miércoles, 27 de agosto de 2014

GANANDO PARTIDAS

                       Cuentan ya más de cuarenta calendarios, y se les nota en la comanda:  ensalada tibia de berros, tartar de atún, solomillo de ternera al punto para ella, y lomo alto de novillo, poco hecho, para él, acompañando con un Viña Alberdi del 2001, por los buenos recuerdos.

                        Se citaron a las tres, por  culpa de los benditos trabajos, en un restaurante recomendado por ese amigo  que conoce el local de moda del momento, donde disfrutar del buen yantar. Uno de esos sitios modernos sin estridencias, con manteles de un azul profundo, servilletas de papel que no lo aparentan, y vajilla blanca con platos en forma de platos. Las mejores mesas están junto a grandes ventanales sin cortinajes, con vistas a una pradera de casitas con jardín, con sus piscinas y sus tejados con veleta, pero escogieron  una menos luminosa, que no restase intimidad a sus miradas. Resulta pequeña, pero es de agradecer, para susurrarse a chorros.

                        Llevan días planeando encontrarse a solas. Nada especial que decirse, salvo contárselo todo. Nada especial, salvo sus vidas, salvo los detalles de la parte de sus días que no comparten, porque  se quieren en régimen de separación de obligaciones.

                        Se contemplan, más que mirarse. Evalúan los detalles, estudian los matices, como quien disfruta un cuadro, o una foto antigua. Actualizan el mapa de sus caras, y se ponen al día de sus quehaceres, sus pareceres y de sus placeres.

                        Entre risas y confidencias, vuelven a sentir la magia de saberse cómplices, de maquinar un plan para dos, y ejecutarlo con todo el descaro posible, compartiendo mesa y mantel en público, sabedores de  que después  vendrán las sábanas  privadas.

                         Ella vuelve a encandilarse con  la mueca sutil de su sonrisa cuando la mira por dentro, y él sigue  fascinado por las curvas que protagonizaban sus sueños de veinteañero. Coqueteando, se cuentan travesuras malvadas, y se cuelgan medallas de corazones ajenos a los que mantienen en vilo. Juegan a sentir celos donde nunca cupieron, porque no se pertenecen. No hay dueños. 

                         Sin zapato, ella juega a buscarle los tobillos bajo el pantalón y él le dibuja garabatos en la palma de la mano, simulando las caricias que promete.

                         Ya les brillan los ojos a los postres, así que se saltan el café, para no posponer la fiesta de sus  pieles, que suele ser prodigiosa con las luces cálidas de la sobremesa.

                         Se palpa el romance al mirarlos. Pero lo realmente conmovedor y excitante es que llevan más de veinte años jugando a seducirse. Y ganando las partidas.

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