Uno de esos mecanismos es volverte de madera el corazón. La madera es, sin duda, mi material favorito entre todos. Resistente, moldeable, áspera o suave según se la trate, de colores cálidos, viva, acogedora. Pero no es adecuada para ser corazón.

Se producen a la vez cambios concomitantes en los órganos dependientes del corazón, a saber, los ojos, la piel y la boca. Los primeros dejan de brillar, con la ventaja de que tampoco lloran. La piel no se eriza con solo pensar en la suya, pero tampoco la queman sus ausencias. Y la boca, seca, ya no se curva en sonrisas, pero tampoco en mohines.
No obstante, esta aparente desvitalización del corazón de madera, contrasta con la exacerbación sensitiva de labios y cueros: realza el sabor de los besos verdaderos y la frialdad de los que exige la costumbre, que pueden llegar a cauterizarlos. Y la piel rechaza a aquella que la busca sin ganas, a medias, y se apergamina con su contacto.
No, definitivamente no quiero un corazón de madera...pero desde hace un tiempo, charlo con los árboles.
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