martes, 3 de septiembre de 2013

GIGANTE CON PIES DE BARRO

                   Ayer, veía casi sin ver un reportaje en la tele. Me llamó la atención la queja de un señor de sesenta y tantos, americano, cocinero, diabético, que se quejaba  de carecer de tratamiento y asistencia médica, porque no podía pagarse un seguro. No me pareció una barbaridad, porque las pelis nos tienen acostumbrados a que  en el país de las oportunidades pasan estas cosas.
Pero...¿sólo por allí?

                   Si hace 3 ó 4 años  nos  insinúan que  pudiera pasar algo parecido en España, nos hubiéramos reído. Hubiéramos sacado pecho por nuestro sistema sanitario, nuestra sacrosanta y absoluta cobertura  universal. 

                   Esa que  permitió que mi padre, electricista, fuera operado de urgencias por uno de los mejores cirujanos de Andalucía, cuando se cortó accidentalmente los tendones de una mano. Un sistema sanitario que permitió que su hija fuera  operada de estrabismo,  a los siete años, con todas las garantías, y sin coste inmediato para su bolsillo, salvo la muñeca que me trajo al despertar de la anestesia. Un sistema con el que he contado durante mis embarazos y mis partos, disponiendo de pruebas diagnósticas  y seguimiento de excelente calidad, y medios de asistencia en los partos,  que me hubieran costado un pastón en la privada.

                   El mismo sistema que pone al servicio de la ciudadanía equipos de emergencia las 24 horas de todos los días del año, que atienden infartos, accidentes, y cualquier otra incidencia, sin pedir previamente la póliza del seguro.

                  Pero presumimos de un gigante con pies de barro, que empieza a resquebrajarse.

                  No voy a entrar en culpas, porque no soy objetiva. Pero si en consecuencias, porque lidio a diario con ellas.

                  Ha dejado de ser anécdota de consulta de barrio marginal, que los pacientes soliciten que les recetes medicamentos baratos, o que prefieran tratamientos financiados a otros más efectivos, que no lo están. O que pidan que te saltes las normas, y le prescribas a nombre de un familiar pensionista. 

                  Igualmente, pacientes que precisan reposo, rechazan la baja laboral, con consecuencias sobre la evolución de su problema.

                     No les cuesta nada la consulta, ni el diagnóstico, pero no pueden pagarse el tratamiento.

                    Por no hablar de los inmigrantes sin derecho a tarjeta sanitaria, algunos de los cuales importan  infecciones ya controladas en nuestro entorno. Suponen, involuntariamente, aparte de su drama personal, un foco de enfermedad e insalubridad, que se queda al margen de los programas  de prevención y sanidad. Hablando en plata, pueden contagiar a los privilegiados que nacimos en el sitio con derechos.

                  Pues resulta que  el sistema tiene límites. Que no es un pozo sin fondo y que se muestra famélico, casi terminal. Y que, o ponemos todos  de nuestra parte, o quizás un día, la enfermedad de  tu hijo  no tenga solución por falta de medios. 

                 Suena pesimista, pero  hoy es uno de esos días en que no te dejas el trabajo en la consulta, y te lo llevas a casa.

  

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