvia...


                 Doy por hecho que soñaré que derribo miedos, suyos y míos, como pesadillas de niño asustado. Que abro puertas y brazos, y ojos y piernas....Y decreto el fin de los silencios.

               Porque si no puedo, si no podemos, se llevarán para siempre las nubes de mi mundo paralelo, y la lluvia volverá a ser lo que fue siempre: agua insulsa que cae del cielo. 

             

               

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