
Me fijé en ti al conocerte, como cualquier quinceañera con ojos, pero fui consciente de tu existencia cuando me miraste tú.
Después vinieron el beso, la mano, las carreras por el parque de María Luisa, para llegar a casa a las diez y media, una alianza de plata, el peluche de anukagua, los posters, las tardes estudiando en mi cuarto, mi primera rosa roja, nuestro banquito del parque, las cartas...

Mientras me quieras de esa manera tuya, siendo la mano a la que agarrarme siempre y llevándome de paseo al paraíso, seguiré con ganas de celebrar el próximo con un bocata de mortadela, cerca del Etna, como planeamos hace siglos....
Gracias por quererme tanto, cielo. Lo que me queda por decir, te lo diré a besos, que todavía no se han inventado las palabras que hacen falta.
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