sábado, 5 de octubre de 2013

EGOÍSTA

              Nunca me gustaron los egoístas. Me educaron en esa manera: lo importante es dar, no recibir. Lo que se estilaba en mi época, en la que a las mujeres todavía se nos criaba para madres y esposas, aunque  se tolerase que fuéramos, además, trabajadoras.

            La verdad es que no tengo conciencia de perjuicio. No soy una hermanita de la caridad, pero me gusta  dar cariño, compartir las cosas buenas, y adoro regalar.

            Además, mis padres me facilitaron el librepensamiento, permitiendo que  con la edad, algunas palabras matizasen su significado (bueno, malo, mayor, ganar, perder, tarde, pronto, sexo, amor, amigo del alma...).

           De este modo, desde hace tiempo, egoísta y ambiciosa ya no tienen el carácter peyorativo y pecaminoso, dañino, de los cuentos de hadas, sino acepciones más amables.

           Antes, ambiciosa era la madrastra de Blancanieves, la conejita de Playboy que se casaba con Hefner, la mirada de cierta Vicepresidenta...Ahora la ambición se me dibuja como  motor que mueve a ciertas personas a mejorar sus cualidades, y a empeñarse en su trabajo para conseguir un objetivo. Ahora hay ambiciones que se me antojan buenas. No puede haber pecado en ambicionar tus besos.

           Antes, egoístas eran las hermanastras de Cenicienta, el primo que no reparte chuches, Dorothea, la  esposa de Jon Bonggiovi...Ahora egoísta es la persona que guarda parte de su tiempo y su esfuerzo para ser feliz, y cumplir sus sueños, aún a costa de descuidar otras obligaciones u otros bienestares. No puede haber pecado en los ratos que robamos al mundo para pasarlos  a solas.

           El problema empieza cuando gestionas mal  tu ambición y tu egoísmo, porque la frontera que separa sus vertientes buena y mala, es dramáticamente estrecha, y casi siempre paga otro el precio.

           No voy a entrar en aburridos detalles personales, pero hace unos días  he cruzado la frontera, y mi egoísmo, más que mi ambición, ha truncado una confianza indispensable para mí. No dejaré de arrepentirme, porque golpeé en la línea de flote del concepto de mi honestidad de quien me quiere tanto.

           En mi defensa diré que su mirada y sus  reproches, y sobre todo, la ausencia de ellos, han sido penitencia peor que las llamas del averno.

           Espero merecer el indulto que ya disfruto, porque le quiero de sobra para merecer su cariño. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario