viernes, 9 de diciembre de 2011

RUTH Y JOSÉ.

          Hace dos meses y un día que desaparecieron dos niños. Dos meses y un día de condena para su madre, machacada por la cruel sospecha  de que el culpable de su destino, sea el hombre que se los dio.

          Cuando se tiene  cierta edad, dejan de sorprenderte las monstruosidades de las que somos capaces los "humanos", pero con el concepto que tengo de la paternidad, aprendido de mi padre y corroborado con creces por el de mis hijos, me resulta inconcebible que un hombre pueda retener a los suyos, privarles del cariño y los cuidados de su madre, arrancarles  parte de su vida, si no toda, por el negro fin de hacer daño.  Me resisto a creerlo.

          Abominable es la idea de que nadie mate, maltrate o agreda de cualquier forma  a sus hijos en un arrebato de cólera o de ira, pero cuando la tortura es lenta, a sangre fría, calculada, la flagelada no sanará nunca.

          Aunque los niños vivan y vuelvan a su madre, el dolor y las heridas  abiertas  jamás dejarán de sangrar. El estigma de saber que eligió como padre de sus hijos al que sería su verdugo, es suficiente para derrotar toda moral o espíritu. Para enloquecer cualquier alma.

          Me niego  a pensar a menudo en esta mujer rota, porque la congoja me anuda la garganta y el terror me invade.
          Mi absoluta solidaridad y compasión. Comparto un trozo de su dolor, aunque egoístamente, espero no llegar nunca a conocerlo.

          Ojalá pronto pueda alegrarme con ella..

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