domingo, 24 de mayo de 2015

CUATRO RECEPCIONISTAS

                                     La recepcionista  no levantó la cabeza. ¿Para qué?. Sabía quien era aquella sombra de hombre que entraba con decisión hacia el ascensor, en el pasillo a la derecha de la entrada, como cualquier otro huésped que vuelve a su habitación. Lleva años  contemplando la escena con los mismos personajes. Cada seis u ocho semanas, uno de ellos reserva una habitación. Llega solo o sola, se registra (que manía con llamarlo check in, con lo bonito que es registrarse...) y sube a la habitación. Al rato, el otro entra desde la calle, directamente al ascensor. 

                                     Están casados, eso lo sabe, porque ha visto sus alianzas. Pero también se ha dado cuenta  de que no son iguales.  Son anillos de bodas distintas.

                                     La mayoría de las veces  pasan varias horas hasta que bajan, nunca juntos, y las camareras de piso no pueden evitar oír que no se pelean. Uno de los dos  sale, tan discretamente como entró, apenas una sombra, y al rato el otro paga la cuenta (que manía con llamarlo check out...). Pero algo les ha cambiado el aspecto. Tanto la sombra como el huésped lucen una sonrisa  melancólica, un brillo cansado en los ojos, un andar pausado, como sin querer irse. ¿Qué historia se traerán entre sábanas? ¿De qué vida se roba cada uno durante unas horas?

                                   Esta vez ha sido distinto. Él ha vuelto a salir del ascensor, mirando apenas de reojo hacia recepción, mientras comprueba  las llaves y la cartera en sus bolsillos, y aprieta el paso al ver la hora.  Ella baja casi una hora después. Entrega la llave y paga en efectivo, como siempre, pero apenas contesta con gestos a las  amabilidades de la recepcionista. Ya no se molestan en dar excusas par no quedarse a dormir, ni se les  pregunta, pero hay un tinte de decepción en sus  ojos, y un cachito de alma rota le baja los hombros al suspirar. En su cara,  ni asomo de alegría...ni de nada.  Si hablaran, sus ojos contarían que nada cambia,  que él no se entera de nada, que ella sigue sin ser, nunca, nunca, nunca, su prioridad, aunque sea por una tarde.  Se va, pero no parece, como otras veces, que se le olvide nada....

                                 Esto fue hace tres meses....y no han vuelto.



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                                     La recepcionista empieza a sonreír apenas los ve llegar. Reconoce  casi por las risas a la pareja que llega, como cada tres o cuatro meses,  a pasar el fin de semana.  Hace años que  reservan la habitación grande, la de la cama con dosel, en aquel hotelito con encanto de aquel pueblo con playa.  Llegan a mediodía del sábado, con el tiempo justo para registrarse (ella odia que él diga check in), soltar la maleta y salir a almorzar. Alguna vez se ve que les cuesta deshacer la maleta, y bajan cuando ya están cerradas todas las cocinas. Imagino que siguen su homenaje  merendando en alguna cafetería, pero  aparentan saciados. Vuelven tras el café, sonriendo de la mano.  El servicio de habitaciones  les sube la cena y no se vuelve a saber de ellos hasta el desayuno, al que bajan siempre los últimos, con cara de cansados felices.  

                                    Minutos después salen vestidos de playa o de paseo, según temporada,  nos dejan la maleta en consigna y a veces  piden recomendación sobre dónde comer. Se despiden tras el café y sonríen, como quien pasa unas vacaciones en casa de unos amigos, sin querer irse. ¿Qué historia se traerán entres las sábanas?  ¿De qué vida se escapan durante unas horas?

                                    Esta vez no ha sido distinto. Mientras él  firmaba la cuenta, ella miraba, inconsciente de su sonrisa, los detalles de los cuadros de la recepción, por delante de los que había pasado decenas de veces. Y como de costumbre, compró dos regalos para niños en la tienda del hotel.  

                                    Se han vuelto a despedir con un  "hasta la próxima"....


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                                  La recepcionista  les  pide la identificación. Los años de profesión hacen que inconscientemente  imagine los roles de  cada cliente, con mayor o menor acierto. Aparentemente son una pareja cualquiera, rondando la cuarentena, que viene a pasar un fin de semana a la playa. Se les adivina complicidad, pero aunque llegan juntos,  cada cual lleva su maleta, piden dos plazas de garaje, y no se tocan. Casi que mantienen la distancia. No llevan alianzas,  y ella no se ha quitado las gafas de sol. Él pide que compruebe que la cama es de matrimonio y  que les dé una habitación tranquila.

                                De camino al ascensor se miran y cuchichean como quien  ha conseguido colarse en el cine. Probablemente pase un buen rato antes de que bajen a la piscina, y mirarán alrededor de vez en cuando, dándose algún beso, o un abrazo furtivo en el agua, comprobando una y otra vez que nadie les conoce allí. Saldrán a cenar, arreglados y sonrientes. Muy sonrientes. Seguro que tienen reserva en un restaurante discreto, pequeño, y pedirán una mesa en un rincón escondido, desde donde ver la puerta para comprobar quien entra, mientras se ponen al día de sus vidas,  y se imaginan  encuentros que saben improbables. 

                              Volverán casi tarde, cogidos de la mano, relajada la guardia y directos a la cama de matrimonio. Mañana por la mañana, bajarán temprano,  y se irán sin desayunar. Con cara de no querer irse y con temor de olvidar algo. No en la habitación, sino de todo lo que han sentido.  
                             Cuando la recepcionista les pregunta  por su estancia, ella sonríe,  y él contesta...fantástica.

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                                 La recepcionista le pregunta si está inscrita como congresista. Ella le responde que si. Imagina que el laboratorio que la invita al congreso  ha reservado una habitación standar, en aquel hotel de cuatro estrellas algo pasado de moda, pero  situado a dos pasos del centro de convenciones. No le importaba que estuviera  lejos de la zona turística de la ciudad, porque venía sola, y su intención no era salir de parranda.

                                Su sorpresa le dibujó una sonrisa cuando entró en al habitación. La cama enorme estaba cerca del ventanal  de la terraza que daba acceso directo a la piscina. Un espejo cerraba el armario en el que se reflejaba toda la cama, y en baño estaba presidido por una bañera gigante. Lástima de soledad. 

                               Estaba cansada. No le gustaba dormirse en el avión cuando viajaba sola, así que se había comprado una de esas  novelas  eróticas de moda que aprovechan el tirón de Grey, y se la había terminado en las dos horas de trayecto. No le había parecido gran cosa, pero cuando se desnudó para inaugurar la bañera  hasta arriba de espuma,  se gustó demasiado en el espejo. En su casa solo había duchas así que aprovechaba sus  viajes para darse baños de espuma mientras  leía, escuchaba música o meditaba. Hoy podía hacer las tres cosas, pero le apetecía otra. 

                             Hace unos años que lleva en la bolsa de aseo una barra de labios, aunque nunca se los pinta. Se la regaló una amiga en un cumpleaños,  y la muy ladina dejó que la abriera delante de sus padres, sabiendo que era un pequeño vibrador disfrazado. Desde entonces la sigue considerando su mejor amiga. Lástima que no fuera sumergible...Aquella bañera habría sido memorable de estar acompañada, pero en esa ocasión se conformó con relajarse queriéndose con sus manos. 

                            Por la mañana llegó a la primera conferencia de muy buen humor, pero no era por el generoso desayuno.  Cuando la charla se ponía interesante, alguien  le susurró desde el asiento de atrás...¿Tienes plan para comer, cariño...? Hacía tiempo que dejaron de verse, pero aquel susurro puso patas arriba de nuevo sus planes. 

                           Cuando entregó la llave del hotel, dos días después, la recepcionista le preguntó qué le había parecido en congreso,  y no supieron qué decir. Habrían podido charlar durante horas de la comodidad de la cama, lo oportuno del espejo, lo acertado de el acceso directo a la piscina,  y el partido que se le saca a un vibrador cuando no estás sola...pero no podían decir nada del congreso. Se habían puesto al día en temas pendientes, pero no podrían aplicarlo en sus consultas.

                           Se despidieron en el aeropuerto, hasta pronto, cielo...

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