
En Sevilla entra de golpe, como una manada de elefantes que aplasta los grises, los olores a moho y las escarchas del invierno. Y el sol, que se inventó una luz especial para Sevilla, ilumina paredes, macetas, flores y las caras de la gente. Y aunque sólo dura dos días, y luego se torna verano con flores, la Primavera atropella los malos humores y encala los ánimos.
Escamonda de malaje las intenciones, y se te cae la casa encima, porque hay que salir a beberse la esencia de las calles, a embriagarse con el aroma. Que los naranjos de Sevilla, en Primavera, dejan de fabricar oxígeno y solo desprenden concentrados de azahar. Que supone la ambrosía, para el sevillano que vive fuera.
Este año se ha despistado la Primavera. Se ve que se ha liado, y no llegó para saludar a su Macarena. Cosa rara. Pero se le está llenando la boca con los olés de la Feria, y se ha subido a la Portada para contar los farolillos, y reparte abanicos, paseando entre los volantes de las flamencas.
Y a mí se me está metiendo por los pies, que se me van para la puerta mientras le pongo la flor a mi niña en el pelo. ¡La gitana más guapa que va a pisar este año el Real!... con permiso de la Primavera. Ya es mayorcita, y se da cuenta de que algo pasa. Que se le mueven solas las manos y sonríe cuando le da el sol. Ya se está haciendo sevillana, mi niña. ¡Que suerte tiene!
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