jueves, 12 de septiembre de 2013

SALIR DE LA CÓMODA

              El problema de fingir los sentimientos es que terminas sintiendo lo fingido. Como las mentiras repetidas, que se convierten en verdad.  Aunque, bien pensado, según la calidad del sentimiento, esa puede ser la solución al problema.

              Explico-me: cuando alguien finge indiferencia hacia quien ama, ocurre que, por lo acostumbrado, el disimulo cala en el alma, y se bajan escalones en el cariño, cuando no se termina por dejar de  querer. Y si el ocultamiento es imposición de las mareas, igual cicatriza la quemadura. O no. Qué sé yo.

              Claro que,  si el sentir fingido es de otra calidad, como amistad, simpatía o amor... mantener la mascarada  deber resultar  cansado, complejo, doloroso y hasta grotesco.

              En cierto modo, el fingimiento se parece a la soledad, porque te perjudica cuando es impuesta.  A veces, uno te lleva a la otra , y viceversa.

              Suena paradójico, pero a pesar de lo que cansa, fingimos asiduamente por comodidad. Por no levantar la liebre, por no decir lo que pensamos y evitar el enfrentamiento, o la pérdida, que la sinceridad repele impredeciblemente algunas simpatías. 

              La adolescente de la que provengo, se jactaba de sincera, alardeando con insutilezas de ir con la verdad por delante, de  cotizar en transparencia y no transigir con las medias tintas. Murió. La sinceridad le fue amputando amigos, hasta el fallo multiorgánico. 

              La madurez te lima las aristas, entre ellas, la simpleza de pensamiento, y aprendes que toda actitud puede encontrar una justificación en tu vida. Es cuestión circunstancial,  y esconderse, como correr, no es de cobardes. 

            Claro que, de cuando en cuando, la muchachita entusiasta resurge de sus cenizas, tropezando con los  engaños  y los disimulos, pidiendo a gritos que la saque de la cómoda. 

            Cualquier día, se me escapa...

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